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Quemar después de ver

Es curiosa la obstinación de los Coen por dedicarse a un género, la comedia, que no les corresponde. Su talento es unidireccional, unigenérico, restringido a unos ámbitos, temas y personajes. Cuando no desbordan sus límites -Sangre fácil, Muerte entre las flores, Barton Fink, Fargo, No es país para viejos- hacen grandes películas. Parece claro que esa única dirección que les hace progresar y ese único género en el que están cómodos es el del cine negro con matices neoclásicos y posmodernos, aliñados con un amargo toque irónico que a veces puede lindar con una cierta acritud de estirpe surrealista o kafkiana.

Cuando desbordan estos límites para deslizarse hacia la más o menos pura comedia -El gran salto, El gran Lebowski, O Brother!, Crueldad intolerable, El quinteto de la muerte- se muestran torpes y desmañados, perdiendo hasta sus buenas maneras cinematográficas. De toda su filmografía, sólo Arizona Baby, por deslizarse hacia la alocada animación de las Looney Tunes de la Warner, hacía reír. A la línea fracasada, torpe y desmañada pertenece esta Quemar después de leer, cuya comicidad no hace reír, cuyos disparates no divierten, cuya trama supuestamente vertiginosa y trenzada de casualidades (mil veces contada y vista, por otra parte) no entretiene, cuyas interpretaciones a cargo de un apabullante electo de estrellas que también son sus amiguetes o familiares resultan jartibles por basarse en juegos privados que han debido divertirles mucho a ellos pero dejan fuera al espectador.

Ejercicio narcisista y egocéntrico de quienes se creen que son más de lo que son y pueden más de lo que pueden, Quemar después de leer es una película prescindible que demuestra que Clooney es una poderosa presencia pero un mediocre actor, Pitt un buen actor que precisa de riendas para no desmadrarse y McDormand una excelente actriz aquí metida en un personaje de Lina Morgan.

Sólo salen interpretativamente bien librados el matrimonio formado por Tilda Swinton, estupenda siesa en la gran tradición de las malas frías británicas, y por un John Malkovich que, a diferencia de sus forzados compañeros de reparto, se mueve como pez en el agua en el exceso interpretando un personaje desquiciado. Lo mejor de la película es la música de Carter Burwell, habitual cómplice musical de los Coen.

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