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Cronología abreviada del capitalismo portátil

Marta Calvó y Alberto San Juan son los artífices de 'Masacre'.

Marta Calvó y Alberto San Juan son los artífices de 'Masacre'. / Alex Cámara

La génesis del capitalismo español no es diáfana ni limitada, sus prolegómenos aglutinan distintos ciclos de nuestra historia; ninguna explicación es definitiva, y en cambio, sí investigativa y constructora. Un hecho es universal: algunos pisan el cieno del capital, y otros, su cielo. Esto es Masacre.

Sobre un escenario esquelético, Marta Calvó y Alberto San Juan exponían las bases fundacionales del matrimonio burgués, a través de los ítems que deben ser superados para definirse como tal; desde aquí, los propios personajes inician un aparato de analepsis que recorrerá, arrancando desde la Segunda República, los estadios por los que hubo de pasar el capitalismo español hasta sedimentarse tan sólidamente como en la actualidad. Para lograrlo, ambos actores se valieron de una provechosa adaptación al cuadro situacional, que les obligaba a modificar camaleónicamente el registro para ajustarlo al personaje que estuviera en ese momento sobre las tablas; Indalecio Prieto, Botín… Toda la plétora de apellidos fuertes que propulsó la centralización de capital tras la Guerra Civil fueron pasando discontinuamente sobre el escenario, y nos entregaron una cronología del libre mercantilismo y sus prerrogativas.

Pieza clave para que todo esto pudiera ejecutarse con eficacia fue el titánico -y amargo- texto que Alberto San Juan supo construir pacientemente. Dado que la representación estaba plagada de digresiones espaciales y temporales, se daba la necesidad de ajustar los presupuestos dialogísticos para que los dos únicos actores no cayeran en una reiteración onerosa. Sin embargo, la creación textual de Alberto San Juan logró vadear provechosamente esta limitación, ya que la repartición del texto entre ambos actores fue equitativa, lo que fomentó la agilidad, tanto verbal como situacional. Más allá, el texto no solo centelleó por su gran adaptación, sino también porque remarcaba la vigencia de una realidad que, si bien es sufrida en 2018, solo puede comprenderse si se acude a las formaciones de las primeras grandes empresas y a su urdimbre de relaciones traficadas. Por tanto, no solo remarca el tono de denuncia, sino que la lleva hasta sus últimas consecuencias a través de una deconstrucción gradual y diacrónica del sistema del capital, que convierte al individuo en rasante del cesarismo monetario.

En cuanto a la escenografía, puede remitirse a aquella cita de Bernard Dort, en la que defendía la 'alusión' frente a la 'ilusión'. El caso de Masacre formula un escenario esquelético, desnudo, donde el único elemento identificable es una butaca de oficina; sin embargo, como postuló el crítico francés, la alusión es, en ocasiones, harto más eficaz que la ilusión naturalista, y en este caso esa eficacia se comprende con toda su plenitud de sentido. Esa butaca, y ese escenario no construido, realmente alude a toda las posibilidades que el imaginario de cada espectador pueda confeccionar en sí mismo, y por tanto multiplica las capacidades escenográficas de un decorado que no está, pero sí es. Asimismo, la iluminación, a cargo de Raúl Baena, ritmaba con audacia la superposición de personajes que Marta Calvó y Alberto San Juan presentaban al auditorio, y orientaba, incluso ironizando con el clima mediterráneo, las distintas conjunciones espaciales que se daban.

Por ende, Masacre no es solo una historia del capitalismo español; es una formulación geométrica de las distintas relaciones que han confeccionado una red de alambre donde las clases bajas se enganchan mudamente. Los personajes de Marta Calvó y Alberto San Juan no son exclusivamente un matrimonio burgués condenado por su propia clase, sino también la última consecuencia de una economía neoliberal que sugestiona al individuo a desesperar por una posición que le procure estima y reputación entre la muchedumbre. Masacre es un dibujo alarmantemente bello y terrible.

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