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El Omena-G del porvenir

Compañía: Joglars. Intérpretes: Jesús Angelet, Jordi Costa, Ramón Fontserè, Minnie Marx, Lluís Olivé, Pilar Sáenz, Xavi Sais, Dolors Tuneu. Iluminación: Bernat Jansà. Vestuario: Dolors Caminal. Dramaturgia, espacio escénico y dirección: Albert Boadella. Lugar: Teatro Isabel la Católica. Fecha: viernes 17 de septiembre de 2010.

Vienen a darse un homenaje, se cumplen las bodas de oro de Joglars, que perdieron el 'Els' por el camino, la vereda singular que describe su trayectoria, el arte del mal-pensar, o el pensar -como dice Albert Boadella en el programa de mano- lo políticamente correcto, a la contra. Todo un clásico: Joglars se da un homenaje, sigue ahí, porque el Rey (los adalides de lo políticamente correcto) gusta de servirse del bufón. En fin, que la realidad es porosa y, lo políticamente correcto es incorporar -con salvedades y excepciones de las que bien sabe Joglars- el naderío a la contra, lo incorrecto.

Para sostener en escena el lúcido discurso de lo incorrecto, Joglars exhibe sistemáticamente la pulcritud, la corrección dramática técnica y formal más absoluta. Dramaturgia, puesta en escena e interpretación se muestran como un solo artefacto dispuesto para activar la fascinación, el placer y la conversación con el espectador.

A Granada nos llega 2036 Omena-g como por arte de birlibirloque, colado dentro de la programación del teatro con la cartelera más cajón de sastre y comercial-políticamente correcta de la ciudad, el municipal Teatro Isabel la Católica. Algo que nos sorprende y celebramos, desde luego. Desde el punto de vista discursivo, podríamos decir que se coló un lobo con pinta de cordero. Porque Omena-g, presentándose como la dulce caricatura futurista de los miembros de la compañía -formada ya por seres octogenarios- asistiendo a un acto en el que se les homenajea; sin embargo, viene a presentar, a contarnos un cuento mucho más crudo: con 25 años más asistiremos a la transubstanciación, la fagocitación, de la Banca en el lugar que hoy ocupa el Estado. Claro que el lobo trae pinta de cordero, y cada uno lee en la pieza hasta donde quiere y puede. El esquema dramático es sencillo. Se alternan escenas al hilo del acto de homenaje público junto a otras que versan sobre la cotidianidad de los octogenarios en el Ogar del Artista; un campamento de chabolas con el clásico régimen de servicios que se ofertan a la tercera edad -excursiones de ocio y cultura, enfermería y medicación, salas comunes para ver la televisión. Y en ese ping pong de escenas, la pala es siempre la Banca auto-publicitándose en la gran pantalla virtual de marco galáctico que sirve en el escenario como marco de fondo. Los intérpretes suben a sus dobles octogenarios con el rigor del método más preciso tanto en voz como en movimiento. La caricatura se pincela desde otro sitio: trazos en el vestuario, la escenografía y atrezzo -que abarca lo artesanal cotidiano y lo galáctico-virtual-, la clave desde la que se sirve una escena. Aunque la pieza decae puntualmente, cuando parece redundante remonta gloriosamente hacia un final rabiosamente esperanzador y placentero. Larga vida al bufón y al lobo.

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