letras | un personaje imprescindible de la cultura durante cinco décadas

Juan de Loxa, adiós al agitador cultural

  • Fallece en Madrid el intelectual granadino que revolucionó el panorama literario con 'Poesía 70'

"¿está Juan de Loxa?". "¿Quién lo llama?", respondía socarrón al otro lado del teléfono como preámbulo a una conversación que no iba a durar menos de media hora. Era uno de los pequeños ceremoniales con los que trufaba su relación con el mundo el gran poeta iconoclasta que falleció ayer en Madrid en voz baja, como sin querer molestar. Juan de Loxa había decidido quitarse 30 años de un golpe para acomodar su edad literaria con la edad de su DNI, por lo que su necrológica miente al detallar que tenía 73 años. Igual que también habría ladeado la cabeza con disgusto al leer los teletipos en los que se menciona su nombre y sus apellidos, porque Juan de Loxa fue su máxima creación. "Hay escritores que hacen de su vida, de su persona, su mejor obra, y Juan de Loxa es uno de ellos", dijo hace años Fernando Guzmán, autor del libro Granada y la Revolución 70. Pese a ser un autor deslumbrante, su gran mérito fue ser el nexo de unión de todas las generaciones de artistas desde la década de los sesenta.

Poesía 70 y Manifiesto Canción del Sur fueron un soplo de modernidad en la gris Granada de los últimos coletazos del franquismo y bajo su protección publicaron sus primeros poemas Luis Eduardo Aute o Joaquín Sabina. Su instintivo olfato de poeta le llevó a descubrir a los mejores escritores de Granada cuando éstos eran apenas unos brotes de persona y a crear un artilugio que hizo estallar las bases ideológicas de la poética: la revista Poesía 70, que sólo editó tres números, pero que serviría para darle vida al programa del mismo nombre en la emisora Radio Popular y al movimiento que luego sería conocido como Manifiesto Canción del Sur.

Creó la Casa-Museo de Lorca gracias a sus relaciones con los poetas del 27

Fue una revolución del gran activista cultural que removió los cimientos de la canción apadrinando a Enrique Moratalla, Antonio Mata y Carlos Cano, del que recordaba sus días en París viviendo en un cuchitril y compartiendo frío en la misma cama. "Pero sin tonterías, ¿eh?", apostillaba siempre que tenía la ocasión.

Apasionado por la vida y la obra de Federico García Lorca, fue el alma de la Casa-Museo de Fuente Vaqueros, a la que con su espíritu de acumulador fue llenando de manuscritos del poeta y de los integrantes de la Generación del 27, con primeras ediciones, cuadros, epistolarios, trajes de las obras de teatro lorquianas... "Es que era genial, coño", solía decir cuando hablaba del poeta de Fuente Vaqueros, al que profesaba un amor infinito lejos de solemnidades, como si acabase de dejarlo en la puerta de su casa tras una noche cerrando cabaretes. Ese espíritu de acumulador lo trasladó a su propia casa, una suerte de Casa-Museo Juan de Loxa atiborrada de mil recuerdos hasta casi el paroxismo, con todas las grabaciones de Poesía 70 junto a objetos rescatados de la basura que salvaba con ternura infinita por su belleza ajada.

Allí, junto a Plaza Nueva, convivía con los que hacía tiempo había declarado sus "herederos", tres muñecas de porcelana que le hacían compañía cuando se fueron muriendo sus grandes amistades con las que compartía confidencias y algún comentario malévolo del que vale más por lo que calla. Era su refugio frente a la nostalgia, un intruso que llegó a su casa sin permiso para instalarse definitivamente.

Últimamente arrastraba problemas respiratorios, aunque seguía fumando unos puritos aromáticos que se habían convertido en una de sus señas de identidad, como su barba blanca, un sombrero o la mirada cómplice de quien, en los últimos años, estaba viviendo de alguna manera su posteridad.

Con todo presentó hace apenas un mes en Granada su último libro, Juego y pesadilla en Pinito del Oro (Lápices de Luna) . "Es un libro para abrirlo por un sitio, leer un poquito y decir: Hay que ver cómo es Juan de Loxa, que nos está tomando el pelo. Y de repente, darse cuenta que, tras esa sonrisa, puede aparecer algo de drama personal de cada uno. Es para llevárselo a tomar un chocolate con churros y leerle un poema a los amigos y después olvidarlo. Para que ese ángel te persiga un poco pero sin agobiarte", confesaba en una entrevista publicada en este periódico.

Y esa fue una de las máximas de su vida, en la que con todo tuvo tiempo para darle un 'revolcón' al mundo del flamenco con su poesía hecha de letras y de carne en Camelamos naquerar, la obra con la que junto a José Heredia Maya lanzó un grito flamenco para reivindicar a los gitanos y llevar este arte a otro nivel lejos del folclorismo. Lo mismo hizo cuando se asoció con Mario Maya en Ay Jondo, otra reivindicación del pueblo calé que él amaba tanto por Federico García Lorca como por sus tiempos de estudiante en el Ave María, tiempos en los que nació su pasión por la copla, por Sara Montiel, Lola Flores, Pastora Imperio, Estrellita Castro... "Enseño mis tacones porque estoy mayor", dijo hace apenas un mes el gran agitador de la cultura que, finalmente, no publicará su libro de memorias del que tenía el título pensado desde hace 35 años: No es Dauro todo lo que reluce.

Ayer, cuando un amigo suyo llegó a casa tras conocer la noticia de su muerte, abrió una botella de vino de consagrar que le regaló hace años. Un homenaje póstumo a alguien que se tomó la vida tan en serio que no paró de hacer sonreír a todo el mundo con el que se cruzaba. Y cuando se iba dejaba un rastro de sabiduría, de fino sarcasmo.

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