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Nuevo elogio de la locura

  • Traspiés recupera la 'El loco', una preciosa miniatura de Khalil Gibran entreverada por la milenaria tradición poética árabe

La locura como musa -no como diagnosis médica- cuenta con una egregia tradición literaria; bástenos recordar el fértil y, hasta cierto punto, envidiable desvarío del impar caballero don Quijote de la Mancha. En el ámbito del pensamiento -no en el de la psiquiatría-, lo irracional se ha propuesto como saludable alternativa a una razón que, al someterse exclusivamente a los preceptos de la lógica, corre el riesgo de fosilizarse; bástenos recordar aquel Elogio de la locura de Erasmo de Rótterdam, que recurría a la demencia para cuestionar esas verdades mayúsculas tan temidas. Cabe ver la locura, pues, como rebeldía, insolencia o estratagema. A esa cuerda, entreverada por la milenaria tradición poética árabe, debemos atar El loco, una preciosa miniatura de Khalil Gibran (1883-1931), un autor nacido en Líbano y que se fue a vivir (y a morirse) a Nueva York, después de un periplo que incluía Beirut, París, Boston, literatura, pintura, alcohol y drogas varias.

El loco es la narración en primera persona de un individuo que se otorga rango divino a sí mismo y se niega a integrarse en un mundo, éste sí, desquiciado. Para el protagonista su extravío es sinónimo de libertad y refugio pues, al ser los dementes ignorados por todos, el desinterés general los hace inmunes a la nefasta influencia de una sociedad rígidamente ordenada y permanentemente amenazada por fanatismos varios; en su visita a la Ciudad Bendita, el Loco se encuentra con que sus habitantes son tuertos y mancos al haber obedecido al pie de la letra aquella tremebunda sentencia bíblica que invita al creyente a arrancarse el ojo derecho, si éste le hiciera dudar, y a cortarse la mano derecha, si incurriera en el mismo pecado. La obra de Khalil Gibran --como señala Juan Pedro Monferrer Sala- participa de un nihilismo matrimoniado a un romanticismo radical que recuerda poderosamente el caso de William Blake. El loco es una apasionada, y esquinada, reivindicación de la diferencia, y la disidencia, en donde late un corazón melancólico: "Cuando nació mi tristeza la regalé con cuidados y la cuidé con amor y ternura -dice el narrador-. Mi tristeza creció como crecen todos los seres vivos: fuerte, hermosa, bella y radiante".

El loco, a través de un mundo desequilibrado y perturbador, ilustra sus reflexiones con numerosos ejemplos, algunos formidables, como el episodio de la madre y la hija que caminan sonámbulas por el jardín y en tanto duermen, se escupen su odio mutuo; y cuando despiertan, se intercambian palabras de cariño… En El loco, el lector saboreará vino nuevo de odres viejos; en definitiva, ¿qué es la literatura sino un continuo elogio de la locura?

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