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Gerald Brenan: Reencuentros en el Sur

  • Se cumplen cincuenta años desde la publicación, en 1957, de 'Al sur de Granada', una de las grandes obras del escritor

Hace cincuenta años, en 1957, se publicó Al sur de Granada, libro de Gerald Brenan convertido en un clásico, que tanto dice sobre la tierra en la que buscó cobijo hospitalario como sobre él mismo. Entre el libro de viajes, con marcados trazos de autobiografía, y el cuaderno etnográfico de un estudioso de la cultura a la que se aproxima, sus páginas, con su prosa ágil y sus amplios destellos de erudición, son el resultado de toda una serie de reencuentros del autor con los demás y consigo mismo. Sabido es que el joven Brenan, finalizada aquella Primera Guerra Mundial en la que tomó parte como oficial del ejército británico, tomó la crucial decisión de dejar su país, al que veía atenazado por la rígida cultura victoriana, para instalarse en otro cuyo ambiente le permitiera respirar en un clima menos asfixiante y conocer una cultura distinta de la suya, de la que esperaba que fuera marco propicio para completar la autoformación a la que aspiraba. Con esas pretensiones dejó Inglaterra para desembarcar en España en septiembre de 1919, en el puerto de La Coruña. Imposible ocultar la querencia orientalista y el impulso romántico de su viaje -aunque él marcara luego distancias respecto a ellos-, los cuales le llevaron a la búsqueda de una realidad social más exótica que la que pudieran ofrecerle las verdes colinas gallegas o las mesetarias estepas castellanas. Viajaba a España queriendo instalarse en el sur, en Andalucía, eligiendo la Alpujarra como su destino.

La accidentada llegada a Yegen tras rodeos y caminatas en condiciones más que difíciles, entre ellas las debidas a la disentería por la que se vio afectado, culminó hacia mediados de enero de 1920, y de esa población de la Alpujarra oriental hizo su hogar durante diferentes períodos hasta 1934. Brenan, infatigable lector de los más variados géneros y estudioso autodidacta de muy diversas disciplinas, se instaló en el pueblo con una bien nutrida biblioteca. En ella ocupaba su lugar La rama dorada del antropólogo James Frazer, a quien en repetidas ocasiones cita en su libro Al sur de Granada y que bien puede considerarse como mentor de su particular tarea etnográfica llevada a cabo mediante su inmersión en la cultura alpujarreña de la época -a sus lecturas en ese terreno añadiría después sus contactos con Caro Baroja-. Como "observador participante" de la vida y costumbres de sus paisanos de adopción, Brenan nos ha dejado un legado de informaciones, datos y comentarios que constituyen un tesoro antropológico de indudable valor. No cabe duda de que su perspicaz mirada sobre todo lo que ocurría en un perdido pueblo de las faldas de Sierra Nevada es buena muestra de la capacidad de penetración de esa mirada sobre el otro propia del antropólogo. Bien es cierto que no deja de ser una mirada incómoda para los observados, por mucho que en el relato se cambien los nombres y por más que se haga desde la cercanía afectiva, los cuales pasan a ser registrados con virtudes y defectos en documento literario que queda a disposición de todos. No es menos cierto que no es mirada exenta de prejuicios -acusados respecto a los gitanos, por ejemplo- o cargada de la añoranza -expresamente reconocida por Brenan- por un mundo que llega a su fin. Así se hace notar en la idealización de ciertos rasgos de la vida de una comunidad cerrada y autosuficiente, que llega al extremo de ver elementos positivos en el analfabetismo que encontró o de apreciar de manera indulgente el caciquismo que, por lo demás, tan bien describe. Con todo, de la mano de ese mirar de quien se sabe agraciado con el "don de la observación" van asomando entre las líneas escritas por Brenan agudas apreciaciones de una gran lucidez. Llama la atención, entre tantas, su consideración acerca de cómo, en medio de los cambios que experimentaban las comunidades rurales de la Europa meridional en el primer tercio del siglo XX, "sólo lo iglesia, con sus rituales paganos, permanece". ¡Toda una declaración antropológica acerca de los estratos culturales que se superponen y ocultan en las manifestaciones religiosas!

