El arte de la viñeta

Vivir y sobrevivir en Persépolis

  • Marjane Satrapi ilustra su autobiografía y la entrelaza con la memoria reciente de Irán es uno de los cómics más premiados de los últimos tiempos que contrasta el trazo infantil de las viñetas y los horrores del relato

En la primera página de la primera historieta del primer libro de Persépolis, publicado en 2000, Marjane Satrapi emplea un par de viñetas para poner al lector en situación. Las didascalias dicen: "En 1979 estalló una revolución que más tarde se llamó 'revolución islámica'. Después llegó 1980: el primer año en el que era obligatorio llevar pañuelo en la escuela". Historia e intrahistoria se entremezclan desde el principio. Satrapi ilustra su autobiografía y entrelaza ésta a la memoria reciente de Irán. La autora evoca su niñez en el tiempo convulso que conoció el derrocamiento del Sha y el desembarco del integrismo religioso y de cómo, de vivir instalada en el miedo, la población iraní pasó a sobrevivir bajo el techo del pánico. Se presuponen tanto recuerdos propios como licencias poéticas, pues confiesa haber hablado con Dios de pequeña, mientras leía a Marx en cómic, y acariciaba el sueño bifronte de ser profeta y participar activamente en el devenir de su país.

En el segundo libro de la serie, que salió al mercado en 2001, la protagonista está a las puertas de la adolescencia cuando estalla la guerra entre Irán e Iraq, y al enemigo interior (el fundamentalismo) se suma el exterior (el vecino belicoso), necesitados ambos de sus respectivas raciones de carne de cañón. La chica crece con suficiente fidelidad a sí misma. Y si de niña tenía algo de la Mafalda entremetida y desestabilizadora del mundo adulto, aunque sin la chispa de la argentina, de adolescente abrazará el inevitable rol de bicho raro, y es que ¿quién no lo ha sido a los quince años? En el tercer volumen, aparecido en 2002, Marjane está en Viena; sus padres la han enviado allí para alejarla de la debacle. Pero uno es quien es, si realmente es, allá donde vaya. Y su estancia en tierras austríacas acaba convirtiéndose en la crónica oblicua de cuantos tomaron el camino del exilio: ovejas negras en su país y ovejas descarriadas en el extranjero. Ella deberá enfrentarse a la soledad, la xenofobia, el auge del neo-nazismo... Y se refugia en las miasmas de drogas varias al par que adopta la estética punk, no su ética.

En el cuarto y último volumen de la serie, de 2003, la protagonista, ya mujer, vuelve a casa tras el fin de la contienda y se encuentra con un mundo aún más sórdido de lo que recordaba, una tierra por la cual ya no se siente capaz de luchar, una tierra en la que se hunde al caminar, y le impide avanzar, y crecer, y hacerse con una identidad propia, el proyecto íntimo de todo hijo de vecino. El anecdotario roza lo cómico. Lo trágico es que todo es verdad. Ahora, los guardianes de la revolución islámica pueden amonestar o llevarse a la comisaría a una mujer por el mero hecho de ir maquillada, no digamos ya si una chica y un chico osan manifestarse simpatía en público. Ella no ha perdido ni sus uñas ni sus dientes, y se rebela como buenamente puede, pero lo único que consigue es complicar la vida de cuantos la rodean. Irán se ha instalado en la represión, y arrestos y ejecuciones son el pan duro de cada día. La protagonista decide largarse a Francia.

Persépolis, uno de los cómics más premiados de los últimos tiempos, juega dos bazas principales, una con astucia, otra con furor. La primera, la baza jugada con astucia, es la del contraste entre el trazo infantil de las viñetas y el cúmulo de horrores del relato; un contraste que dinamita por enésima vez la presunta inocencia del Noveno Arte. La segunda baza, la que juega con pasión, es la de la sinceridad. Satrapi es implacable consigo misma. La autobiografía no pretende justificar o enmascarar los errores cometidos en el pasado, un ardid común entre quienes se deciden a poner orden en la memoria, sino contar la historia de una mujer que fue, al mismo tiempo, víctima de un estado opresivo. La conjunción de todo ello permite obviar las limitaciones como artista de Satrapi y convierte unos dibujos simplicísimos, incluso rudimentarios, en dibujos suficientes, esenciales.

Persépolis es un documento sobre una realidad otra con una moraleja a favor de la tolerancia no por obvia, menos urgente. Un documento valioso, punzante y ameno.

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