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Innecesaria flagelación

human réquiem

Conjunto: Rundfunkchor. Obra: 'Un réquiem alemán, Op. 45', de Johannes Brahms, para solistas, coro mixto y piano a cuatro manos. Director musical: Gigs Leenaars. Director adjunto: Nicolas Fink. Solistas: Malin Christensson (soprano), Konrad Jarnot (barítono). Piano: Markus Hadulla y Philip Mayers. Escenografía: Jochen Sandig. Dramaturgia: Ilka Seifert y Sasha Waltz. Lugar y fecha: Palacio de Carlos V, 24 de junio de 2015. Aforo: Sin asientos, el público acabó sentado en el suelo, en el escenario o en los bordillos, entremezclados con los cantantes.

Confieso mi preferencia por escuchar las obras maestras de la música en su mejor versión y en su máxima intensidad que sólo se muestra, en el caso del grandioso y bellísimo UnRequiem alemán, de Brahms, utilizando una orquesta apropiada, un magnífico coro y un plantel de solistas de primera categoría, capaces de resaltar el enorme caudal de emociones. Por eso tiene que parecerme cualquier reducción -en este caso la llamada 'de Londres', donde se sustituye la opulencia orquestal con un piano a cuatro manos, versión que, por cierto, se ofreció hace poco en el Auditorio Manuel de Falla- algo secundario en un Festival que en su limitado ciclo sinfónico ocupa una fecha con una ocurrencia que puede resultar original en Berlín, donde hay infinidad de conciertos sinfónicos al año, pero menos en un evento con tan escasas oportunidades. Aún así, la primera vez que se programó aquí el Requiem fue otro 24 de junio de 1973, por la Orquesta y Coro Nacional de España, bajo la dirección de Rafael Frühbeck, precisamente el mismo año que la Filarmónica de Berlín, con Karajan al frente, ofreció dos conciertos en este mismo recinto.

La novedad consistía -aparte del reduccionismo que supone eliminar una orquesta por un pobre piano y convertirse el coro en exclusivo protagonista- en obligar al público a una innecesaria 'flagelación', al eliminar todos los asientos y sólo ofrecerle la posibilidad de sentarse en el suelo o sobre una alfombra y cojines que al final se repartieron. Un Réquiem no es precisamente un concierto de rock. Respeto cualquier innovación, pero me parece que para escuchar a un excelente coro como el Rundfunkchor Berlin, era innecesaria una provinciana perfomance berlinesa. No se acerca la música al público, como dicen los snob, sino que la misma incomodidad, el desplazamiento y movimiento de las sonoridades dificulta la concentración en obra tan admirable y conmovedora de la que, la verdad, muchas veces se goza más intensamente de ella con los ojos cerrados. De cualquier forma, siempre me he negado a aceptar imposiciones caprichosas de los organizadores, con la vieja y caducada idea de acercarse a la música de forma no estática, como aquella vez que obligaron al público del Festival a ponerse ridículos patucos para deambular alrededor de los músicos. También rechacé tajantemente sentarme el miércoles en el suelo, pese a la insistencia de algunas señoras del coro. Nadie va a obligarme a sentarme sobre una sucia alfombra para cooperar con la ocurrencia extramusical de muchedumbres al mando del pastor o pastora del rebaño, bajo el pretexto de otra forma de oír música, previa grotesca recomendación de los organizadores de ir mal vestido para la ocasión.

En fin, lo importante del medio concierto -es decir la parte coral, porque la pianística carece de relieve y lógicamente no puede suplantar el fundamental pilar sinfónico- sí mereció el reconocimiento del público y del crítico. El Runfordfunkchor es un formidable conjunto vocal, pleno de fuerza y calidad, aunque no pocos matices se perdieran en la dispersión y movilidad de las voces. La emoción, el dramatismo, la unción que corresponde a los salmos melódicos, con perfectos contrapuntos y fugados, fueron expresadas magistralmente. Y, además, la sesión vocal contaba con una solista, la soprano Malin Christensson -según el programa-, que desde cualquier lugar del Palacio hacía llegar su potente voz, con una intensidad dramática muy notable. Toda esa calidad sonora -incluso si había que prescindir de la orquesta, por imperiosa reducción, para una velada secundaria-, se hubiese disfrutado con más justeza desde un escenario o, en todo caso, diseminada en ocasiones por las galerías del recinto. Era, pues, absolutamente innecesaria la perfomance que, además no existió desde el punto de vista escénico, y, menos, la incomodidad como medio de acercamiento.

Como he confesado que soy de los que creen que lo importante de la música es la música y no otras cosas, se comprenderá que insista en la innecesidad de la 'flagelación' de la incomodidad para disfrutar sólo de una parte -la coral- de un Réquiem verdaderamente humano en su concepción, pero también hondamente espiritual, aunque sea desde una concepción luterana. A cualquier amante de la música cuando escucha un Réquiem - de ayer (Mozart, Verdi) o de hoy (García Román)- le interesa mucho más la grandeza, emoción y belleza de la música que otras consideraciones estrictamente religiosas. El obediente público aplaudió justamente con entusiasmo al coro y solistas. Pero no sé si estaba muy convencido de la necesidad del 'castigo' divino que no se encuentra entre las notas de Brahms. Esperemos que pronto nos lo ofrezcan de nuevo, completo y en toda su dimensión, que es como reconocemos mejor esta obra memorable, y podamos escucharlo sin que casi nos exijan, con rigor germánico, tirarnos al suelo.

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