Crónica

Pieza a pieza para sellar el embrujo

  • Granada se rinde a los pies del Ballet Nacional de España en su espectáculo homenajea Antonio el Bailarín en el 20 aniversario de su muerte

  • El Teatro del Generalife, lleno

El Festival de Granada acogió anoche la majestuosidad del Ballet Nacional de España (BNE), mayor baluarte de la danza de este país. Con espectáculos que buscan inmortalizar las raíces de nuestra danza, así como con creaciones que juegan con las vanguardias, esta compañía fundada en 1978 con Antonio Gades como director, esta vez, y en Granada, da un par de vueltas hacia atrás a las manijas del reloj de pulsera de Chronos.

Con motivo del 20 aniversario del fallecimiento de una de las más preeminentes figuras de la danza española, el Director del BNE Antonio Najarro diseñó la pasada temporada un espectáculo homenaje a Antonio Ruiz Soler, mundialmente conocido como Antonio el Bailarín, en el que se repusieron varias de sus coreografías más emblemáticas. El tributo que se estrenó el pasado año consta de un programa dedicado íntegramente al coreógrafo, que fue también director del Ballet Nacional de España entre 1980 y 1983.

El Teatro del Generalife abrió los ojos con atención ante un espectáculo que buscó entre las entrañas de la historia del genial creador sevillano y que además se desarrolló en una de las epidermis profesionales más sensibles del homenajeado. De hecho, fue el propio Antonio El Bailarín quien inauguró en 1953 (en la segunda edición del Festival Internacional de Música y Danza de Granada) el teatro de los cipreses de los Jardines del Generalife, construido para albergar las sesiones de danza y ballet del Festival. Anteriormente, había participado en otros escenarios del festival como el Patio de los Aljibes y el Palacio de Carlos V.

El espectáculo que compartió anoche protagonismo con la brisa fría y el olor del Generalife -que no se puede, ni se debe, intentar delinear negro sobre blanco-, está precisamente basado en la que muchos consideran su más preciada coreografía, El sombrero de tres picos. De esta guisa y sin ambages, Antonio El Bailarín tomó tierra anoche en los jardines del Generalife, donde estrenó esta creación en 1958.

El Ballet Nacional que dirige Antonio Najarro recuperó, además de la mencionada obra, otras cuatro creaciones del bailarín, las más representativas de todos los estilos de la danza española (escuela bolera, flamenco, danza estilizada y folclore).

Comenzó el espectáculo, que tuvo una duración de casi dos horas, y lo primero que se pudo apreciar fue el embalaje de la magia que segundos más tarde empezó a desarrollarse. El cuerpo de baile entró en profundo silencio, con colorido vestuario y la quiescencia propia de los artistas que se mantienen en el último suspiro antes de comenzar.

A través de Eritaña (1960), Taranto (del ballet La Taberna del Toro, 1956), Zapateando de Sarasate (1946), Fantasía Galaica (1956) y el El Sombrero de Tres Picos (1958), se trae al presente parte de su extensa producción para lo que el director ha contado con el inestimable apoyo no solo de primeras figuras de la danza española, sino también de familia y amigos del bailarín que permitieron al ballet documentar y ayudar a reconstruir las escenografías originales.

La primera epifanía de la noche: 12 cuerpos y decenas de colores haciendo de trazos de color para la música. Con la primera pieza, Eritaña, de seis minutos de duración y música de Isaac Albéniz, los sentidos algo anestesiados por el frío comenzaron a cosquillear en los asistentes. La pieza de Albéniz, que fue estrenada el 9 de febrero de 1909 en París apenas tres meses antes de su fallecimiento, tuvo como pareja principal de baile a Débora Martínez y Sergio Bernal.

La segunda pieza, Taranto (La taberna del toro: estampa flamenca), también breve, de sólo 8 minutos, tuvo como protagonismo los movimientos y la raza flamenca que imprimiera Antonio el Bailarín al crearla. Su solista, Esther Jurado brilló de manera perpetua metida en un vestido de gitana rojo y blanco. De gestos comedidos pero furia en las maneras, la bailaora trasladó al público a 1956, año en el que esta pieza tuvo su estreno absoluto por Antonio el Bailarín y su Ballet Español en el Teatro Palace de Londres.

La tercera de las piezas breves, el Zapateado de Sarasate, con música de Pablo Sarasate, y la raza y músculo ágil del bailarín solista Francisco Velasco, que únicamente estuvo acompañado de la música de un violín, un piano y sus potentes taconeos. El artista, con traje negro y chaleco dorado hizo las delicias del respetable sobre todo cuando los focos perdieron vida y solo sus pies daban sonido al teatro.

Fantasía Galaica,el final de la primera parte y la antesala de El Sombrero de tres picos, llenó las tablas del teatro de bailarines con trajes típicos gallegos, empezando por la muñeira y acabando con aguadores y redecillas. Con Débora Martínez y Eduardo Martínez como solista, la pieza de una media hora de duración, recuperó el color de la escena en un incesante vuelo de cuerpos y chasqueo de dedos brazos en alto.

El gran espectáculo final, El sombrero de tres picos, con música del maestro Manuel de Falla, cerró una noche de prominente sabor a sur y olor a arte. El cuerpo de baile al completo arrasó con los impulsos de los asistentes en el despliegue de fantasía que contribuyó a desarrollar la escenografía, que gracias al empeño del ballet y su director seguía guardando la belleza original que lucía cuando era Antonio el Bailarín quien la llevaba en su espectáculo.

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