Brenan encontró lo que buscaba: unos 'otros' diferentes que, además, le ayudaron a reencontrarse a sí mismo. El compartir vida con los autóctonos, el caminar solitario por los montes -a veces en largos trayectos hasta Granada o hasta Guadix, cruzando al Marquesado por el puerto del Lobo-, la lectura pausada de los más diversos autores -desde Platón y Spinoza a San Juan de la Cruz y Américo Castro-, el estudio parsimonioso de la flora del lugar y el conocimiento documentado de las culturas asentadas en el sur de España en tiempos remotos -como la argárica y la tartésica-, constituyeron los largos recovecos por donde transcurrió el rodeo de quien, a través de los otros, vuelve a sí mismo. Tal retorno no es a la mismidad que se dejó, sino a una mismidad transformada, incluso cautivada por la alteridad conocida y reconocida. Tal fue el recorrido del joven Brenan, que tras dejar Yegen pasó a instalarse en Churriana (Málaga) con quien para entonces ya era su esposa, Gamel, hasta que la guerra les obligó a marchar. Mas siempre para volver al sur de España -a Alhaurín el Grande, de nuevo en Málaga- y al sur de Granada, como ocurrió con el viaje a Yegen en 1953 para reencontrarse con el pasado que dejó atrás y del que iba a dar testimonio escrito.

Acumulando reencuentros, Brenan también había de dejar constancia de los que tuvieron lugar con los amigos británicos que pasaban por su casa: Dora Carrington, Lytton Strachey, Virginia Woolf..., y luego el pintor Roger Fry y el filósofo Bertrand Russell a comienzo de los treinta. De esos reencuentros brotó uno de los capítulos más interesantes de la obra, que en ese caso no trata sobre los habitantes de la Alpujarra, sino sobre esos visitantes ilustres, integrantes del 'grupo de Bloomsbury'. No deja de ser parte de la vuelta al "nosotros" al que originariamente Brenan se sentía vinculado, pasando por los otros que ahora eran testigos de esos reencuentros y comentadores extrañados de las rarezas anglosajonas. Miradas entrecruzadas, pues, aunque desde las posiciones asimétricas de unos y otros: la flor y nata de la cultura británica de la época, consciente de su superioridad incluso en su país -el mismo Brenan apuntaba a la "torre de marfil" en que se encastillaban hasta no percibir las amenazas que se cernían sobre su propio mundo- y la población de labriegos y pastores de un lugar recóndito, varado en el tiempo y sin más disfrute que el de su patrimonio de sol, aire, agua y silencio -vivía en la 'Sierra del Sol', esa Sulhayr que fue para los árabes Sierra Nevada-.

Con buen conocimiento del "laberinto español", Brenan pudo apreciar, tras la terrible guerra de 1936 a 1939, lo que ocurría en España tras el represivo silencio de la dictadura. La Alpujarra de los años cincuenta no era la de tres décadas atrás, como tampoco hoy es la de unos años antes. Afortunadamente, los cambios ocurridos al amparo de la democracia que hemos ganado, del desarrollo económico que ha tenido lugar, de la extensión al medio rural, aun en sus rincones más apartados, de la educación, la sanidad o los servicios públicos que disfruta la generalidad de la ciudadanía, han transformado de manera rotunda la realidad alpujarreña. Pero en medio de todo ello, ¿no quedó algo en el camino, como sospechaba nuestro autor? Releer Al sur de Granada, dejándose encandilar por sus minuciosas descripciones o a veces atrevidas hipótesis, es transitar por los caminos de los recuerdos legados por un espíritu viajero para reencontrarnos también a nosotros mismos. Aquí, en el sur, adonde Brenan volvió para morir.

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