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Europa y la fiebre de los premios

  • La Academia del Cine Europeo, que este año ha premiado a Michael Haneke, aspira a dotar de identidad y 'glamour' al cine europeo previamente sancionado

Si bien Gilles Lipovetsky (La pantalla global) no la cita de manera explícita como una de las numerosas manifestaciones de la paulatina cinematografización del mundo contemporáneo, la creciente e imparable tendencia a otorgar premios a cualquier profesional (particularmente del mundo del espectáculo) es una de las más claras consecuencias de esta cinevisión en la que cuesta trabajo separar la realidad de su imagen-cine. Contagiado por el glamour de los Oscar, el mundo hipermoderno se ha lanzado a una vorágine de celebraciones y fiestas profesionales -desde las instituciones oficiales, pero también desde otros medios satélites que las legitiman- en las que no queda títere sin estatuilla, creador sin reconocimiento o técnico sin su correspondiente discurso de agradecimiento.

Fruto de esta dinámica, a algunos avispados productores del cine europeo se les ocurrió venderle la moto de unos Premios Europeos del Cine a los burócratas de Bruselas, aprovechando el tirón del espíritu comunitario con un nuevo pretexto, llamémosle "la identidad cultural e industrial del cine europeo", para repartir fondos bajo los focos de un espectáculo del autobombo y, de camino, echarle un pulso (perdido) al cine americano bajo la bandera de la "excepción cultural".

"Fundada en 1988 -citamos la web oficial de la institución-, la European Film Academy reúne a más de 2.000 profesionales del cine europeo con el ánimo común de promocionar la cultura cinematográfica europea. A lo largo del año, la EFA interviene y participa en una serie de actividades relacionadas con la política cinematográfica así como con sus aspectos económicos, artísticos y formativos. Su programa incluye conferencias, seminarios y talleres cuyo objetivo común es establecer un puente entre la creatividad y la industria. Estas actividades culminan con la presentación anual de los European Film Awards". Efectivamente, como nos temíamos, la "política cinematográfica": se trata de cultivar la autoestima y, cómo no, de repartir premios a la familia. En sus propias palabras: "poner en relieve la calidad y variedad del cine europeo, adquirir nuevos espectadores para el cine europeo y llamar la atención sobre los jóvenes talentos europeos". Pero, ¿de qué comunidad cinematográfica hablamos?, ¿cuál es el cine europeo que se premia cada año?, ¿qué representatividad real de su diversidad se pasea por esta nueva pasarela? Y, más aun, ¿qué repercusión tienen estos premios en su propósito? A poco que uno revise los reglamentos y la historia de los Premios EFA, se dará cuenta de la poca transparencia y desequilibrada representatividad del proceso de selección, de que se ha optado casi siempre por refrendar el prestigio adquirido de antemano o, a lo sumo, por sentenciar nuevos talentos previamente descubiertos por Cannes o avalados por la taquilla local: si Amelio (Ladrones de niños, L'America), Von Trier (Rompiendo las olas, Bailar en la oscuridad), Haneke (Caché, La cinta blanca), Loach (Riff-Raff, Tierra y libertad) y Almodóvar (Todo sobre mi madre, Hable con ella) son los cineastas-autores más premiados en las 22 ediciones, Alemania (La vida de los otros, Good bye, Lenin!, Contra la pared), Italia (Gomorra, La vida es bella), Reino Unido (The Full Monty), Francia (Amélie) y España parecen ser los países recurrentes para trazar el mapa oficial del cine europeo, no en vano, también son los países con más votantes en la Academia, duplicando al resto. Tal vez para evitar sospechas de poca pluralidad, en ediciones recientes, y siempre previa sanción de Cannes, se han reconocido títulos que sirven de coartada geopolítica para el nuevo paisaje europeo, véase el caso de 4 meses, tres semanas y dos días, filme-avanzadilla de la nueva ola del cine rumano.

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