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Doblones de a ocho

  • 'El buen ladrón' (Anagrama) es una estupenda novela de aventuras de la misma tradición literaria de grandes autores como Edgar Allan Poe y Robert Louis Stevenson

Entre los diversos nombres citados a propósito de la primera novela de Hannah Tinti, El buen ladrón, descuella el de Tim Burton. No va descaminado quien apunta en esa dirección; la novela es una estimulante inmersión en el mundo de lo bizarro, muy burtoniano, y no sería descabellado imaginar que una futurible adaptación a la gran pantalla le fuera propuesta a este notable cineasta. Más insostenible resulta la referencia a Harry Potter firmada por Janet Maslin, del New York Times, pero en fin... Los referentes que se me ocurren a mí carecen del 'tirón taquillero' de éstos pero, creo, le hacen más justicia. El buen ladrón pertenece a esa magnífica tradición gótico-aventurera que tantos grandes autores ha dado a las letras anglosajonas y universales. El protagonista, como Jim Hawking, se echa al océano del mundo en busca de esos doblones de a ocho de la experiencia que no a todos les es dado contar. Además, al igual que el de Robert Louis Stevenson, el estilo de Hannah Tinti es transparente; la autora norteamericana procura no hacerse notar, que su persona se entremeta sólo lo indispensable entre el lector y la aventura.

El buen ladrón es un relato iniciático en la línea de La isla del tesoro, pues sí, pero sus personajes recorren unos derroteros, desatados y sangrientos, que hacen pensar también en Las aventuras de Arturo Gordon Pym de Edgar Allan Poe, a quien, pongo la mano en el fuego, Tinti ha tenido muy presente a la hora de escribir. Podríamos citar otros nombres, pero bástennos estos dos para la reseña. Estamos en el siglo XIX, que es el siglo de Stevenson y de Poe. El protagonista es un expósito de doce años, acogido en el convento de Saint Anthony (San Antonio es el patrón de las cosas perdidas). Al chico lo abandonaron siendo un bebé, envuelto en una tela de lino con tres siglas bordadas en hilo azul: REN, y éste ha pasado a ser su nombre. A Ren le falta una mano. Este defecto físico reduce notablemente las posibilidades de ser adoptado, pues las gentes de los alrededores, campesinos en su mayor parte, al adoptar a un niño eligen a quien puede ayudarles en las tareas del campo, no a un tullido.

Sin embargo, una mañana se presenta en el convento Benjamin Nab, un tipo con una buena mentira siempre a mano (según él, se limita a decirles a los demás lo que quieren oír). Nab se presenta como el hermano de Ren, algo a todas luces falso. El chico le sigue el juego, tantas son las ganas de abandonar el lugar, y se lo siguen los frailes, tantos son sus deseos de librarse de él. Nab no tarda en revelarse como quien es: un estafador de tomo y lomo. Ren puede serle útil en sus baraterías, pero deja al chico decidir si lo sigue o no. En el momento en que éste duda, Nab le hace una pregunta que nadie le había hecho antes, una pregunta que le abre un infinito horizonte de expectativas: ¿Qué es lo que más deseas en este mundo, eh? No obstante, los caminos del género de aventuras, como los de Dios, son inextricables. Ren saciará con creces esa sed suya, y en el ínterin resolverá el misterio sobre su proveniencia, pero tendrá que hacerlo en manantiales inesperados, en cauces ingratos, en aguas peligrosas.

Benjamin Nab y su socio, el borrachín Tom, que se han ganado la vida embaucando al prójimo, aceptan un negocio que promete grandes ganancias a cambio de grandes riesgos: el robo de cadáveres para las lecciones de anatomía del doctor Milton (otro detalle que recuerda a Robert Louis Stevenson). En su primera correría en un camposanto, el trío salva de la tumba a un individuo que había sido enterrado vivo (un detalle que nos hace pensar, por el contrario, en Edgar Allan Poe); se trata del gigantón Dolly, quien luego sacará a Ren de no pocos embrollos. Un mal trago puede acabar felizmente, y al contrario. De este modo, la novela deambula entre lo luminoso y lo obscuro, entre Stevenson y Poe, con encomiable desenvoltura. Algunos reveses tensan el relato hasta el límite de lo verosímil, pero Hannah Tinti mantiene el pulso firme y el hechizo nunca se rompe. Las peripecias se suceden a buen ritmo, sin atropello, y el lector es incapaz de predecir qué ocurrirá a continuación.

Las páginas vuelan.

Hannah Tinti Anagrama, Barcelona, 2010

Tom Wolfe Anagrama, Barcelona, 2010

Ryszard Kapuscinski Anagrama, Barcelona, 2010

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