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Filisteísmo militante

  • Destino publica por primera vez en España la primera novela de Kingsley Amis, una ácida y divertidísima sátira del mundo universitario de provincias

Por esas paradojas de la posteridad, el nombre de Kingsley Amis, que fue uno de los novelistas más celebrados del grupo de los young angry men, ha pasado a ser poco más que una nota al pie en las solapas de los libros de su hijo, el también aclamado novelista Martin Amis, que ha contado con admirable sinceridad en las páginas de Experiencia -sus excelentes y atípicas memorias- la difícil relación que le unió a un padre que nunca llevó bien la exitosa carrera literaria del autor de Campos de Londres. Contemporáneo de Pinter o Murdoch, Amis padre continuó con brillantez la muy británica tradición de la novela satírica, en una línea claramente emparentada con el primer Evelyn Waugh, al que se aproxima por un humor ácido y descarnado que no tiene nada de blanco.

Curiosamente, si disponíamos de algunas de la novelas de Kingsley en castellano, que pueden aún encontrarse en librerías de viejo, faltaba una traducción (en España, porque hay constancia de una edición argentina publicada por Sudamericana) de la primera y más conocida de todas ellas, Lucky Jim, y este hueco ha sido al fin cubierto por una estupenda versión, la del narrador y poeta José Manuel Benítez Ariza, a la que sólo puede reprocharse el título, que suena bastante peor que el original.

Jim Dixon es un joven profesor enfermo de indolencia, aficionado a la bebida y absolutamente escéptico sobre la condición humana, que busca sobrevivir como sea en un ámbito, el universitario de provincias, en el que se considera con razón un intruso. No se engaña sobre su falta de actitud y condiciones para formar parte de un mundo que desprecia, pero su mirada es igualmente implacable a la hora de juzgar el deprimente entorno que le rodea. A él podría aplicársele esa fórmula, filisteísmo militante, con que la crítica definió las intenciones de Kingsley. Dixon es pues un "joven airado" y un antihéroe, pero no, como también se ha afirmado, un hombre corriente, pues su insuperable tendencia a buscar y buscarse problemas lo separa del común de las gentes, que se limitarían a sobrellevar el hastío donde él, no puede evitarlo, persigue la batalla. Su furia, acompañada de muecas que expresan su irritación o su asombro, es el vehículo para una impugnación frontal del establishment académico, donde hay profesores de historia medieval, como él mismo, que no sólo no sabrían decir muy bien qué cosa es la escolástica, sino que ni siquiera se plantean la a su juicio ingrata tarea de averiguarlo.

La combinación del ingenio, la inteligencia y la causticidad depara no pocos momentos geniales, así la desastrosa velada en la casa del mentor, el impagable retrato de éste como insufrible diletante, la encarnizada pugna con el hijo artista, el hilarante episodio de las sábanas quemadas o la disparatada conferencia que precipita el final de la carrera académica de Jim. Pero junto a la burla inmisericorde de los biempensantes -hipócritas, aburridos, mezquinos, pedantes- se cuelan consideraciones bastante sensatas, como la que señala como indeseables a las personas adictas a la tensión emocional, y pasajes a la postre conmovedores, como toda la secuencia de sucesos que conduce al imprevisto happy ending.

Hay en Lucky Jim una frescura que es imperecedera y al mismo tiempo muy de época, muy fiftie, porque las causas de la rebeldía de Dixon no están nada claras, y en todo caso tienen más que ver con un espíritu golfo y casi diríamos destroyer que con la denuncia bienintencionada de la inercia y los malos hábitos del sistema universitario, que el protagonista no se propone cambiar en ningún caso. No extraña el impacto extraordinario que tuvo la publicación de la novela en 1954, pero es que más de cincuenta años después sigue siendo una lectura divertidísima, a la altura de cimas del género como Decadencia y caída de Evelyn Waugh. Resulta en fin inevitable pensar en la evolución posterior de un novelista que acabó convertido, un poco al modo del propio Waugh, en una caricatura del conservador irascible en su variante más atrabiliaria.

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