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El Londres que fue y no es

El relojero de Filigree Street se sitúa en este universo, casi siempre agradecido y evocador como pocos. En su novela de debut, Natasha Pulley nos presenta a Thaniel Steepleton, un joven telegrafista del Ministerio del Interior que se ve relacionado con un atentado feniano y que ha de indagar en torno a la vida del relojero Keita Mori, llegado en no se sabe bien qué circunstancias desde Japón.

Con un estilo ameno aunque simple, que podría situarlo en las estanterías de young adult, Pulley parte de una premisa atractiva -el fascinante ejercicio de computar la vida del otro- que no termina de desplegar en todo su potencial. Con un poco más de dedicación, con algo menos de impaciencia, el compromiso del lector con la historia y su implicación con los personajes podrían haber ido mucho más lejos.

El maravilloso universo de autómatas e ingenios a los que da vida el artesano Mori sitúa a la novela en el espacio liminal de realidad y ficción al que es tan caro el escenario del Londres decimonónico, muy cercano al imaginario steampunk. La historia, sin embargo, no va más allá -como decimos- de lo sugerente, reservando para las últimas páginas el elemento más inquietante de la trama -cuando lo interesante habría sido ir desvelándolo a lo largo del libro-, así como la enjundiosa relación que comprenden Steepleton, Mori y la heterodoxa Grace Carrow que, al cabo, parece presentarse y resolverse sin pulso.

el relojero de fligree street

Natasha Pulley. Trad. Aurora Echevarría. Lumen. 416 páginas. 16,95 euros

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