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Geografía de las cuatro cuerdas

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Existen dos elementos fundamentales sin los cuales no se entendería del todo la música del siglo XIX: el salón y el virtuoso. En una clara mímesis de los usos sociales y culturales de la derrotada aristocracia, la alta burguesía triunfante tras las revoluciones hizo suyas algunas pautas de definición de sí y de puesta en escena de la propia identidad características de la antaño dominante nobleza. Junto al teatro y sus palcos, el salón burgués fue el escenario musical por excelencia de la era burguesa. No había familia importante en las ciudades europeas que no abriese sus estancias algún día a la semana para recibir a sus distinguidos invitados y obsequiarles con una selecta velada musical a la que se solía invitar a la figura musical del momento disponible en la ciudad, fuese ésta una afamada diva del bel canto, un notable pianista o un espectacular violinista. En este contexto es donde alcanza condición de posibilidad la floración de numerosos intérpretes-compositores que hicieron su profesión de la itinerancia por teatros, salas de conciertos y salones exhibiendo su maestría instrumental y componiendo pequeñas piezas a la medida de sus posibilidades de espectacularidad. Muchos fueron los violinistas-compositores que triunfaron en la Europa del XIX como virtuosos itinerantes, desde el demoníaco Paganini hasta nuestro Sarasate.

Nacido en Pamplona en 1844 y fallecido en Biarritz en 1908, Pablo Martín Melitón Sarasate es el mejor avalista de que no siempre música de salón y calidad musical estuvieron reñidos. Su obra se compone de piezas cortas y de enormes exigencias interpretativas y se centran bien en la elaboración de músicas y ritmos folclóricos,bien en la recreación de los más conocidos momentos operísticos, bien en evocadoras piezas de carácter. De todo tenemos en este disco de la mano brillante y sensible del violinista Ángel Jesús García. En las conocidas Danzas españolas Sarasatere elabora ritmos populares como la habanera, la jota o el zapateado, o canciones más o menos populares de otros autores (por ejemplo, la canción Bajelito nuevo de Manuel García en la sección central de la Malagueña), volcadas sobre el juego de dobles y triples cuerdas, pasajes en armónicos y todo el despliegue del que Sarasate era capaz (y que podemos conocer por las grabaciones que realizó en1904). La evocación de y las variaciones sobre pasajes operísticos están presentes en el Caprice sur Mireille de Gounod, mientras que de las deliciosas melodías de dulce y a veces azucarada melancolía, muy del gusto salonière, existe buena muestra con piezas de títulos tan característicos como Rêverie, Les adieux, Berceuse o Le sommeil. Sólo que ahora sonarán en nuestro salón.

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