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Laberintos fractales entre metales pesados

En la tabla periódica de los elementos, el acero, el hierro y el aluminio son simples metales. En las manos de Roberto Urbano, son obras vivas. El arte vuelve una vez más a oxigenar lo inerte; a convertir lo duro y pesado en figuras livianas y en movimiento que van abriéndose camino sobre un fondo monocromático. Lo manufacturado e industrializado es aquí algo orgánico y se olvida fácilmente su origen... La galería Arrabal & Cía exhibe hasta el próximo 5 de marzo Senderos, un conjunto de quince obras que parecen células flotando en la pared.

Urbano cuenta que el proceso parte de la caligrafía automática. Todo comienza sobre papel o tela. El artista dibuja sobre él sin levantar el lápiz, tratando de cubrir el mayor espacio posible con un solo trazo que nunca se corta ni cruza. Después lo digitaliza y con una máquina industrial trabaja con el acero, el hierro o el aluminio el dibujo. Acto seguido lo 'colorea' con pintura para coches, consiguiendo unos tonos muy brillantes.

A medio camino entre la escultura y la pintura, se crean formas más o menos con la misma proporción que son como laberintos fractales que han surgido de la nada. Si en la naturaleza no hay una sola línea recta excepto el horizonte, en el arte de Roberto Urbano ocurre algo similar. Las curvas protagonizan sus obras como senderos en medio de un gran bosque. Su intención es "crear una nueva imagen del trabajo con los metales. Cuando la gente piensa en alguien que trabaja con hierro o acero en su mente se dibuja una imagen de acero desgastado...Una imagen arcaica. No se suele reparar en los artistas que lo trabajan de una forma más limpia, con un lenguaje más actual".

El minimalismo escultórico de Richard Serra y la naturaleza conceptual de Bruce Nauman podrían ser dos ejemplos y precedentes de la obra de Urbano, que no deja de investigar y buscar un vocabulario icónico y protagonizado por tótems que representan diferentes identidades -como sus tiburones o sus peinetas-.

Arte sonoro

Senderos ya se pudo ver en el Ateneo de Madrid. Allí los espectadores tuvieron la ocasión de experimentar su Huella sonora, una idea que surgió en el artista cuando comprobó la ilimitada capacidad de los metales.

Todavía en proyecto, la idea consiste en que sea el público el encargado de activar las obras al desplazarse por la sala, a través de un sistema de sensores de movimiento conectados a unos mini vibradores industriales, colocados detrás de los cuadros, éstos provocan un temblor y con él, el rozamiento de las formas internas de las pinturas, que se alteran dependiendo del modo de actuar de los visitantes en el espacio artístico. Los sensores de movimiento: s.d.m. son camuflados con carcasas diseñadas para mimetizarse en el espacio. Aunque ha sido imposible trasladar tal mecanismo a la galería granadina, el artista confía en poder mostrarla muy pronto al público.

Roberto Urbano. Galería Arrabal & Cía. Hasta el 5 de marzo.

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