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Puente gótico hacia el final de la saga del mago

Reino Unido/EEUU, 2009, Fantástica. Dirección: David Yates. Guión: Steve Kloves. Música: Marco Beltrami.Intérpretes: Elisa Cuthbert, Daniel Gillies, Pruitt Taylor Vince, Michael Harney, Laz Alonso. Música: Nicholas Hooper. Fotografía: Bruno Delbonnel. Montaje: Mark Day. Intérpretes: Daniel Radcliffe, Emma Watson, Rupert Grint, Tom Felton. Cines: Ábaco, Alameda, Al-Ándalus Bormujos, Al-Ándalus Utrera, Aljarafe, Arcos, Cineápolis, Cineápolis Montequinto, Cinesa Plaza de Armas 3D, CineZona, Los Alcores, Metromar, Nervión Plaza.

Hemos visto crecer a niños actores en la pantalla hasta convertirse en adultos y hasta en ancianos, casos de Roddy McDowall, Mickey Rooney, Elizabeth Taylor o nuestro Jaime Blanch. Y hasta hemos visto crecer a un actor desde su infancia dando vida al mismo personaje, caso de Jean Pierre Leaud interpretando a las órdenes de Truffaut a Antoine Doinel en Los 400 golpes (1959), Antoine et Colette (1962), Besos robados (1968), Domicilio conyugal (1970) y El amor en fuga (1978), desde los 13 a los 32 años. También la saga de Harry Potter, que está en su recta final conforme va consumiendo los siete volúmenes escritos por Rowling (Harry Potter y el misterio del príncipe es la penúltima novela, aunque no la penúltima película ya que el séptimo y último volúmen se desdoblará en dos largometrajes), nos está permitiendo ver crecer a los protagonistas de la serie (y hasta fenecer: Richard Harris fue Dumbledore en los dos primeros episodios, siendo sustituido por sir Michael Gambon tras su fallecimiento) interpretando a los mismos personajes desde la infancia a la adolescencia: su intérprete, Daniel Radcliffe, interpretó la primera película (Harry Potter y la piedra filosofal, 2001) con 12 años e interpreta la que ahora se estrena con 21.

Ello ha hecho necesario que, al igual que en las novelas, además de contra los brujos exteriores los protagonistas se las tengan que ver con los embrujos interiores propios de la adolescencia. Las películas, sobre todo las dos últimas, han ido incluyendo tramas románticas relacionadas con el despertar de la sexualidad y los afectos. Aunque estas tramas siempre han sido, y también en esta última entrega, secundarias con relación al gran tema de la saga: la lucha a muerte con el poder del mal representado por Voldemort. Lucha en Londres -espectaculares imágenes- y sobre todo en el famoso colegio de Hogwarts, definitivamente convertido en un espléndido escenario gótico que deriva la película de la fantasía al terror.

No hay de qué sorprenderse. Además de la evolución novelística de la trama hacia atmósferas cada vez más oscuras, al realizador David Yates -que se ocupó de la anterior entrega y rodará las dos últimas- le fascina el universo victoriano que recreó a la perfección en su miniserie televisiva The Way We Live Now, basada en una de las mejores novelas del prolífico novelista victoriano Anthony Trollope, y en su primer largometraje, The Tichborne Claimant, que recreaba un famoso caso judicial que conmocionó a la Inglaterra de 1870. David Yates disfruta con las arquitecturas neogóticas, los pasadizos y los subterráneos. De todos los directores de la saga es el que con mayor naturalidad -sin forzarlo con feísmos innecesarios- ennegrece el desarrollo de la acción, enriqueciéndola visualmente con un sobrado conocimiento de las ilustraciones de los libros de fantasmas y de la tradición cinematográfica del cine de terror.

Especial relevancia en esta imaginería gótica tienen el espléndido diseño de producción de Stuart Craig -a quien se deben las magistrales recreaciones sombríamente victorianas de El hombre elefante de David Lynch, del clásico de Hodgson Burnett El jardín secreto que dirigió Agnieszka Holland y de Mary Relly, la recreación que Stephen Frear hizo de El Dr. Jeckyll y Mr. Hyde de Stevenson-, responsable del diseño de toda la serie; y la dirección fotográfica de un Bruno Delbonnell que aquí rebaja el uso del color que le hizo famoso -Amelie, Across the Universe- para crear un universo que parece sumido en una noche perpetua.

Hay, además, un gran momento para quienes aborrecemos al arquitecto Norman Foster: la destrucción del londinense puente del Milenio durante el ataque de las criaturas de Voldemort. Lástima que no destrozaran la cúpula geodésica con la que el señor Foster se cargó el corazón del Museo Británico.

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