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Cien años paseando por las 'Noches en los jardines de España'

  • Falla vuelve a Granada, como hizo al piano en 1916, con su obra más influida por el aliento impresionista Se estrenó ese mismo año en el Teatro Real con la Sinfónica de Madrid

Desde mis primeros comentarios al Festival he insistido en que Manuel de Falla debería estar siempre presente en el certamen, a través de su obra, vista por diversas agrupaciones e intérpretes, de los análisis de la misma y del recuerdo palpitante de su presencia en Granada, etapa decisiva que duró más de veinte años y en la que dejó no sólo una parte importantísima de su creación, en la que predominó la evolución más determinante, sino sus relaciones con amigos, sus tertulias en el carmen de la Antequeruela, sus fructíferas relaciones culturales -entre ellas el Concurso de Cante Jondo de 1922, las colaboraciones con artistas de la ciudad, como Federico García Lorca o Hermenegildo Lanz- y, sobre todo, su ejemplar humanidad. Una humanidad que recibió el terrible impacto de la guerra civil que en esta ciudad elegida tanta sangre inocente y amiga se derramó, entre ella la del amigo Federico, por el que intentó interceder, en uno de los episodios más dramáticos, seguramente, de su vida. Si fueron tranquilos y ricos en proyectos e ideas los años que aquí vivió, tuvo un cruel reverso: la hiel de aquellos que le obligaron a exiliarse lejos de donde había vivido tiempos fructíferos, en una ciudad que amó antes de instalarse en ella.

En efecto, Falla ha estado muy presente en el Festival, sobre todo en su primera época, con el estreno de Atlántida, en San Jerónimo, por ejemplo. Por eso apoyo a los programadores que aprovechan fechas centenarias de obras archiconocidas y valoradas por público, crítica y eruditos, para reclamar la atención del público del Festival, pese a lo limitado de su repertorio y el conocimiento que de él se tiene, sobre todo en Granada, en la que las primeras figuras del canto, por ejemplo, han dado vida a la obra fallesca, desde Victoria de los Ángeles a Montserrat Caballé. Ha ocurrido también en los últimos años -además de la celebración del centenario del nacimiento del maestro, entre ellas con la espectacular recreación por la Fura del Baus, de Atlántida, en la fachada de la Catedral-, con los centenarios de La vida breve, El amor brujo, las Siete canciones populares españolas y, en la actual edición, los cien años de Noches en los jardines de España, vitales en el ciclo llamado 'andalucista', en el que Granada, sin conocerla a fondo todavía, está presente. Aunque no puedo olvidar el emocionante Retablo de Maese Pedro, con los magistrales movimientos humanizados que logró la Compañía Etcétera, de Enrique Lanz -nieto del mítico Hermenegildo- de sus marionetas gigantes, apoyadas en la versión perfecta de la OCG, en los recuerdos al maestro de la Antequeruela.

Noches en los jardines de España la inicia Falla en la etapa de siete años en París -1907-1914-, en la que el autor no sólo encuentra el reconocimiento europeo, en el estreno de La vida breve, sino que, como he referido en tantos otros trabajos, vive de cerca las aportaciones -de las que tomaría nota y dejarían sobre él indiscutibles influencias- de músicos como Debussy, Ravel, Paul Dukas y hasta el Albéniz que, despechado de la consideración obtenida en su país natal, ultima su monumental Iberia. Es el París que también vive el terrible alegato antidebussyano de Jean Cocteau, en el que Stravinski escandaliza con La consagración de la Primavera, y, al mismo tiempo, abre con pulso genial nuevos caminos para la música; en el que Diaghilev y sus Ballets rusos imponen una nueva fórmula de espectáculo total, donde la danza, la música, los decorados son creaciones rompedoras, con los mejores creadores de la época, a los que se incorporaría más tarde el propio Falla con El Tricorne o El sombrero de tres picos, basado en otro tema de un escritor granadino, Pedro Antonio de Alarcón.

Lo que en principio era una partitura sólo para piano, se convirtió, por consejo de Ricardo Viñes y el propio Albéniz, en lo que el prefirió llamar Tres impresiones sinfónicas con piano. Iniciadas en la etapa parisina en 1909 -de ahí la insistencia en subrayar los analistas la influencia de la música francesa y, sobre todo, de Debussy y hasta de Ravel en la partitura la acabó, tras regresar a España, a causa de la guerra europea, en Sitges, en 1915, en donde residió los meses de junio y julio, invitado por el pintor Santiago Rusiñol.

El estreno en la capital de España, en el Teatro Real, el 9 de abril de 1916, con la Sinfónica de Madrid, dirigida por Fernández Arbós y con el pianista gaditano José Cubiles, tuvo el éxito que no habían obtenido otras páginas de Falla, seguramente porque, como es frecuente en nuestro país, necesitamos que antes valoren en el extranjero a nuestros creadores. O, al menos, que vengan con el sello internacional que, en aquellos momentos, lo daba el París de la anteguerra. En el concierto figuraba también El amor brujo, uno de cuyos motivos -en la Pantomima- figuraba el que podría haber sido el cuarto movimiento de Las noches, bajo la denominación de Nocturno de Cádiz. Probablemente sea una de las obras de Falla más interpretadas y de la que más versiones discográficas se hayan hecho. Ahí están los nombres de Rubinstein, Barenboim, Alicia de Larrocha, Aldo Ciccolini, Joaquín Achúcarro, entre un larguísimo catálogo de nombres nacionales e internacionales que han recreado estos nocturnos sinfónicos.

