crítica cine

Scott: un elogio de la juventud

CHRISTIAN SCOTT

Festival de Jazz en la Costa. Aforo: 1000 personas. Intérpretes: Christian Scott.

De mejor humor, o al menos sin la actitud desafiante de anteriores ocasiones, Christian Scott, que parece haber ampliado su nombre a Christian Atunde Adjuah, como su disco de 2012, se presentó en el escenario del Parque del Majuelo con un tono algo más apacible (parece habérsele pasado la furia que provocó en él aquella vieja experiencia de abusos policiales que sufrió en su país) pero no por ello más domesticado.

Sean muchos o pocos los beats por minuto que tengan sus composiciones, nunca pierden el filo, y aunque acometa temas de ritmo lento o de tempo acompasado, siempre busca los límites expresivos de cada instrumento y de la conjunción de ellos. No sería Christian Scott en caso contrario. E incluso cuando deja a un lado su espíritu indómito y su tendencia a la experimentación para ofrecer una magistral lección de clásico be bop -ocurrió hacia la mitad de su actuación, con una lectura de impecable de New New Orleans, el único tema conocido del repertorio que ofreció el lunes-, el resultado es impecable, muy cerca de la excelencia a la que nos tiene acostumbrados. Con todo, tal vez por la convulsión que supusieron sus anteriores actuaciones, y que hacían albergar a algunos de los presentes unas expectativas similares a las que se experimentan cuando uno sube a la montaña rusa, su concierto fue algo más digerible y convencional de lo que se esperaba.

Puede que el bueno de Scott se encuentre en una fase de transición, o puede que sencillamente se le haya pasado el enfado. De lo que no cabe duda es de su calidad y de su compromiso artístico y político. Entre su cara demoledora y su cara exquisita, mostró más la segunda.

Y eso que comenzó pisando fuerte un tema duro, Encryption, de ritmo sincopado y sucio sonido que su magnífico batería, Corey Fonville, se encargaba de retardar con maestría. A partir de ahí continuó dejando constancia, siempre con sutileza, eludiendo los lugares comunes, de su enciclopédico conocimiento del jazz tradicional y de su capacidad para ofrecer simultáneamente múltiples vías de exploración para su evolución futura, sin hacerle ascos a ninguna influencia de la que pueda sacar provecho. Y hablando de evolución futura, cuando llegó el momento de presentar a la banda se tomó todo el tiempo necesario para elogiar la juventud de todos sus miembros, y tal y como hizo con su música, entretuvo al respetable contando con sentido del humor la relación que tenía con cada uno de ellos. Así proclamó las dotes de políglota de su pianista Lawrence Fields, sensacional al piano acústico y al Fender Rhodes, la insistencia de Corey Fonville, que según contó se tiró cuatro años llamándolo a diario para pedirle trabajo en la banda, el sex appeal del avergonzado contrabajista, Kriss Funn, el talento de Braxton Cook al saxo ("cada vez que escuchaba a un saxofonista salía pensando, bah, eso puedo tocarlo yo, hasta que lo conocía a él", confesó), o el impacto que sufrió cuando escuchó por primera vez a la jovencísima Elena Pinderhughes, magnífica con la flauta travesera.

Como no podía ser de otro modo, cuando él ya daba por finalizada su actuación, la insistencia del público lo devolvió al escenario y el sexteto regaló Last Chieftain, un extraordinario ejercicio de conjunción entre tradición y vanguardia.

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