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Divina velada con 'nombre de mujer'

  • Las sopranos Lucía Tavira y Anna Gabriella Shwedhelm, junto al pianista Rubén Fernández Aguirre hacen una soberbia interpretación operística en el Hospital Real

El recital consiguió llenar el Patio de los mármoles del Hospital Real.

El recital consiguió llenar el Patio de los mármoles del Hospital Real. / Pedro Hidalgo

Con nombre, voz y presencia protagonista de mujer. En femenino, y con todos los matices que eso ofrece a cualquier creación. Anoche dos voces se alzaron al cielo atravesando los muros del Patio de los mármoles del Hospital Real. Dos voces. Las de ellas. Con fuerza. Como puño en alto de dos artistas con la solvencia ya demostrada de una carrera, aún no muy extensa pero sí con grandes perspectivas. Con una fastuosa interpretación, entre acordes de Granados y Verdi, entre otros maestros, Tavira y Schwedhelm consiguieron estremecer a todo un auditorio que esperaba impaciente cada compás y cada nota que salía de sus gargantas en el espectáculo Con nombre de mujer.

La cordobesa Lucía Tavira codo a codo con la mexicana de ascendencia alemana Anna Gabriella Schwedhelm llevaron a cabo una sincera oda a los grandes clásicos a ritmo de zarzuelas y Goyescas. Un guiño desde aquí abajo a Giuseppe Verdi y a Enrique Granados, entre tantos otros, y con el acompañamiento al piano capitaneado por Rubén Fernández las dos sopranos representaron un magnífico repertorio. Y esta vez sí que fue con nombre de mujer. Ambas solistas fueron seleccionadas del Curso de técnica y repertorio de canto de la pasada edición de los Cursos Manuel de Falla.

Una diva clásica hizo aparición entre unas suaves notas de piano. El recital había comenzado y con él la magia en un claustro del centro de Granada. Con Composizioni da camera, de Giuseppe Verdi (1813-1901), la soprano Anna Gabriella Schwedhelm con vestido azul marino empezó a dejar entrever que su garganta estaba completamente a la altura del escenario que pisaba.

Siguiendo con Verdi y su La seduzione, la soprano apoyada ligeramente en el piano no hizo si no sobrecoger al respetable sobre todo en las notas más altas.

Il poveretto, una pieza más rápida y alegre, fue la siguiente. Tras ella, y aún con las creaciones de Verdi, llegó el melancólico Stornello, esta vez con la otra solista, Lucía Tavira, que subió a las tablas con vestido en tonos ocres y pelo suelto.

La cordobesa afrontó la belleza trágica de La vita un mar d´affani con sublime elegancia, intervención que el público y agradeció sobradamente. Con la llegada de Brindisi y el Il mistero esta joven y virtuosa solista mostró que su interpretación podía traspasar lo vocal y alcanzar las grandes cimas de la expresión total.

Llegó el turno del compositor Vincenzo Bellini (1801-1835) y con él la medida y sublime garganta de Schwedhelm. El pianista Rubén Fernández empezó sin ella la pieza con un solo maravilloso como preludio de las altas notas de Eccomi in lieta vesta… Oh! quante volte, de I Capuleti e i Montecchi.

Más tarde apareció Col sorriso d'innocenza, de Il Pirata una pieza en la que se alcanzaron las cotas de la excelencia en un derroche de sentimiento y expresividad que remató con Me chiami o Norma?, de Norma. Esta vez fueron ambas sopranos las encargadas de pintar belleza en el aire. Sin mirarse, cada cual en su pequeña escena imaginaria, dos gargantas se daban la réplica cómplices en cada cambio de tempo. La preciosa estampa nocturna de dos tonos aunados a la perfección.

Tras una pausa llegó el turno del maestro Enrique Granados, quien regresó a la vida gracias a la maravillosa textura de la andaluza Lucía Tavira. Yo no tengo quien me llore apareció potente y dramático y tras él Amor y odio y El mirar de la maja y Canción (Por agua fui a la fuente). Cerraron este repertorio de sangre española Elegía eterna y Escenes de l'exili.

El embate final llegó de parte de otros maestros imprescindibles, Gerónimo Giménez (1854-1923) con Sierras de Granada, de La Tempranica; Gonzalo Roig (1890-1970) con Sí, yo soy Cecilia Valdés, de Cecilia Valdés; y las Niñas que a vender flores..., de Los diamantes de la corona del maestro Francisco Barbieri (1823-1894).

Las sopranos, que fueron subiendo y bajando del escenario según la pieza, consiguieron hacer de una noche de lunes cualquiera, una gran velada de pieles y voces femeninas.

Cuando Bellini empezaba a despedirse del respetable apareció un inusual tercer vocalista: un pájaro del tejado del Hospital Real se sumó a la interpretación.

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