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Pieza menor

Danza. Compañía: Les ballets C de la B. Intérpretes: Claudio Girard, Fatuo Traoré, Florence Augendre, Gil Ho Yang y Koen Augustijnen. Música: Kieth Jarrett y Walter Augustijnen. Dirección y coreografía: Koen Augustijnen. Lugar: Teatro Alhambra. Fecha: 6 y 7 de marzo.

A principios de los 90, en un recién estrenado Palacio de Exposiciones y Congresos de Granada, asistí por vez primera a un espectáculo -que me fascinó- de Les ballets C de la B. Ahora, veintitantos años después, en este montaje, Au-delà (Más adelante, en lo sucesivo, más allá) participan bailarines -a cuyo cuerpo se suma también el coreógrafo- que probablemente vimos en aquella pieza años atrás; continúan bailando cumplidos ya los cuarenta.

Independientemente de que nos complazca, que lo hace, esa libertad que se toma la danza contemporánea respecto al rigor de la clásica y sus cuerpos -salvo excepciones contadas- siempre jóvenes; Au-delà no sólo sube a escena cuerpos en su medianía vital, para hablar de eso, sino también para dar cabida a la melancolía.

El coreógrafo Koen Augustijnen retoma para ello la banda sonora de la juventud, el jazz repetitivo y experimental de Keith Jarrett, música que remite y cuestiona sobre qué queda ahora de aquel tiempo en el que uno pensaba que todo era posible.

Para responder a esa pregunta inventa Koen un espectáculo a medio camino entre la fantasía, un pequeño trazo de fondo que remite a la imaginación infantil -el origen, el niño-, y el sueño inquietante que a veces deja ver algo dolorosamente incisivo.

La pieza se despliega a partir de un guiño inicial a la fantasía, el cuento de la judía gigante, lugar del que van asomando los intérpretes a una escena, por lo demás, vacía. Cinco personajes en un lugar indefinido. Tan indefinido como en su conjunto resulta el grueso del espectáculo.

En Au-delà sucede que dice más el programa de mano que el propio escenario. La dramaturgia de la pieza resulta demasiado vaga, con coreografías y textos que no terminan de ser locuaces ni aislada ni solapadamente. Las coreografías, siempre corales se parecen demasiado unas a otras, repiten una misma lógica: cierta falta de sincronía o libertad mínima que se va sometiendo a un único rigor sincrónico final. Los textos dispersos aquí y allá, entre coreografías a modo de monólogos de cada bailarín, son un collage de tono coloquial en el que todo cabe para terminar por no hablar de nada.

Con todo, mientras suena Jarrett es hermoso ver el cansancio de los cuerpos conforme avanza la pieza, los matices que imprime a un mismo movimiento cada quién, o cómo asoma algo de poesía en algún que otro momento.

Montaje prescindible, irregular, pieza menor de una de las grandes compañías emblemáticas en la danza contemporánea europea, Les ballets C de la B, que nos ha hecho disfrutar en tantas ocasiones y a la que seguiremos prestando nuestra atención.

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