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Profundidad y lirismo

Vicente Tortajada Metropolisiana. Sevilla, 2009. 141 páginas. 18 euros

El poeta Vicente Tortajada, poeta deslumbrante y desconocido, moldeó su obra con dos magnitudes afines: la profundidad y el lirismo. Otros lo habían hecho con el trepidar violento de la tierra, como Neruda; o con el pormenor alegre de las cosas, como Jorge Guillén o Pedro Salinas. Tortajada, sin embargo, acude a un ignorado aspecto del canon moderno, el cual no es otro que la plasticidad del tiempo, su condición maleable, y a cuya naturaleza especular se añade la brusca melancolía de quien fabula o recuerda.

De entre todos los poetas del siglo XX, fue Borges quien practicó con mayor fortuna este juego de espejos en que la Historia, (la batalla o el héroe, la delación o el triunfo), viene a combarse felizmente en un poema. De modo similar, Vicente Tortajada recurrió a los anales del acontecer humano para urdir una obra en que la vida, su latir ciego y urgente, devolviera la fiebre, el temblor, su vana corpulencia, a lo pasado. No obstante, la singularidad de Tortajada es obvia. Mientras que en Borges triunfa la contención, la elipsis, una sutil minoración de las pasiones; en Tortajada es la Historia, su profundidad, más el carácter subjetivo de la memoria, quienes sostienen una obra cuya escondida vértebra es el amor visceral a la existencia.

En contra del ensayismo moderno, que cifra en el espacio una nueva poética, el hombre sigue siendo tiempo, memoria, recuerdo adulterado de sus pasos en el mundo. El hombre, en fin, sigue siendo el pavoroso custodio de sus recuerdos. Así lo entendieron Poe, Joyce o Malcom Lowry, tan admirados por Tortajada, cuando apacientan sus delirios en el ordenado cauce de unas páginas. Tortajada, poeta de varia y profunda erudición, usa de la Historia, de la pintura, de la música; usa de la religión y el rito, para componer un tembloroso atrio, una ardiente fantasmagoría, en la que la palabra, cual conjuro inocuo, rescata de la incuria del tiempo a seres ya cubiertos de ceniza.

El pasado aquí no es motivo de evasión, sino intento de clarividencia. No es sólo el personaje (Francis Bacon, Pessoa, Antonio Machado), lo que viene a convocarse en el poema; también el mundo que lo hizo posible, y el vago cúmulo de certezas que aquéllos aplicaron a su propia vida.

Hay en la poesía de Tortajada un inusitado vigor, una violencia alegre, que no es fruto únicamente de su adjetivación pictórica, de su composición en aguafuerte, sino que deriva de una perdurable emoción ante el extraordinario hecho de estar vivo. Probablemente sea la fugacidad, el raro sentimiento de esplendor que ella suscita, lo más característico en su obra. Al cabo, la Historia como ruina acelerada, la propia biografía como un espectro en llamas, no son sino facetas del torvo gotear del tiempo. De ello se deriva la vanidad de todo, un severo concepto de prodigio.

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