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Máscara y verdad en Valle-Inclán

  • Debate publica cuatro inéditos de don Ramón, así como un nutrido epistolario con personajes y escritores de la época formado por 144 cartas, fechadas entre los años 1895 y 1935

Para un lector de Valle, éste es un libro singular y novedoso; pues a los cuatro inéditos incluidos, se une el atinado prólogo de Manuel Alberca, y un florilegio epistolar donde encontramos a un Valle-Inclán doméstico y altivo, minucioso contable de sí mismo, que queda muy alejado de la bizarra leyenda que él mismo fomentó, entre el desplante, la puya y la ocurrencia, a primeros del XX. Recuerda Alberca la biografía de Gómez de la Serna, donde Valle aparece como un formidable asceta con asomos de condottieri y ratos de Casanova. También se mencionan los ensayos de Francisco Umbral y la nutrida bibliografía, más fértil en citas y legajos, que rondan la figura de don Ramón, "el de las barbas de chivo", según dijera Rubén en feliz soneto. No obstante, concluye Alberca, la biografía de Valle-Inclán está por hacer, pues puja más el perfil legendario, el bulto innúmero de sus anécdotas, que los hechos desnudos que vienen a esparcirse en estas páginas. Así pues, el Valle inédito que se apronta y asoma en el volumen de ahora, lo es por dos motivos: por los textos desconocidos, y por la faceta burguesa, familiar, ordenada y tenaz, velada por el vaho de su leyenda. El lema de Bradomín: "Despreciar a los demás, no amarse a uno mismo", no necesariamente fue el de Valle.

Cuatro son los inéditos que incluye el libro: Sevilla, La muerte bailando, Bradomín expone un juicio y La marquesa Carolina y Bradomín. Son textos, los cuatro, de diferente época y diverso tono, pues unos pertenecen al ciclo de El Ruedo Ibérico (Sevilla, Bradomín expone un juicio, La marquesa Carolina y Bradomín), mientras que La muerte bailando pertenece, sin duda, a la época de Las guerras carlistas y al tono, entre devoto y cínico, en cualquier caso crepuscular, de Gerifaltes de antaño. Gracias al epistolario adjunto, podemos conocer el modo compositivo de Valle-Inclán: escritos sin vinculación espacio-temporal, que podían incluirse en cualquier punto de su obra, así como los gravámenes impuestos por la literatura de periódicos. Esto es, el folletín por entregas, donde Valle publicó la parte última de obra desde El Ruedo Ibérico al sincopado y feroz El trueno dorado, que ve la luz tres meses después de su muerte en el Ahora de Chaves Nogales. No vamos a entrar aquí a elucidar la íntima relación entre el medio (periodístico) y la obra en taracea de Valle-Inclán o los grandes folletinistas del XIX. Pero sí es necesario recordar, en contra de lo que se viene diciendo desde hace décadas, que periodismo y literatura, quizá desde finales del XVIII, son un mismo y vario fenómeno, que se acompasa al vertiginoso sucederse de la Historia.

Ningún admirador de Valle dejará de sorprenderse por las pulcras y amistosas cartas que se cruzaron Valle-Inclán y Benito Pérez Galdós. El "don Benito el Garbancero" de otros días, es aquí un amigo cordial y un lector atento del gallego. A lo cual se suma la gratitud y el respeto que ambos se profesan. Véanse también las cartas de Manuel Azaña, Antonio Machado, Menéndez Pidal, el conde de Romanones, Chaves Nogales, Rivas Cherif, Ignacio Zuloaga, Fernando de los Ríos, Manuel Aznar, don Jaime de Borbón, aspirante carlista al Trono, que lo ordena caballero de la Orden de la Legitimidad Proscrita, y nos encontraremos con un Valle-Inclán atento, grave y tradicionalista, muy alejado de la estampa al uso. ¿Quiere esto decir que el Valle inspirado y mendaz, el genio airado que glosó Gómez de la Serna, es falso? Probablemente, sí. Lo indudable, no obstante, es que su obra, la radical novedad de su literatura, dio pie a ese personaje iluminado y soberbio, con trazas de Bradomín y poseído de una cólera antigua. De este modo, el gigante Valle-Inclán hizo que confundiéramos lo visto y lo soñado, lo escrito y lo vivido, en su figura breve y cercenada. Glorioso Valle-Inclán, ínsula altiva en un siglo sin gloria.

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