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Elogio del infantilismo

Para los no iniciados, esos que acaban de llegar a La Casa Azul a través de su frustrado concurso para representar a España en Eurovisión, habría que explicar que el grupo no es tal cosa, sino un sueño pop modelado por un activista militante del género. Un fanático de carácter obsesivo fascinado por algunos de sus más reconocibles iconos. Desde las cantantes indolentes de los 60 y 70, hasta la tradición orquestal del pop de festival televisivo; desde el gusto retro por las bolas de espejos de las discotecas de los 70, hasta el pop nipón o el de los indies más trendy.

Su nombre de guerra es Guille Milkyway y antes que músico es consumidor compulsivo de discos y canciones, algo que se pondrá de manifiesto a lo largo de su actuación. Para llevar adelante su proyecto diseñó hace años una imagen prefabricada en la que todo era perfecto, desde el estilismo y el cutis de sus falsos miembros hasta los arreglos luminosos de sus himnos adolescentes. Conforme avance el show también dejará patente su acusada timidez. Y con ella mostrará que la parafernalia que ha creado a su alrededor, ese mundo fantástico de eternos púberes inmunes al envejecimiento, es más que una apuesta estética. Parapetarse tras el colorido de sus diversos clones idealizados se convierte en una opción vital. En un momento dado, al programador de la sala le pareció que el artista estaba poco iluminado y rápidamente se trasladó al control de luces para hacer la indicación. Nada cambió. El protagonismo siguió recayendo en las pantallas que funcionan como un alter ego del autor.

Guille renuncia a ejercer de chamán en favor de su invento. Precisamente él, que es el artífice de una ensoñación tan colorista y el creador único de ese universo musical absolutamente pop. Pero en realidad todos los que estaban allí la noche del jueves ya sabían esto. Sabían mucho más. Sabían que durante hora y media nadie les iba a recriminar ni mirar de soslayo por entregarse apasionadamente al utópico sueño del eterno adolescente. Por sentirse Peter Pan en comunión con el resto de otros cientos de Peter Pan. El mismo Guille Milkyway hizo un elogio de las edades de iniciación y de sus sentimientos tan genuinos como arrolladores. No pienso pedir perdón por ello, vino a decir. Y llenó la sala con sus destellos de felicidad melódica, con sus estribillos impúdicamente alegres, con sus arreglos majestuosos y sus ritmos contagiosos y súper adherentes como los antiguos chicles con azúcar.

Su cultura musical alcanza también el pop más tecnificado y lúdico de los 80, y su ingenio para componer melodías de las que te hacen creer que la música y la vida son la misma cosa. Y si no lo son bien que deberían, pues la una hace mejor a la otra. Así lo entendió toda la sala, que coreaba y bailaba sus himnos con una entrega que hubiera despertado la envidia de Pet Shop Boys o de Dinarama.

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