Letras Hoy

Te acariciaré con palabras

En su nuevo libro, Emma Riverola (Barcelona, 1965) se ha decantado por un género que está perdiendo terreno ante las hordas de las nuevas tecnologías: la novela epistolar, lo cual quizás debiera entenderse como una declaración de principios. Puesto que la gente ya no se demora (no nos demoramos) ante una cuartilla para escribir unas pocas líneas a un familiar, un amigo o un conocido, sino que prefiere (preferimos) la celeridad delicuescente de internet, llegará el día en que escribir cartas, o recibirlas, tendrá su punto inaudito; el género epistolar, como Borges dijo de la lluvia, acabará siendo algo que sólo sucede en el pasado.

Cartas desde la ausencia rinde homenaje a una realidad que se nos está yendo de las manos. No recuerdo quién dijo eso de que ninguna carta de amor enviada vía e-mail se impregnará de las lágrimas de un amante desconsolado; se puede ser más drástico: los expeditivos mensajes que lanzamos a la red, azuzados por los demonios de las prisas, carecen casi siempre del poder acariciador de unas palabras en un papel. Riverola también llora esto.

Los protagonistas de la novela (remitentes unas veces, destinatarios otras) son una decena de personas, miembros o allegados de una familia desmembrada y dispersa a causa de la Guerra Civil; una metáfora justa, la de la familia rota, de la España de entonces. Jaume Martí es un tipo idealista, convencido de que, si bien no todos somos iguales, todos merecemos idénticas oportunidades en la sociedad; en julio de 1936, se alista voluntario para frenar el avance de la avalancha golpista: está convencido de que liquidar el alzamiento militar será cuestión de días; unas pocas semanas, al máximo. Carmen, su esposa, se queda en Barcelona con dos niños agarrados a sus faldas y otro en camino, aferrado al vientre.

El conflicto se prolonga y Carmen decide trasladarse a Bilbao creyendo hallar una retaguardia más propicia; allí dará luz a una niña. Cuando los ejércitos nacionales, los custodios de la patria, los ungidos por Dios y sus teloneros, estén a las puertas de la ciudad, Carmen cogerá a los dos hijos mayores, Andreu y Víctor, y los subirá a un barco con destino a la Unión Soviética; allí, los niños aprenderán la lengua de Dostoievski, y el léxico de Stalin, tan distinto.

Cartas desde la ausencia nos habla de un doble extravío, físico y emocional, de gente que perdió tanto a sus seres queridos como las razones para seguir viviendo. Jaume no regresará del frente y durante la glaciación franquista, aquella posguerra de casi cuarenta años, Carmen tendrá que aprender a rehacer una vida intentando que la desesperación no se le suba encima y le aplaste las costillas; su único deseo será reencontrarse con unos hijos con varios miles de kilómetros de por medio: Víctor hará lo posible por volver a casa, no así Andreu, que sueña con una guerra propia, y permanente, donde defender las mismas ideas por las que murió su padre…

Emma Riverola nos pone en el plano de quienes sufren las mayúsculas de la Historia y la novela sigue la suerte de éstos a través de unas misivas impregnadas del fárrago del mundo en donde, negro sobre blanco, los personajes dan cuenta de sus pesares y de alguna que otra alegría; el enfoque es más sentimental que sociopolítico pero, en el repaso del ayer, el libro se detiene en varios hitos históricos; su sola evocación deja en el paladar un sabor amargo: el bombardeo de Guernica, la Batalla del Ebro, las represalias franquistas contra los vencidos, la expatriación de aquellos niños que salieron del país durante la contienda, etc.

Cartas desde la ausencia supone una aportación honesta a la narrativa sobre la Guerra Civil, un río caudaloso cuyas aguas no tienen visos de descender, pues lo enriquecen un sinfín de torrenteras; un río en el que los únicos diques habrán de ser los del rigor y la reflexión. A propósito de aquella guerra hay aún mucho que decir, aún mucho que aprender.

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