firmado: mister j.

Economía del trueque

  • Étienne Davodeau da en 'Los ignorantes' un paso adelante en la construcción de un discurso atractivo y reformador que acerca el cómic a lugares complejos

De la riqueza formal y temática de la historieta da noticia el último álbum del francés Étienne Davodeau (Botz-en-Mauges, 1965), autor del que Ponent Mon ya nos había traído las traducciones de piezas tan admirables como La mala gente (2005) o Ha muerto un hombre (2006), pedazos de lucha histórica hechos viñetas. Davodeau recaba en La Cúpula con Los ignorantes (2011), su obra más reciente, un original homenaje al vino y el cómic, dos campos que los galos reclaman como propios, y de los que no se puede negar que son auténticos maestros.

El sereno estilo documentalista y la temática social de las anteriores novelas gráficas del dibujante -La mala gente nos introducía en la militancia sindicalista de la región de los Mauges, en el cauce del río Loira, y Ha muerto un hombre en los trágicos conflictos entre obreros y policías en la ciudad de Brest en la década de 1950- regresa aquí en forma de sencilla vivencia autobiográfica, en esta hermosa apología de la amistad, el amor al trabajo y las formas de producción artesanales. Los ignorantes del título son el propio historietista y su amigo Richard Leroy, un viticultor, que se proponen desde el comienzo el interesante trueque de información que desata todo el asunto. En la primera página del libro, Leroy le dice a Davodeau: "A ver si me aclaro, quieres venir a trabajar gratis en mis viñas para poder hacer tu libro… ¿Es eso?" Y Davodeau contesta: "También quiero que me expliques lo que ocurre en tu bodega y que me inicies en la degustación. Y eso no es todo. A cambio, tú descubrirás el mundo del cómic. Te traeré libros, iremos a visitar a autores… y a viticultores. Todo esto no es moco de pavo, eh… Me tendrás por aquí durante meses. Te va a llevar mucho tiempo." Este es el pacto, el presupuesto de partida de Los ignorantes, que de ahí en adelante detalla la enriquecedora experiencia compartida por los dos amigos.

Davodeau sabe mucho más de historieta que de vino, y seguramente por eso, y porque nos hallamos frente a un autor de una enorme curiosidad, el lector encontrará aquí bastante más información sobre el vino, su fabricación y degustación, que sobre tebeos. Y es que estos últimos casi siempre aparecen como contrapunto de la fascinación provocada por la tierra y sus secretos, o mejor dicho, por la interacción de la tierra con el hombre; y como pago obligado a la intensa labor realizada en las viñas. Hay, por ejemplo, una pormenorizada visita a los talleres editoriales y la imprenta al comienzo del álbum, y, más tarde, la descripción de una reunión editorial, y en estas dos secuencias se revela, tanto como en lo agrícola, la mirada materialista de Davodeau, cálida y reconfortante en los tiempos que corren. Las labores del campo reafirman la misión del artista, y en esto sale ganando el lector, y el escepticismo de Leroy y su falta de prejuicios en cuestiones artísticas traen cierta sensatez al conjunto.

Davodeau ha ido fabricando con los años un estilo limpio y elegante, que sirve al discurso sin artificios y se disfruta como si se tratase de una buena charla, una sobremesa, una reunión de amigos. En una carrera de exposición ideológica constante, Los ignorantes es un paso adelante en la construcción de un discurso atractivo y reformador, que acerca el cómic a lugares complejos, con una sencillez pasmosa y sobresaliente.

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