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Ni Javier Perianes ni los Arrayanes necesitan altavoces

El pianista onubense toca en un entorno tan idílico como el Patio de los Arrayanes.

El pianista onubense toca en un entorno tan idílico como el Patio de los Arrayanes. / carlos gil

Los que hemos asistido y comentado los recitales en el Patio de los Arrayanes de pianistas como Rubinstein, Gieseking, Kempff, Badura-Skora, Alicia de Larrocha, Soriano, de cantantes como Victoria de los Ángeles o Jessye Norman, la guitarra de Andrés Segovia, entre infinidad de figuras de primera categoría que han utilizado la belleza y la sonoridad natural del recinto, sin amplificaciones técnicas de sus pianos, voces o guitarras nos tenía que asombrar escuchar el piano magistral de Javier Perianes a través de amplificaciones ante las que estuve tentado de levantarme e irme a escuchar un disco -como decía un crítico sevillano a mis espaldas- poniendo el aire acondicionado en el coche y no pasando el terrible calor de estas noches insoportables. Resistí, por respeto al intérprete y a quienes tengan la paciencia de leerme. Pero sólo la parte programada. Huí ante los posibles regalos porque me indigna que se mancillara así un recinto único, que tanta historia relevante guarda en las músicas ofrecidas en el Festival. Tuve la suerte de tropezarme en la salida con el director del certamen, que tan admirable edición nos está ofreciendo, donde me explicó que los amplificadores y proyecciones de sonido estaban obligadas por las condiciones técnicas exigidas, con la necesidad de tener un sonido envolvente para la grabación del recital por el canal Arte, en la que colaboraba el Patronato de la Alhambra y el Generalife.

Calmó mi indignación, y doy esta explicación a un amigo seguidor que me expresó su sorpresa por estos elementos anormales en un recinto de tales cualidades, pero me reafirmé en que ni la acústica del Patio de los Arrayanes ni siquiera el intimismo del piano de Javier Perianes, necesitan ningún tipo de aditivo, como ha ocurrido en los grandes o pequeños momentos en que hemos disfrutado de la magia del Patio, donde las notas de pianos, violines, guitarras o voces se reflejaban con absoluta naturalidad en las aguas de su alberca o entre las filigranas de sus arcadas. Superado el enfado, me concentré en lo escuchado, aunque a veces en esa especie de estéreo, entre las notas directas del piano y lo que percibido en el altavoz. Así que, esperando volver a escuchar la magia y la expresividad, honda, briosa, íntima siempre, cálida, limpia como el agua que sale del manantial de musicalidad de Perianes, sin aditivos de ninguna especie, tengo que reconocer la delicadeza y el lirismo que derrochó en Schubert, cuya Sonata en si bemol, la convirtió en un verdadero lied pianístico. O la profundidad con la que abordó ese homenaje a Le tombeau de Claude Debussy, que Falla escribió en Granada, o la sutilidad con la que interpretó esas páginas debussyanas, pensadas en una ciudad que amó a través de tarjetas o cartas que le enviaba su amigo Falla, como La soirée dans Grenade, La Puerta del Vino o la Sérénade interrompue, páginas que adquieren en este Patio de ancestrales silencios una vida muy especial. Recordaremos como ha sonado aquí Debussy, sobre todo en aquél recital dedicado íntegramente a su obra que nos regaló Walter Gieseking el 27 de junio de 1956.

Un bellísimo recital que hubiera degustado con tranquilidad sin tener la traducción del altavoz

Vuelvo a la realidad con la briosa versión de Perianes de El Albayzin, de la Iberia de Albéniz y el Falla que él sabe iluminar perfectamente en la suite para piano de El amor brujo, con su Pantomima, los sones de El aparecido o la Danza del terror, El círculo mágico, la delicada A medianoche, para terminar con una efectista, quizá demasiado virtuosista Danza ritual del fuego. Los que las hemos tocado -mal, desde luego- sabemos de sus dificultades para convertir el ritual en imagen interior del paroxismo expresivo. Cada vez que la escucho recuerdo la versión ideal que tenia de la misma mi maestro en el piano Francisco García Carrillo, el que coincidía en que el virtuosismo con la que la divulgó Rubinstein no le hubiera gustado a Falla.

Un bellísimo recital que hubiese degustado con mayor tranquilidad sin la mencionada inquietud de tener un oído en el piano en directo y otro en la traducción del altavoz, o como se llame técnicamente el reproductor del sonido original. Comprensión para los que miran, además de las condiciones de cada concierto, a la proyección que significa para la ciudad y para el certamen. La misma que pido para mi forma de ver y escuchar la música y todo lo demás.

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