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El año que vino Karajan a Granada

  • Sus tres conciertos con la Filarmónica de Berlín, en 1973, constituyen uno de los momentos estelares e históricos del Festival Internacional de Música y Danza

El Festival Internacional de Música y Danza se ha mantenido durante los 57 años que cumplirá en esta edición, con un secreto a voces que todo el mundo reconoce: los 'momentos estelares' que ha unido a Granada en el privilegio de escuchar y ver a los mejores nombres y conjuntos del mundo de la música o la danza. Lo que se recuerda, al paso del tiempo, son esos instantes únicos: los de Margot Fonteyn, Nureyev, Mawrinsky, Solti, Celibidache, Rubinstein… Y, naturalmente, entre tantos otros, Herbert von Karajan, el mítico director de orquesta vienés, cuyo centenario de su nacimiento se celebra el próximo sábado 5 de abril, que en la XXII edición del Festival ofreció tres conciertos en junio y julio de 1973, con la no menos mítica Orquesta Filarmónica de Berlín. Fue un acierto del comisario general de la Música, Federico Sopeña la programación de aquél año.

'El año Karajan', que eclipsó un intenso programa, rompió la rutina que se había criticado anteriormente. El anuncio de su presencia desbordó todas las previsiones. Se anunciaron, meses antes, que las localidades se habían agotado, y fueron infinidad las protestas del público, cuyos intentos de reservas no habían sido atendidas. Sin embargo, pese a tantas decepciones, aparecieron entradas en taquilla el tercer día de actuación. En aquel momento, como crítico de un festival que he seguido desde casi sus comienzos, denuncié la fiesta social, pagada por todos, para una 'élite' de privilegiados.

Granada fue bombardeada, desde que se dio a conocer aquel acontecimiento, con las 'manías' del divo, entre ellas que era capaz de suspender el concierto si escuchaba algún ruido proveniente del público. Así que con un poco de miedo, y de 'catetez', promovida por la administración central, de la que entonces dependía exclusivamente el Festival, acudimos al Palacio de Carlos V. Una bella figura femenina rubia, cual diosa del olimpo wagneriano, vestida con un vaporoso y largo vestido blanco, avanzó, cuando estábamos ya todos sentados, por el pasillo central del abarrotado palacio, para colocarse en las primeras filas. Era la joven esposa del director. Con su presencia, casi fantástica, se iniciaban tres jornadas históricas -a una de ellas asistió la entonces princesa de España, que fue luego a la tradicional chocolatada en Bib-Rambla- que recogí en las críticas en Ideal, el 29 de junio y el 3 de julio, de la presencia de una figura que alcanzó su cima al suceder, en 1955, a Wilhelm Furtwangler, al frente de la Filarmónica berlinesa, con cuyos componentes, en 1989, acabó enfrentándose por discrepancias no sólo artísticas, sino por su carácter dictatorial. Renunció al puesto de director vitalicio y ese mismo año murió. Director de la Filarmónica de Berlín y la de Viena, así como del Festival de Salzburgo, ejerció un poderío inusual hasta su muerte, y después de ella, con sus múltiples grabaciones.

Mito-Karajan

Al día siguiente de su presentación en Granada, con la Quinta y Sexta, de Beethoven, decía así en la referencia crítica: "Anoche, en el 'appartheid' de Carlos V, donde naturalmente no se pueden mezclar los aficionados de galería con sus congéneres del patio, ya que lo impiden uniformados porteros y coquetonas vallas de madera en verde, un mito de la música de hoy, embelesó, emocionó y deleitó a los aficionados auténticos y a los 'snob' que tienen de la música el concepto que les viene de referencia. Karajan-realidad- mito es un producto auténtico y forjado. En la música, como en todo, la sociedad de consumo coloca sus dioses supremos".

"En verdad -comentaba-, la actuación de la Orquesta Filarmónica de Berlín marca un hito memorable. Se trata de un primerísimo conjunto mundial, un instrumento excepcional, cuya perfección resulta casi increíble si no es escuchándola directamente. Cada plano sonoro, cada cuerda es un monumento de precisión, solidez, musicalidad. Cuando ese gigantesco mecanismo se mueve a impulso de una ráfaga de personalidad como la de Karajan, vibra, surge violenta, sosegada, apasionada como si fuera un solo cuerpo…"

No tanta admiración me causó la velada de despedida. Escribí el día 3 de julio: "El último concierto se inició con la Cuarta sinfonía, de Schumann, obra de una profunda belleza que Karajan convirtió en una versión vulgar, excepto el último movimiento, a partir de ese crescendo emotivo y vibrante donde el maestro salió de su concha fría, estática y desdibujada con que comenzó… En la segunda parte -decía- Karajan nos ofreció un Debussy aún más triste y desencantado, cercano al aburrimiento. Todo el misterio, gracia, elocuencia de L'aprés midi d'un faune quedó ahogado en un empastre orquestal purista e híbrido. Parecía increíble que al frente de un excepcional conjunto -perfección del viento, cuerda, etc.- estuviese un gran maestro. Era, en realidad, una pura máquina desprovista de elocuencia".

"Pero algo pasó -reconocí en la crítica-. Mito-Karajan se sintió sumergido en ese colorido de la paleta orquestal del Daphnis et Cloe (Suite núm. 2), de Ravel. Se abismó en la brillantez y arrebatadora personalidad de la partitura y el mito empezó a parecerse a un gran director de orquesta, a un hombre genial. Desarrolló con una nitidez singular ese complejo mundo rítmico y dinámico raveliano, extrajo sonoridades a veces increíbles en su perfección y singularidad, ofreció una sobrecogedora emoción, un torbellino sonoro que en ciertos momentos alcanzó categoría de excepción. La orquesta -ese gran monstruo de perfección que es la Filarmónica berlinesa- respondió al reto del maestro y cada uno -desde el perfecto solo de flauta al vigor de los chelos- crearon una versión de una fuerza poco común que valió por todo el concierto y puso ese broche final a la actuación de este gran conjunto sinfónico, bajo el pulso de un director que puede ser discutido, pero al que hay que rendirse cuando se abisma en una peculiar versión. Estas jornadas tienen un hueco ya en la historia del Festival granadino".

Sí, constituyen historia, que los que tuvimos la suerte de vivirla casi no necesitamos recurrir al archivo periodístico para remozar aquellas emociones. Por eso, cuando se cumple en estos días el centenario del nacimiento de este verdadero astro de la dirección orquestal, eje del panorama musical del siglo XX, es importante recordar como Granada tuvo un hueco en su extenso recorrido mundial y la huella que dejó en el Festival visto como elemento único para meter a la ciudad en los circuitos de los acontecimientos culturales internacionales, de los que nunca debe salir.

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