Crítica cine

Melodrama de diseño

Un hombre soltero. Melodrama, EEUU, 2009, 99 min. Dirección: Tom Ford. Guión: Tom Ford, David Scearce. Música: Abel Korzeniowski. Intérpretes: Colin Firth, Julianne Moore, Matthew Goode, Ginnifer Goodwin. Cines: Cinema 2000.

Un melodrama de alto diseño que juega con el tópico del amor homosexual desdichado, incomprendido y solitario. Hubo un tiempo en el que, a las penas de amor que todos comparten, los homosexuales habían de sumar la persecución que durante tanto tiempo sufrieron con no menos intensidad con la que los negros padecieron el racismo o los judíos el antisemitismo (de hecho, los homosexuales compartieron su destino en los campos de exterminio, señalados por un triángulo rosa como los otros lo estaban por la estrella amarilla o los gitanos por un triángulo negro). Pero ese tiempo, afortunadamente, está pasando en las sociedades democráticas desarrolladas.

Sería por lo tanto la hora de contar también historias felices de amor homosexual, porque presentarlo siempre como trágico fue una forma de denuncia hace años, pero hoy tiene el involuntario tufo reaccionario de condenar la homosexualidad a la desdicha como si una fatalidad -y no circunstancias sociales y culturales que se pueden cambiar y se están cambiando- la predestinara.

Para ignorar la realidad de este cambio positivo el famoso diseñador Tom Ford, en su debut como realizador cinematográfico, ha tenido que saltar medio siglo hacia atrás y situar su historia en la Norteamérica de principios de los 60. Ello le ofrece tres ventajas: recrear el clima de persecución o represión de la homosexualidad y de autorrepresión de los homosexuales, situar la trama en una sociedad políticamente neurotizada que apenas salida del episodio maccarthysta entraba con la crisis de los misiles en una nueva fase de la guerra fría y recrear con exquisitez hasta excesiva una de las edades de oro del diseño, la moda y la arquitectura americana. El problema es que estas ventajas, sobre todo la última, le conducen a una autocomplacencia dramática y esteticista que daña a la película.

La novela de Christopher Isherwood (escritor anglonorteamericano, 1904-1986, autor de la popular obra Adiós a Berlín que inspiró Yo soy una cámara y Cabaret) en la que Ford se basa fue en el momento de su publicación, el año 1964, tomada como un valiente manifiesto a favor de la liberación gay.

Arrancarle el planteamiento argumental para revestirla de un look livianamente sofisticado la convierte, pese a algunos detalles de buen cine, la espléndida interpretación de Colin Firth y la presencia casi siempre dramáticamente eficaz de Juliane Moore, en un melodrama preciosista y narcisista donde los haya.

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