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Citas para el año que empieza

  • Todavía es pronto para saber quiénes serán objetivo de los flashes literarios pero entre los lanzamientos más esperados están los de Le Clèzio, Rushdie o Pérez-Reverte

Imposible saber por dónde saldrán los tiros en 2009. Imposible responder a preguntas más o menos perentorias como: ¿Quién se llevará el gato lector al agua? ¿Quién cogerá el relevo a Carlos Ruiz Zafón y otros gladiadores de las letras? ¿Quién subirá a los altares en el templo de los superventas de este año? Lo dicho, imposible saberlo. Una de las primeras candidatas a los laureles comerciales es Katherine Neville, que ha sacado en olor de multitudes El fuego, secuela de El ocho, un best-seller a escala planetaria desde hace dos décadas. La apuesta editorial ha sido grande, la cobertura mediática mayor; el éxito está garantizado, pero no el superéxito, y eso es seguramente lo que quita el sueño a autora y editores. ¿Lo logrará? ¿Sí? ¿No? Todavía es pronto para saberlo. Entre los lanzamientos aureolados por la expectación están los próximos libros de Salman Rushdie, Jean-Marie Le Clézio, Antonio Lobo Antunes, John Le Carré, Arturo Pérez-Reverte y un rollizo etcétera. ¿Estarán a la altura de su prestigio? Lo diremos aún una vez más, imposible saberlo.

Maruja Torres se ha llevado a casa el premio Nadal, pero ¿quién se hará con el Nobel en 2009? ¿Quién con el Cervantes? ¿Y con el Planeta? ¿El Herralde? ¿El Primavera? Es muy probable que alguno de estos galardones esté concedido, pero por aquello de las buenas maneras nada sabremos hasta su momento. Así pues, imposible saber a quiénes apuntarán los flashes en meses venturos, cuáles serán los libros mimados por distribuidores y libreros. No obstante, la vilipendiada, empero útil, táctica de las efemérides puede darnos una pista de algunas jugadas editoriales en un futuro inmediato. No es casual que Alfaguara haya rendido homenaje a la figura de Juan Carlos Onetti publicando El viaje a la ficción de Mario Vargas Llosa. El autor de Los adioses o El astillero se merece galas y aplausos, por supuesto; tampoco se discute la valía del ensayo, pero a nadie se le escapa su sentido de la oportunidad: el próximo 1 de julio se celebrará el centenario del nacimiento del uruguayo. El libro de Vargas Llosa aterriza, pues, en una pista propicia. En julio, el día 28, se cumplirán asimismo los cien años de Malcolm Lowry. Si Onetti acabó sus días de mala manera, olvidado por casi todos en una clínica, peor aún terminó los suyos Lowry, atiborrado de alcohol, drogas y desengaños. Seamos constructivos. Si con la excusa del centenario de Lowry se relanza Bajo el volcán, una novela clave del siglo XX, miel sobre hojuelas.

Mucho antes, a la vuelta de la esquina, se asoman efemérides igualmente atractivas, al menos para quien esto suscribe. El 19 de enero, se cumple el segundo centenario de Edgar Allan Poe, un escritor decisivo en nuestra educación sentimental, cuya vida exagerada se encendió en 1809 y, tras atravesar el cielo de su tiempo como un cometa, fue a apagarse apenas cuarenta años después. La celebración será un tributo en toda regla, pues la obra de Poe, presente en mil maneras, no necesita de coartadas coyunturales. Se conmemorará el nacimiento de otro cadáver prematuro, Mariano José de Larra, que vino al mundo el 24 de marzo de 1809 y lo abandonó a edad aún más temprana, a los veintiocho, gracias al vómito de un pistolón apoyado en la sien derecha. Hace doscientos años nació asimismo Nikolái Gógol, de vida también breve y desdichada. Confieso no haber vuelto a leer Taras Bulba (1835) ni a ver la película que inspiró, aunque no me importaría hacerlo en esta encrucijada, aun a riesgo de no hallar lo que una vez encontré allí. A veces, las efemérides confirman lo que sabíamos; otras, nos desmienten.

En cuanto a obras singulares, en este año que empieza se cumplirá el centenario de El agente secreto, la novela más política de Joseph Conrad, de Zalacaín el aventurero, el best-seller particular de Pío Baroja, o de La otra parte, la enigmática distopía de Alfred Kubin. Se cumplirán asimismo los cuatrocientos años del Arte nuevo de hacer comedias de Lope de Vega y el medio siglo de Elogio de la locura de Erasmo de Rótterdam, con las que descendemos a las catacumbas de los clásicos con dos dedos de polvo encima. Si no fuera por ocasiones como éstas, todo lo forzadas que se quiera, ¿quiénes se acordarían de ellas? El estribillo es el del principio: Difícil decirlo.

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