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Ruido rosa y EL RUIDO ROSA

  • Se olvida la música grabada, la que la mayoría de bares musicales reproducen casi todo el tiempo

La definición del término 'ruido rosa' seguramente sea demasiado compleja técnicamente para ser analizada en este espacio, pero digamos, grosso modo, que se trata de un ruido que comprende todo el espectro de frecuencias entre los 20 Hz y 20 kHz (el audible por el oído humano), que reproduce todas las bandas de octava al mismo nivel sonoro y que se utiliza para hacer mediciones acústicas de emisión sonora de equipos de sonido y, en función de la absorción de cada sistema de insonorización, los niveles de aislamiento de salas y locales en los que se utilizan equipos de sonido, generalmente para reproducir música grabada. Resulta un triste sarcasmo que el Ruido Rosa ponga final a su historia acorralado por el mal uso del ruido rosa, una herramienta que una legislación perversa ha puesto en manos de unas administraciones ciegas -y sordas-, que la usan indiscriminada y muchas veces arbitrariamente contra un sector cuya actividad la propia ley define como 'molesta' y 'peligrosa'.

El Ruido Rosa ha sido un mítico bar musical con más de treinta años a sus espaldas en el que se han amamantado varias generaciones de músicos granadinos, esos a los que las instituciones han ignorado durante décadas para convertirlos en una atracción turística más, despojándola, a mi entender, de su autenticidad. En esta cuestión hay mucha opinión interesada y mucha información sesgada, el caldo de cultivo perfecto para la demagogia. Se menciona frecuentemente, cuando se trata el asunto, la expresión 'música en directo', y se envuelve en palabrería para pedir su apoyo, su difusión y su protección, pero se olvida permanentemente la música grabada, que es la que la mayor parte de bares musicales reproducen la mayor parte del tiempo de acuerdo con su licencia y con su aislamiento acústico. Y se olvida que es precisamente mediante la música grabada como se han educado casi todos los músicos que hoy son insignes artistas de los que todos quieren ser amigos. Ya hace años que la fama de Granada como atractiva ciudad de ocio nocturno pasó a la historia debido a la incomprensión de los políticos a los que siempre les dio más rédito la mano dura contra el ruido que la protección de esos espacios abocados a la desaparición que son los bares musicales alternativos, verdadera escuela de músicos (el Silbar, la Cúpula, el propio Ruido Rosa, el primer Planta Baja, La Burbuja, Peatón, La Pompa, Polaroid, El Son, La Estrella y tantos otros, la mayoría de ellos bares con música grabada, no 'en directo').

En más de treinta años se han amamantado varias generaciones de músicos granadinosLa legislación, además, es exageradamente restrictiva en el asunto horario

Una legislación plagada de trabas a la actividad, insisto, calificada por la propia ley de molesta y peligrosa, ha convertido en muchas ocasiones en inviables muchos negocios, y un ramillete de normativas municipales ultra restrictivas ha terminado por criminalizar un sector que hoy en día vive en agonía y en permanente estrés debido a la cantidad de infracciones posibles a las que se enfrenta gracias a unas leyes que lo consideran sospechoso y una tecnología que no tiene nada que envidiar al Gran Hermano de Orwell. Esta criminalización comenzó con la restricción horaria de hace varios lustros, que permitió ampliar el horario de los bares de tapas y de las discotecas en una hora para rebajarla, también en una hora, a los bares de copas, de tal suerte que actualmente los bares musicales -o de copas- solo disponen de una hora más de cierre que los bares sin música, cuando su inversión es mucho mayor, por el coste de las insonorizaciones, y su franja de actuación muy reducida. Se recrudeció con la llegada de los limitadores, unos aparatos que en principio simplemente limitaban la emisión de los niveles de sonido, pero sin discriminar entre frecuencias, lo que en la práctica supuso que en la mayoría de los bares musicales la calidad del sonido de la música disminuyera hasta hacerla irrelevante o inaudible. Cualquiera puede comprobar como a menudo sucede que en locales donde la música no es esencial, como peluquerías o boutiques, esta suena con mejor definición que en bares musicales. Lógicamente con esta maniobra, que en unos meses obligó a todos los bares a comprar ciertos modelos homologados de limitadores, algunas empresas vieron como aumentaban sus beneficios, y como suele suceder, no fueron las que mejores productos ofrecían sino las que mejor supieron moverse en los despachos del Ayuntamiento. El lobby también existe en el ámbito local.

La última vuelta de tuerca ha venido con la obligación de que estos limitadores estén conectados mediante una conexión a internet (que por supuesto paga el bar, considere necesario o no disponer de ella) con la central de la policía, que así puede controlar, en tiempo real, a qué hora se abre, a cuál se cierra, cuando se enciende el equipo de música, cuando se apaga y a qué hora se entra o se sale del establecimiento, además de informar de los picos de sonido que puedan, coyunturalmente, sobrepasar, siquiera por una fracción de segundo, el nivel de decibelios para los que el bar en cuestión tiene licencia, sin que importe si ese pico ha sido producido por la música, porque a un cliente le dé por emular a Caruso o porque en el momento en que alguien abre la puerta para entrar o salir, el camión de la basura se encuentre en las cercanías con su emisión de decibelios que nadie controla. No se me ocurre ninguna otra actividad a la que se someta a tan estricta vigilancia como a los bares musicales de Granada. La legislación, además, es exageradamente restrictiva en el asunto horario, ya que establece una hora concreta de cierre, y a esa hora debe cesar la música, pero también que media hora más tarde el establecimiento debe estar desalojado por completo. Ni siquiera el propietario, con la ley en la mano, puede permanecer en su interior limpiando, haciendo inventario o cargando cámaras. Si lo hace deja en manos de la buena voluntad del agente encargado de la sanción, que la tramite o no. Y no sería el primer caso de bar multado en estas circunstancias.

Por eso reto a que alguien me desmienta que el sector está criminalizado, tratado por la normativa como sospechoso. Cualquier administración que quiera o presuma de protegerlo, debería empezar por reconsiderar estas perversas normativas que ponen en sus manos herramientas destinadas a la persecución implacable. Y si hubiera locales que incumplieran los niveles de aislamiento, ¿qué haría una administración que realmente considerara estratégico el sector? ¿perseguirlo y sancionarlo, o colaborar con él para subsanar esos excesos de emisiones? Hacer camisetas y otorgar placas conmemorativas con un área (Cultura o Turismo) para lavarse las manos cuando otra área (Medio Ambiente) se muestra intransigente e impermeable al diálogo, es jugar a un juego, el del poli bueno, poli malo, demasiado burdo y trillado para que nos lo creamos. Si alguien quiere empezar a proteger de verdad el tejido en el que se nutren los músicos granadinos ya sabe por dónde empezar. Parece que para el Ruido Rosa ya es demasiado tarde.

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