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El nuevo 'Retablo' de Lanz para Maese Pedro: cuando la ilusión se hace tangible

  • Enrique Lanz estrena en el Liceo de Barcelona su última creación, un montaje escénico con marionetas de 'El Retablo de Maese Pedro' de Manuel de Fallal El Retablo de Enrique Lanz podrá verse esta semana en el Teatro Real de Madrid; viajará también a Valladolid y Oviedo, y la próxima temporada al Teatro de la Maestranza de Sevilla.

Érase una vez un caballero llamado Don Gayferos, valeroso pero también perezoso, que a instancias del Emperador Carlomagno cabalgó a la ciudad de Sansueña para rescatar a su amada Melisendra, cautiva del rey moro Marsilio.

Así podríamos resumir el argumento de la historia narrada por Maese Pedro en su retablo de títeres. La escena transcurre en una venta manchega, en la que Don Quijote, Sancho Panza y otros asistentes contemplan la representación de títeres mientras el Trujamán canta, a modo de romance antiguo, los hechos que acaecen. Sin embargo, el juego de la ilusión no siempre muestra las cosas como parecen, engañando los sentidos y confundiendo las mentes. Es ahí donde reside su bondad y su misterio, cualidades que Enrique Lanz ha sabido aprovechar para diseñar su visión personal de El Retablo de Maese Pedro.

El Teatro del Liceo ha inaugurado el año con el estreno de este último trabajo de Enrique Lanz, una innovadora y original puesta en escena con marionetas y teatro de títeres de la obra que compusiera Manuel de Falla hace ochenta y cinco años. Este artista es nieto de Hermenegildo Lanz, colaborador de Falla en la concepción del primer Retablo en 1923 y diseñador de las primeras marionetas que dieron vida a sus personajes. Desde entonces han sido muchas las versiones que se han hecho de la obra, pero ninguna tan novedosa y sorprendente como la que nos ocupa.

El Retablo de Maese Pedro es una pequeña ópera de salón en la que existen dos planos de representación: el de los personajes que asisten a la función de títeres y el teatrillo que, en el centro de la escena, muestra la historia de Don Gayferos y Melisendra. Enrique Lanz ha sabido distinguir perfectamente a ojos del público ambos planos, pero sin romper en ningún momento la conexión entre ambos. El primer plano lo forman ocho personajes representados por marionetas articuladas de gran tamaño cuya textura es similar al bronce; sus rasgos son tremendamente realistas, así como sus movimientos, pese a su tamaño. Tan sólo tres de ellos tienen voz en la obra: Maese Pedro, cuya parte la canta un tenor; el Trujamán, cantado por un niño o una soprano; y Don Quijote, interpretado por un barítono. La grandeza física y psicológica de estos personajes es evidente (Don Quijote llega a medir siete metros cuando se incorpora); sin embargo, sus dimensiones no desconciertan en ningún momento al asistente, pues están proporcionadas con el teatrillo de títeres en torno al cual se encuentran sentadas.

Por su parte, los títeres que dan vida a Don Gayferos, Carlomagno, Melisendra o el Rey Marsilio, son más estáticos. Se trata de figuras más esquemáticas en su diseño, cuyo vestuario se carga de llamativos colores; su articulación es sencilla, pero efectiva para la historia. Además, aparecen otros personajes secundarios como Don Roldán, que juega a las tablas con Don Gayferos, o un moro enamorado, que mancilla el honor de Melisendra robándole un beso. También existen personajes colectivos, tales como el séquito de Carlomagno o la turba morisca; estos personajes son resueltos con paneles planos que, sin embargo, están dotados de gran movimiento, como si de una imagen caleidoscópica se tratase.

El resultado final es sumamente sugerente. El público asistente se convierte en espectador, los espectadores en actores y los actores en víctimas, pues Don Quijote arremete contra los títeres. La ficción de los personajes cervantinos se mezcla con la ilusión del teatrillo, en el que sus protagonistas son, sin embargo, seres míticos y personajes históricos. Todo un juego de ilusiones tangibles para agradar a los sentidos y a la mente.

Para esta compleja puesta en escena Lanz, director desde 1981 de la compañía Etcétera, ha contado con sus compañeros de trabajo. Hasta diez manipuladores han sido necesarios para dar vida a los personajes de la obra, albergados todos ellos en una caja escénica de grandes dimensiones. La parte musical corrió a cargo de la Orquesta de la Academia del Teatro del Liceo, con dirección de Josep Vicent. Para los papeles solistas se contó con los cantantes Marisa Martins, Joan Martín-Royo y Xavier Moreno.

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