Crítica de Cine cine

Demasiado Coen para Clooney

Damon protagoniza 'Suburbicon', sexto largometraje de George Clooney.

Damon protagoniza 'Suburbicon', sexto largometraje de George Clooney. / g.h.

En 1943 John Cheever -a quien llaman el Chejov de los suburbios acomodados americanos- publicó su primer libro de relatos, El modo en que vive alguna gente, y en 1957 su primera novela, Crónica de los Wapshot. En 1956 Grace Metalious publicó la entonces escandalosa Peyton Place, que encabezó durante 60 semanas la lista de best-sellers del New York Times y vendió 20 millones de ejemplares. Un año más tarde Mark Robson la llevó al cine con Lana Turner al frente y en 1964 la ABC la convirtió en una serie de televisión. Ambos autores, Cheever en el terreno de la gran literatura y Metalious en el de los best-sellers sensacionalistas, representan la eclosión del tema de la insatisfacción existencial en la aparentemente feliz y opulenta América de la posguerra y sobre todo de los años 50 y los primeros 60, de las cloacas de infelicidad, egoísmo, depravación sexual y crueldad que (supuestamente) se ocultan bajo los amables, bellos y confortables barrios residenciales creados como un universo cerrado por William Levitt, los llamados Lewittown que empezaron a crecer en los suburbios a partir de 1947. Este tema se convirtió a la vez en una visión amarga del american way of life y en un tópico rentable que ha generado docenas de películas, series de televisión y novelas. En Cheever hay desesperanza auténtica y sincera y desgarrada ternura. En Metalious y sus sucesores solo explotación sensacionalista.

Este guión de los Coen -escrito en 1985 y reelaborado por Clooney y Grant Heslov, ambos productores de la película- que ha dirigido Clooney está más en lo segundo que en lo primero, aunque sus autores pretendan lo contrario. Tal vez si los Coen lo hubieran dirigido podría haber sido una parodia atroz, una versión granguiñolesca y extrema de los tópicos del antitópico del cine y la literatura popular suburbial americana de los 50. Por algo tienen en su interesante pero desigual filmografía Fargo, El hombre que nunca estuvo allí o Un tipo serio. Pero Clooney, actor limitado y director aplicado pero poco inspirado que parece empeñado en ser el heredero del liberalismo de qualité de Redford, carece de recursos para gobernar este esperpento serio o tragedia grotesca. Hay sátira, humor negro, violencia, denuncia social, surrealismo, crueldad… Demasiado para Clooney. Dirige con pulcritud pero sin alma, logrando un producto demasiado aseado que debería de haber sido más grande, más feroz, más irreverente. Reverencia la irreverencia de los Coen, no pudiendo evitar con ello ponerse solemne.

Planteando de una parte la historia terrorífica de una familia aparentemente ejemplar en la que suceden cosas atroces -crimen incluido-, y de otra la de una familia negra que decide instalarse en el barrio residencial/racista blanco -caso inspirado en la realidad-, la película intenta ser algo así como un cuadro de Norman Rockwell reinterpretado por Francis Bacon o un relato de Cheever reescrito por Stephen King; pero no logra mucho más que ser un esforzado ejercicio por parte de Clooney por evocar el universo -tan reconocible- de los Coen. La crítica se desactiva en gran medida por su incapacidad para andar sobre la difícil cuerda floja de la tragedia grotesca. También por un exceso de didactismo político con subrayado de trazo grueso. Y el paralelismo entre las dos historias no funciona. "Una nube negra se cierne sobre mi país, y por eso supongo que lo lógico para mí es hacer una película furiosa", dijo al presentarla en Venecia aludiendo a Trump. Mejor habría hecho, entonces, limitándose a producirla y dejándole la dirección a los vitriólicos hermanos con los que tiene un único nexo de unión: el indisimulado desprecio liberal-elitista hacia la clase media americana a la que casi trata como los blancos racistas de la película a sus vecinos negros. Muy bien todos los intérpretes, con Damon, Moore e Isaac en cabeza, aunque en ocasiones sobreactúen.

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