Obra tan archiconocida y admirada no necesita a estas alturas buena parte de los excesos analíticos que ha originado y que, a veces, es contraproducente porque parece que el oyente, el lector o el espectador, en vez de asistir a un momento vivo -cosa que es toda obra de arte y, sobre todo la música, que palpita y cobra vida según las interpretaciones y el ánimo de los oyentes- asistiesen a una especie de autopsia que sólo se hacen a los cadáveres. Ni siquiera en los centenarios me gustan los taxidermistas de la cultura que acaban disecando obras y autores. Desde niño me asustaba cuando otros compañeros de colegio me llevaban a asomarme a un taller de taxidermista en el que había pájaros disecados, cabezas de animales y hasta un caballo completo que se exhibió, hasta hace poco tiempo, en una tienda de la calle Mesones. Prefiero juzgar a la obra, tal como palpita y suena nueva en cada interpretación. En la historia de la música hemos asistido a muchos disecados, en los que la obra de Falla no ha sido una excepción.

En este caso, cien años después de su estreno, Las noches nos llega, desde que se ofreció por vez primera en Granada, en los tradicionales conciertos del Corpus, un 26 de junio de 1916, con la Orquesta Sinfónica de Madrid, dirigida en aquella ocasión por el maestro Saco del Valle que sustituía -"por enfermedad", según decían los diarios locales- al habitual en estos ciclos sinfónicos, Fernández Arbós que, junto con Bretón, eran los grandes reconocidos del público granadino. Aquellos ciclos sinfónicos del Corpus han servido de base no sólo para la conformación del Festival de Música y Danza que, como tal, se inauguró en 1952, sino en la idea programadora. Si algún año faltaban, la prensa granadina arremetía duramente contra tal omisión. Además eran ocasión de estrenar en la ciudad obras claves. Ocurrió con los tres conciertos de la Sinfónica madrileña, en el que se 'estrenaron' en el Palacio de Carlos V Schéhérazade, de Rinsky-Korsakov; Don Quijote, de Richard Strauss y Noches en los jardines de España, impresiones sinfónicas para piano y orquesta, de Manuel de Falla que ejecutaba la parte pianística.

La acogida que obtuvo en la prensa local fue unánimemente elogiosa. Rafael del Pino, en su libro Los conciertos en la Alhambra, 1883-1952, recoge las impresiones que al día siguiente ofrecía la prensa local: "En el Nocturno, que el propio maestro Falla llevó la parte de piano, tan bien como puede suponerse, fue muy del agrado del público, que ovacionó a su autor a la terminación, como lo había aplaudido al presentarse en el tablado" (A. del Castillo en El Defensor de Granada); "El maestro Falla, al componer su impresión sinfónica, pulsa bravamente el alma española: tristeza, melancolía, alegrías de un momento en que todo lo olvidamos. Un conjunto bellísimo, de una armonía muy completa y sobre todo, de una inspiración espiritual delicada" (J.C. en Noticiero granadino); "No se defraudaron nuestros deseos; la composición del maestro Falla es inspiradísima y llena de impresiones de marcado sabor nacional y gran sentimiento, siendo todas ellas muy del agrado del público, que aplaudió calurosamente al autor y a la orquesta" (Sin firma. Gaceta del Sur, dos días después, 28 de junio).

El concierto en el Palacio de Carlos V, tercero de la Sinfónica madrileña, tenía tres partes: la primera, con obras de Dvorak, Bach y Elgar; la segunda, con la Sexta sinfonía, Pastoral, de Beethoven, y la tercera con las Noches y el Preludio de Los maestros cantores, de Wagner. En el concierto de aquella noche se encontraba un espectador de excepción: Serge Diaghilev.

En el Festival se ha prodigado la obra de Falla que, seis años después de aquel concierto, se instaló en Granada. En la primera edición de 1952, Argenta y la Nacional la ofreció, con José Cubiles al piano -el mismo que la interpretó en el estreno madrileño-; Frühbeck continuó desde 1960, con José Tordesillas, Gonzalo Soriano, Luis Galve…; García Asensio tuvo al piano a Rosa Sabater, en 1976; la Orquesta Sinfónica de Madrid, dirigida por Ros Marbá, la ejecutó en 1996, con Martínez Mehmer; la pianista granadina Maribel Calvín, en 1983, hizo una versión excelente y expresiva, con la Nacional y un desajustado Cervera Collado.

En estos paseos por las Noches en los jardines de España ha habido otros protagonistas. Hoy, la Royal Philarmonic Orchestra, dirigida por Charles Dutoit, y Javier Perianes al piano tendrán ocasión de dar su versión de una obra tan viva, a pesar de ser centenaria y la más ceñida a las influencias impresionistas, que utiliza para resaltar los 'misterios' nocturnos, sobre todo En el Generalife, con los sutiles juegos de las cascadas de agua corriendo por escaleras interminables, pero también en la garra ibérica que traslada a la serranía de Córdoba, entre otros tantos ejemplos que comentaremos más detenidamente en esta versión que nos sonará nueva, como ocurre con toda la música, como elemento vivo y nunca disecado, como he pretendido subrayar en estas notas de homenaje.

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