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Trozos de la sociedad violenta

  • 'La casa, la calle, la cocina' sintetiza la evolución de Rosler, una artista fundamental en el final del siglo XX que reflexiona sobre las conexiones entre lo público y lo privado

Escueto pasillo, alfombra roja, paredes llenas de piezas de arte pop. Entorno tan culto también hay que limpiarlo y es una mujer (sonriente, encantadora) la que pasa la aspiradora. Un cuarto de baño moderno y cuidado: modélico. Al fondo, un vigilante ojo femenino: ¿ideal obsesivo de belleza o mirada anónima de un tiempo obsesionado con la buena figura? Si la primera fotocomposición de Martha Rosler habla de los pies de barro de la alta cultura, la segunda señala que los tentáculos de las imposiciones sociales llegan hasta en la esfera más privada.

Quizá sea esta conexión entre lo público y lo privado la impronta más característica de la obra de esta artista nacida en 1942 y que no ha cesado de trabajar a lo largo de casi 45 años. Porque en 1965 comenzó la serie Bello cuerpo: la belleza no conoce el dolor, a la que pertenecen las dos piezas descritas, y que señala los resortes de una cultura que disciplina a las mujeres y las mantiene en una posición subordinada.

Rosler, entonces, no tenía galería: mostraba sus trabajos fuera del sistema del arte. Eran años fértiles en esperanzas: la denuncia de la violencia económica y social iba unida a la búsqueda de nuevos modos de vida. Muchos, artistas o no, cultivaron aquel talante desde las grandes ideas del cambio social. Rosler prefirió mantenerse en un nivel más modesto y más fecundo: la reflexión sobre el individuo, mostrando que hasta él llega, silenciosa, la violencia, invadiendo su vida.

Así lo dice la serie Traer la guerra a casa. En imágenes publicitarias de viviendas high middle class (harían furor entre nosotros década y media después) encajaba fotos documentales de la guerra de Vietnam. Una de ellas en la ventana de un dormitorio en el que mamá lee un libro ilustrado mientras papá distrae al niño con un avión. La serie ocupa la primera parte de esta muestra, la casa: por muy privada que sea no es ajena a la sociedad deshumanizada en la que se incardina (recientemente ha hecho una serie análoga referida a la guerra de Iraq).

En la segunda parte de la muestra, la calle, una obra señera de Rosler: la dedicada al Bowery, un barrio neoyorquino condenado entonces por sus propietarios a la decadencia (hoy lo pueblan grandes arquitecturas). Rosler fotografió no a los inquilinos que padecían aquel abandono, sino las fachadas desconchadas, las tiendas mortecinas, los desperdicios de las esquinas. Acompañó las fotos con cartulinas las que aparecían palabras y expresiones inglesas que aluden a la borrachera (¿de poder o de miseria?). La obra conserva su fuerza. Encaja a la perfección con trabajos actuales que recogen las inconsistencias del mercado (un escaparate de una tienda de marcos coloca sin rubor una imagen de Marilyn Monroe junto a la patética Madre emigrante de Dorothea Lange) o las de los aeropuertos, esos espacios públicos que, paradójicamente, que más que atender a los usuarios, los vigilan, les escatiman información y los despersonalizan entre arquitecturas avanzadas y tiendas de lujo.

En una tercera sección, la cocina, Rosler traza una línea, muy de nuestro tiempo, entre dos aspectos en apariencia contradictorios: la anorexia y la afición a platos sofisticados. A la revelación de los placeres de la cocina francesa (y de la mexicana: no está tan mal para ser la de un pueblo atrasado), que narra un Gourmet principiante, se une otro vídeo en el que una pareja cuenta la pérdida de una hija adolescente víctima de la servidumbre a la buena figura. Junto a ellos, un tercer vídeo, Semiótica de la cocina, que mantiene su frescura a los treinta y cinco años de su realización: la propia artista coge diversos utiles y muestra con gestos su modo de empleo, aunque el signo decisivo es la propia mujer encerrada entre ellos.

El Centro José Guerrero, pese al modesto presupuesto y a lo conciso de su sede, demuestra que es capaz de hacer cosas importantes. Martha Rosler es referencia obligada en el arte del último tercio del siglo XX y la exposición, aunque no recoge su obra más reciente, su Biblioteca, es a la vez una antología de sus mejores trabajos y una acertada síntesis de su pensamiento y de su evolución en el modo de hacer las cosas. La muestra se simultanea además con debates y conferencias que reflexionan sobre nuestro modo de vida sobre el trasfondo de las ideas que sugiere la artista cuyos escritos se han editado recientemente en castellano.

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