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Fluya mi historia, dijo el novelista

  • Mañana se conmemora el 30 aniversario de la muerte del escritor Philip K. Dick, uno de los clásicos indiscutibles de la ciencia ficción · La editorial Minotauro está publicando sus obras clave

Al igual que aquellas bolas de nieve que rodaban ladera abajo en los dibujos animados de antaño, el prestigio de Philip K. Dick no ha dejado de crecer desde su muerte el 2 de marzo de 1982, mañana se cumplen treinta años. Además de reeditarse sin interrupción, una docena de relatos suyos han sido adaptados a la gran pantalla en estas tres décadas, lo cual indica que el interés por su obra no se circunscribe al círculo de fanáticos de la ciencia ficción. El universo narrativo de Dick se aquilata con el tiempo y, a pesar de su irregularidad, arrastra a píos y convierte a impíos de manera inexorable. E implacable. Numerosos compañeros de viaje reconocen su ascendiente: Ursula K. Le Guin, una autora nada proclive al elogio, escribió: "La mayor parte de los críticos ha pasado por alto el hecho de que Dick nos entretiene con realidad y locura, pecado y salvación. Pocos caen en la cuenta de que [en Estados Unidos] tenemos a nuestro propio Borges"; unas palabras excesivas, pero no diría que desatinadas. Borges y él compartían un mismo interés por la metafísica y la teología, el extravío y la catarsis, la duda y la revelación.

A estas alturas nadie osaría discutirle el estatus de grande del género, de ahí que la editorial Minotauro haya incluido ya tres títulos de Dick en su colección de clásicos: El hombre en el castillo (1963), una sugerente ucronía que especula con una alternativa histórica aterradora: la victoria final del eje Berlín-Roma-Tokio al final de la II Guerra Mundial; Ubik (1969), una fábula en torno a mundos virtuales que grandes consorcios pondrían a disposición de sus clientes a fin de que, tras su muerte, sigan "viviendo" una ilusión de vida; y recientemente Fluyan las lágrimas, dijo el policía, una de sus obras más persuasivas, ganadora del Premio John Campbell Memorial a la mejor novela de ciencia ficción y finalista de otros dos prestigiosos certámenes, el Premio Nébula y el Premio Hugo. El arranque de Fluyan mis lágrimas, dijo el policía es genuinamente dickiano: Jason Taverner, un famoso cantante con varios discos en las listas de superventas, presentador de un programa de televisión con una audiencia de más de treinta millones de espectadores, se despierta una mañana para descubrir que nadie sabe quién es o quién fue una vez.

Esta circunstancia, además de aterradora, tiene un plus de peligrosidad añadido: en la ficción, Estados Unidos está bajo un régimen policial y, en caso de ser atrapado sin documentación, cualquier persona se arriesga a pasar el resto de sus días en un campo de trabajos forzados. El protagonista inicia un intrigante Vía Crucis en pos de su identidad o de un puñado de documentos, no importa si falsos, que creen una apariencia de identidad. En el trayecto, Taverner descubre indicios de que posiblemente esté viviendo un espejismo provocado por un alucinógeno; lo terrible es que los efectos de dicha droga no sólo afectan a la percepción de la realidad, transforman la realidad. Fluyan mis lágrimas, dijo el policía es un muy sugerente aggiornamento de aquella antigua idea, tan cara a Borges, de que quizás no seamos más que el sueño imperfecto de un dios durmiente que podría despertar en cualquier momento. Aunque no es imprescindible para degustarla, quizás convenga recordar que, a partir de la publicación de esta novela, Dick empezó a temer que la CIA lo estuviera espiando por haber revelado ciertos experimentos ultrasecretos financiados por el gobierno.

Cuando escribió Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, Dick había probado todos los estupefacientes de la farmacopea del tiempo y desarrollado varias manías persecutorias -entre las cuales, la de la CIA era la más verosímil-, pero erraríamos de lleno si achacáramos estos recelos a los efluvios de una mente plagada de muescas. Philip K. Dick estaba como una regadera; sin embargo, sus intuiciones no son tan insensatas como pudiera parecer a simple vista. En esos futuribles Estados Unidos, un programa de esterilización ha acabado prácticamente con la raza negra; como está prohibido fumar, la gente organiza fiestas clandestinas de cigarrillos; y merced a ciertas doctrinas de baratillo sobre la bondad de los animales domésticos, la ciudadanía tiene "gatos obligatorios" en casa... Lo que hace Dick es dar cuerpo a presentimientos o temores que el tiempo ha corroborado a su manera. Las recientes Leyes Antitabaco están empujando a los fumadores a reunirse en grupos apartados para echar un pitillo, como parias, y me consta que más de uno, al adoptar ciertas mascotas, sigue únicamente los designios de la moda.

En cuanto a esos obscuros episodios de esterilización bendecidos o ignorados por el inquilino de turno de la Casa Blanca, recuérdese el apoyo logístico y económico del gobierno estadounidense al de Alberto Fujimori para esterilizar a trescientas mil indígenas peruanas recientemente destapado. Philip K. Dick no especulaba sobre arquitecturas del futuro, sino sobre las acciones de las que son capaces los hombres del presente.

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