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El Mahler más luminoso y profundo de Zubin Mehta

Conjuntos: Orquestra de la Comunitat Valenciana, Cor de la Generalitat Valenciana (Franceses Perales, director), Coro de la Presentación (Elena Peinado, directora). Solista: Crhistianne Stotijn, mezzosoprano. Director: Zubin Mehta. Programa: Sinfonía núm. 3, en Re menor, de Gustav Mahler. Fecha: viernes, 24 de junio de 2011. Concierto inaugural del 60 Festival Internacional de Música y Danza de Granada. Lugar: Palacio de Carlos V. Aforo: lleno.

La noche inaugural del Festival, como se esperaba, fue memorable. El regreso al podium del Palacio de Carlos V -desde su última actuación en los dos conciertos con la ONE en 1968-, de Zubin Mehta y el programa con la Tercera Sinfonía, de Mahler, eran elementos claves para una jornada de excepción. Si además se contaba con una orquesta de la solidez, perfección y absoluta entrega de la Comunitat Valenciana -cuyos solistas, en especial el de trompeta, mereció ser sacado a saludar-, y de los coros de la Generalitat y el cada día más perfecto de las voces blancas de la Presentación, amén de una mezzosoprano capaz de extraer el dramatismo y la belleza del lied del cuarto movimiento, como es Christianne Stotijn, la jornada estaba garantizada.

No es fácil desentrañar el genio de Mahler, a veces oculto entre tanta diversidad de matices, temas, motivos, bajada a los pueblos y sus gentes, sus fiestas y sus fantasía; al enfrentamiento con los paisajes reales de la Naturaleza y sus elevaciones sobre la intimidad, la belleza, el drama, humano y estelar, de un mundo en formación y en deformación, como el mismo ser humano. De todo este mundo le hablaba el pasado viernes, en el comentario 'Muerte y transfiguración', referido a la personalidad del autor austriaco, del que se cumple el centenario de su muerte, y de su obra sinfónica, en especial de las dos sinfonías programadas en el Festival.

La Sinfonía núm. 3 en Re menor -conocida en las sesiones del Festival, con versiones incluso de un granadino, como Miguel Ángel Gómez Martínez, con la Orquesta y Coros de RTVE, el 7 de julio de 1984- es un monumental canto a la naturaleza y a la vida, como se ha dicho, pero también a la inteligencia y originalidad orquestal, a la profundidad de sentimientos que el genio del austriaco es capaz de envolverlos o contrastarlos con charangas, marchas, utilización de la orquesta como elemento vivo y natural. Para extraer tantos perfiles hacen falta dos cosas fundamentales en un director: una maestría para exponer toda la luminosidad de partitura tan rica y diversa en una orquesta que tiene que mostrar todo su talento personal en una tarea colectiva, para que ni una nota, ni un susurro, ni una disonancia precisa, ni unos efectos que pueden parecer escondidos o agazapados, para resurgir fulminantes; y, desde luego una especial sensibilidad para abismarse en su mensaje cuando llegan los instantes dramáticos, íntimos, bellísimos. Esos momentos que surgen, por ejemplo, en el lied del IV movimiento, -Lo que nos dice la noche-Sehr Langsam Misterioso-, sobre un fragmento del Zaratustra, de Nietzsche, donde la contralto describe la aparición del hombre, con sus grandezas y, también con sus dolores. La voz de la mezzo la hacer sonar Stolijn, con sensibilidad y calidad expresiva, conjuntada con los acordes de la orquesta que dirige Metha como si no hubiese diferencia en el todo melódico y musical.

Los encantos y sugerencias de este mensaje lo une Mehta prodigiosamente con Lo que me dicen las campanas de la mañana, con el coro de mujeres y de niños -admirable el de la Presentación, por su belleza y candidez-, canto al Dios justo en esa conmovedora Canción de los niños pobres que mendigan, donde Zubin Mehta logró, desde el instante en que suena la campana de la mañana, sumergirnos en la frescura, ingenuidad y conmovedora acción de la partitura.

Mehta sabe, como muy pocos directores, comprender no sólo la magnificencia y el jeroglífico malabar de la paleta orquestal de Mahler, sino abismarse en esas profundidades interioristas del austriaco. Los adagios de Mahler son tan intensos, tan bellos, tan conmovedores que, a veces, el público puede llegar a llorar de dos formas: por sentir horadadas sus fibras sensibles, su corazón, o llorar de frustración y rabia por no escuchar y experimentar lo esperado. Mehta logró lo primero: ponernos un nudo en el pecho y unas lágrimas en los ojos para adentrarnos en el universo pleno de uno de los grandes hallazgos de todos los tiempos musicales para expresar la emoción que debe contener toda música que se precie, sea de la época que sea. Lo que nos dice el amor, lleva como subtítulo ese adagio que, como no podía ser de otra forma, tiene que desembocar en una explosión amorosa, del autor con el público, de los mismos músicos con la partitura que le habrá hecho sufrir, pero también disfrutar al desentrañarla, al sumergirse en ella. Y, desde luego, al afortunado auditorio.

Los bravos se sucedieron, los aplausos y los saludos. Mahler fue elevado al altar de los genios que merece su obra, pero necesita del sumo sacerdote de la batuta que sea capaz de poner en orden y extraer, con la nitidez y hondura que utilizó Mehta, ese prodigioso mundo. Qué gran orquesta tiene España con la de la Comunitat Valenciana, con la que está trabajando hace seis años el director indio, con solistas de metales, de cuerda, de percusión, perfectos, elocuentes, brillantes. Y qué buenos elementos corales, apoyando o formando parte esencial de la partitura, con las voces femeninas y el coro de niños que cantaron con una finura y honda riqueza uno de los momentos claves de la obra, el que en su sencillez, nos sitúa en la verdad más cercana que las voces infantiles nos recuerdan, como siempre ocurre, pero que sólo genios como el de Mahler son capaces de traducir. Y genios, también, como el de Mehta para hacernos gozar en toda su dimensión. Lástima que la actuación de Zubin Mehta en el Festival se limite a un concierto. Emplazamos a director y organizadores o no mantenerlo ausente del certamen, ya que lo tenemos muy cerca, por ahora. Muy cerca geográficamente y muy cerca en el corazón de los auténticos amantes de la música.

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