La Crítica

'Cenicienta' o el triunfo de la elegancia

  • El Ballet del Teatro di San Carlo ofrece un montaje lleno de delicadeza y estilo en el primer programa de danza en un Teatro del Generalife lleno

Dos de los protagonistas de la 'Cenicienta', en plena acción.

Dos de los protagonistas de la 'Cenicienta', en plena acción. / pedro hidalgo

La música que compuso Sergei Prokofiev para el ballet Cenicienta, estrenado con todo lujo en el Bolshoi en 1944 - aunque ya había realizado otras músicas para los Ballets Rusos de Diaghilev como Chout (1921) y El bufón y El paso del acero- , no estaba pensada sólo para un cuento de hadas sobre el relato de Charles Perrault, escrito en 1697, sino que profundizaba en el aspecto de las cuitas humanas que sufrió una mujer aprisionada por las crueldades que podrían ser universales. No en vano el mismo compositor confesó en su diario que estaba inspirada en la vida y desventuras de su mujer, la cantante de origen español Lina Lluvera que fue recluida por Stalin en un Gulag, junto a sus dos hijos, tras separarse del músico, acusada de espía. Las versiones de éste ballet han sido múltiples, destacando la que realizó hace unos años el mismo Bolshoi, buscando el lado dramático de esa Cenicienta. Es una lástima que como viene siendo habitual en estas veladas, la música que escuchamos sea una mera grabación, lo que nos impide valorar siquiera el valor de la misma. Decir sólo que forma parte de la abigarrada y desigual creación del músico ruso, ora enaltecido por el régimen soviético, y en tantas ocasiones tachado de antisistema. Hemos escuchado en el Festival su música para películas de Eisenstein como Iván el Terrible y, naturalmente, alguna de sus sinfonías. Recordar, de paso, que hasta tuvo que verse forzado a escribir su poema a Stalin, Salud, en el 60 aniversario del dictador.

Decía que desde su estreno se han realizado numerosas versiones coreográficas de su Cenicienta, desde los comienzos en el Bolshoi, a las de Margot Fonteyn, Nureyev para la Ópera de París y la última referida del Bolshoi, en 2007, en su versión más dramática, para la primera bailarina Svetlana Zakhova. El Ballet de la Ópera del Teatro di San Marco, de Nápolés, nos ofreció la del coreógrafo Giuseppe Picone que sí se recrea en el aspecto de cuento de hadas, sobre el relato original de Perrault. Y lo ha hecho en una línea puramente neoclásica, en el estilo de los grandes ballets de la época, impregnado por ese aroma napolitano que se desprende de la misma historia del Teatro di San Carlo, el más antiguo de Italia. Un ballet en el que no falta ningún elemento que pueda cautivar al público: la conocida historia de la chica despreciada por su madrastra y hermanastras, el hada benefactora que la transforma para poder acudir a la fiesta del príncipe y todo un devenir de imágenes atractivas, con la formidable presencia de un conjunto que muestra la notabilidad de todos sus integrantes, incluyendo numerosos pasos a dos que, sin desarrollarlos en toda la plenitud de dificultades que aparecen en los ballets clásicos -salvo en los que realizan la pareja protagonista-, sí cuentan con ese sello de elegancia y perfección, aunque no arranque el inmediato entusiasmo del público al terminar los ejecutantes su sólido trabajo; escenas con pinceladas españolas, orientales y, sobre todo, una puesta de escena llena de vivacidad y belleza que no hace pesado ni reiterativo en ningún momento la cerca de dos horas que dura el espectáculo. La coreografía de Giuseppe Piccone maneja con delicadeza, sentido cromático -al que acompaña el espectacular diseño de vestuario de Giusi Glustino y la escenografía de Nicola Rubertelli- todos y cada uno de los instantes. La idea de conjunto perfecto, uniforme y expresivo, con solistas destacados, tiene el acento central en la pareja protagonista. Una cálida, expresiva, dulce, enternecedora Cenicienta, a la que da vida en el escenario Maria Eichwald, revelando su alta escuela, pero sobre todo su comunicabilidad frágil, pero también muy sólida y efectiva en los pasos a dos, no sólo cuando destilan delicadeza y elegancia, sino cuando hay que poner el sello vigoroso de las dificultades técnicas. Junto a ella, Alesandro Staiano, en el Príncipe, acrobático cuando lo requiere el coreógrafo, pero sin estridencias ni falsos virtuosismos, y muy unido a la esencia estética que destila la idea de Picone que es, tengo que repetirlo, la elegancia, también con aroma napolitano.

Bello espectáculo. Nuevo en conjunto y coreografía en el tradicional recinto del Generalife por el que han desfilado los mejores bailarines del mundo y las compañías más internacionales, a los que unir la delicadeza y el estilo, en el primer programa, del Ballet del Teatro di San Carlo.

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