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García Román: El fósforo que prende entre la sintaxis y la utopía

  • DVD lanza el nuevo libro del poeta granadino, que rastrea por los vasos comunicantes del lenguaje

"Viene el viento cargado de cintura" para la poesía española. Y el nuevo libro de Juan Andrés García Román, del que tomo la cita, aporta uno de los soplos más personales de los últimos años. Digamos que este joven autor (Granada, 1979) ha encontrado el imposible punto en que se tocan las líneas paralelas de las escuelas estéticas, el matrimonio entre conciencia elegíaca y surrealismo o entre lo íntimo cotidiano y lo culturalista (pero un culturalismo sin pedantería, que aplica como nunca he visto el dato intelectual al latido emocionante en sucesivas lecciones de sabiduría sentimental). Una poética, en fin, la suya, sorpresivamente original y, sin embargo, certera, sin trampillas ni zonas de tránsito. De hecho todo el libro viene a ser un largo poema, 'el poema soñado', el poema total, ese que lanza una red de vínculos heterogéneos y arbitrarios, sí, pero irresistibles. Esa es la lógica argumental de El fósforo astillado: un rastreo por los vasos comunicantes del lenguaje en que se invita al lector a que entre, participe y complete. Cada poema es un poema de a dos y, así, vendría a proponer un acertijo cuya interpretación (que no su respuesta) es la llave para abrir el siguiente poema, para pasar al siguiente acertijo. Un laberinto plegado donde cada puerta de salida se abre a otra puerta de salida, separadas ambas por el recibidor del poema.

Si obviamos la estructura implícita de ópera de cámara (con su director, sus actores, su escenógrafo, su apuntador...), comprobaremos cómo gusta García Román de hacer ironía con los asuntos que resultan graves al yo poético, los que son su motor: la voluntad de lo bello, la cuestión de la fe (entre la devoción y la parodia), el amor inasible, las caras de la muerte, las fugas de la realidad, etc. Y todo esto lo hace sin pose ni grandes artificios, antes al contrario: "Verán: el yo lírico es uno de esos saquitos/ con una cara dibujada a los que les crece/ un pelo de hierba verde cuando se los riega" (p. 59). Digamos que reviste la expresión de sus desasosiegos con una sutil pátina humorística que las vuelve amable, las desacraliza: "Una barba nacía en el rostro de un viejo y acababa en el rostro de otro viejo a su lado:/ boomerang, algo que tiene principio y otra vez principio,/ y no principio y fin" (p.27).

De este material se hacen los textos: una implosión de imágenes que expanden el poema (su idea) en sucesivas ondas pero sin perder su centro, su onda nuclear. A veces restan dramatismo a la exposición de una idea: "Primero la pata y detrás los patitos:/ por ese orden los sacaste de la cacerola", (p. 21); y otras veces infantilizan entre el asombro y el misterio: "Tú lo dices: despegarse la herida como una pegatina" (p. 70). A este respecto cabe destacar los Cuadernos del apuntador, breves anexos a los poemas que los matizan por aquí o los subrayan por allá, pero siempre desde ese ánimo inocente que la mirada del García Román adulto se niega a abandonar: "Jesucristo se lavaba con jabón una de las manos, pero no se enjuagaba. Entonces, se soplaba la llaga de la cruz y de ella salía una estampida de pompas ante los ojos maravillados de los niños" (p. 28); "Al volar, Supermán eleva el puño cerrado para tomar altura: es un superproletario" (p. 36); "El ataúd es un pinball en el que tú diriges al gusano" (p.88); etc. Humor que ampara, cinismo que enciende luz de vela para las reflexiones.

Es esa imaginación lo que preña y desborda el discurso. Cada poema contiene razones suficientes para construir varios buenos poemas independientes, pero a García Román le sobra talento, y lo derrocha admirablemente. No necesita dosificar imágenes porque piensa en imágenes; exhibe un escaparate de imágenes puras y todopoderosas (que no efectistas). Tanto lo creo que así que me resultan parábolas; algo elípticas, quizás, humildes en exceso, como escondidas de sí, pero parábolas en dicción y simbología: "Un botón en lugar de un dogma o de una idea. Abotonar las cosas a sus usos. Un botón que une la espalda del pijama de aquel que duerme al colchón.

Otro botón que une la palma de un guante con la de otro guante para obligar al rezo. En definitiva, una sutil dictadura consistente en botones dispersos por la piel de las cosas" (p. 80). ¿No hay aquí una velada censura a la uniformidad de gustos y costumbres contemporáneos? ¿Se trata entonces de poesía social? ¿Moral? ¿Fabulística? ¿Órfica? No, sí o todo a la vez. Eso dependerá de quien lo lea. Ya lo dije antes: poemas de a dos.

El REM de las cejas es que se ponen

[a volar.

Recién despertado, ser tú, ser

[sencillamente tú.

Tus lunares son cagaditas de

[mosca,

porque de niña eras pobre y te

[rodeaban los insectos.

Abrázame. No hables. Creo que

[si ahora dejaras de abrazarme

y dijeras mi nombre, me rompería en

[pedazos igual que un jarrón chino.

Pero en lugar de eso, has

[descorrido las cortinas

y los latidos nos han esculpido por

[dentro. La sangre

que blanquea la luz.

Un rumor de palabras susurradas:

la saliva del deseo, esnifar tu ceja

entre los cincelazos

de la respiración

del amor…

Luego, tomar el [cambio de sentido, trazar la curva de

la línea de tu mano que rodea

[el pulgar,

como si el pulgar fuera un compás

que ha dibujado una circunferencia

[mitad dentro de la mano,

mitad fuera, en el aire, saliéndose

[de ella:

lo que no te pertenece o el ciento

[volando.

Tu madre te contó que las líneas de

[la mano

son huellas que dejó una mariposa

[con sus patitas al forcejear

para escapar de tu puño

cuando eras pequeña y tu piel

[era blandita

y en ella se quedaban las marcas,

[las huellas,

como en el cemento fresco.

No digas tonterías. Gracias a tu

[ternura, estas mañanas

la mano de Adán y la de Dios andan

[entrelazando sus dedos

y Dios tira de la mano de Adán y le ayuda a ponerse en pie

como a un futbolista del otro

[equipo,

un futbolista con un dorsal que dice

[«Lázaro, Juan 11, 1-45».

No, «yo» soy Lady Lazarus.

[Pues entonces, levántate y ríe.

Y tu risa resbala sobre mí, rueda como

[un pequeño tambor de luciérnagas.

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