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Espiritualidad y emoción

El segundo ciclo matinal del Festival de Granada lleva el sobrenombre de Amor humano, amor divino; con este nombre se quiere explicar el contenido de los programas que entre ayer y hoy se presentarán en los conciertos matinales, y que se dedican a repasar algunas de las obras más emblemáticas de la música litúrgica de los últimos tres siglos.

El primero de estos programas estuvo a cargo de la Orquesta Ciudad de Granada, acompañada por las voces del Coro de Cámara del Palau de la Música Catalana y de las voces blancas del Coro de la OCG. En el puesto del director estuvo Pablo Heras, un novel en el Festival de Granada, aunque trae tras de sí un breve pero interesante currículum internacional. En los atriles, dos obras que por su concepción y estética pertenecen a la modernidad: la Misa núm. 2 en Mi menor de Anton Bruckner y las Tres pequeñas liturgias de la presencia divina de Olivier Messiaen.

El concierto se abrió con la obra de Messiaen, que está escrita para voces femeninas, cuerdas, piano, ondas Martenot, celesta, vibráfono y percusión. Estas tres joyas de la espiritualidad del compositor reflejan las tres formas de presencia de Dios para el hombre: "Antífona de la Conversación interior" (Dios presente en nosotros), "Secuencia del Verbo, Cántico divino" (Dios presente en sí mismo) y "Salmodia de la Ubicuidad por amor" (Dios presente en todas las cosas). El resultado es un tríptico enormemente coherente que nos transporta a un universo celeste, con múltiples efectos tímbricos que potencian el sentido del texto, escrito por el propio Messiaen. Todo el conjunto de músicos ha estado sublime en su interpretación, pero hay que destacar el papel de la pianista Diana Baker y de Philippe Arrieus a cargo de las ondas Martenot.

De la espiritualidad contenida pasamos a la emotividad litúrgica de la Misa en Mi menor de Bruckner. Frente a Messiaen, la partitura bruckneriana ofrece un interesante contraste, ya que está estructurada en dos coros de voces mixtas con acompañamiento exclusivamente de vientos. Su interpretación requiere de un equilibrio entre la expresividad de las voces y la brillantez del conjunto instrumental, ya que solo de este modo se consigue transmitir la fuerza interior y el dramatismo de esta misa. Nuevamente, Pablo Heras ha conseguido extraer el sonido deseado a la sección de vientos de la OCG, y ha dirigido encomiablemente al Coro de Cámara del Palau para construir con habilidad de experimentado orfebre el complejo contrapunto vocal que contiene la partitura.

Hay que dedicar un momento a comentar el gran salto interpretativo que ha dado Pablo Heras. Conocido en Granada como director de coros, tras varios años de estudio por Europa vuelve convertido en todo un profesional de la dirección. Su gesto claro, la íntima comunicación conseguida con la orquesta y el coro y la meridiana comprensión que ha mostrado del repertorio lo señalan como una de las grandes promesas de la dirección española. Hay, por tanto, que reconocerle el mérito, pues en gran parte ha sido gracias a su trabajo y constancia; ha sabido rodearse de los mejores modelos, y extraer de cada uno sus mejores enseñanzas. Por todo ello, y por el maravilloso concierto ofrecido, mi más sincera enhorabuena.

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