Cine

Teoría de las patrañas

  • Akal publica un estudio sobre el cine de David Mamet, autor esencial del cine norteamericano de las últimas dos décadas

"Hombre de teatro total, escritor multifacético, cineasta multidisciplinar, intelectual siempre presto a reflexionar sobre la cultura y la sociedad de su tiempo, [ý] el último cineasta místico". Así define Nacho Cagiga a David Mamet (Chicago, 1947). No es poca cosa. Si el cine es uno de los más grandes artilugios para el engaño, Mamet merece un lugar de honor entre los mayores embaucadores de su historia. Como su maestro Hitchcock, Mamet entiende el cine como campo de pruebas para rechazar el realismo mimético del mundo y convertir cada película en un territorio para la experiencia estética que se comunica con la realidad por la intermediación y el truco.

Desde Casa de juegos (1987) a The Unit (TV, 2006), Mamet insiste en demostrar que en el cine nada es realmente lo que parece, que las apariencias engañan y esconden un mundo subterráneo complejo y turbio dictado por la creación: el azar, el juego, la sorpresa, la magia y los giros (en espiral), un mecano en el que el espectador es un conejillo de indias ("la mejor producción tiene lugar en la mente del espectador") con el que experimentar su particular teoría de las patrañas, que descansa formalmente en el poder dialéctico de un montaje eisensteniano y una palabra esencial, afilada y reveladora.

El cine mametiano pretende conjugar el realismo comprometido de su trayectoria teatral (Glengarry Glenn Ross, American Buffalo), en la que, siguiendo la tradición norteamericana de Williams, Miller o Albee, se renuevan los temas y los tratamientos dramáticos hacia terrenos de mayor contacto con el lenguaje (cargado de vitriolo) y los problemas de la calle, con un manierismo formal en la relectura crítica de los mitos clásicos de la cultura americana (el sueño americano convertido en pesadilla), filtrado a través de las enseñanzas (rigor, construcción, precisión) de Beckett o Pinter y la pasión por los géneros clásicos. Una tarea que, aunque manufacturada desde los márgenes de la industria, se prolonga también en el mainstream a través de numerosos guiones de encargo (Veredicto final, Los intocables de Elliot Ness, El cartero siempre llama dos veces, La cortina de humo, El desafío) o en algunos de sus muy recomendables ensayos (La ciudad de las patrañas, Una profesión de putas, Verdadero y falso, Sobre la dirección de cine).

Rodeado de un equipo fiel de colaboradores que funciona como compañía de repertorio (Ricky Jay, Joe Mantegna, William H. Macy, Rebecca Pidgeon), Mamet ha ido sembrando en el último cine americano la semilla de la independencia creativa, al margen de modas y coyunturas. De la austeridad de su primera trilogía criminal y trilera -Casa de juegos, Las cosas cambian y Homicidio- a las revisiones de género de La trama, El último golpe o Spartan, pasando por la comedia de enredo sobre el mundillo del cine (State and Main), la adaptación de una de sus propias obras teatrales (Oleanna) o la elegante vigencia de su homenaje a Rattigan y Asquith en El caso Winslow, Mamet ha esculpido los perfiles de una visión escéptica sobre un mundo corrompido por el éxito. Un mundo que, bajo el prisma de su mirada desmitificadora, distanciada siempre por la estética del divertimento, se muestra en fase de descomposición moral, desarraigado del modelo homogeneizador que le ha tocado vivir a sus románticas criaturas.

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