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Cuando los aplausos se alzan

  • En el cine mudo fue el género cómico el que mejor utilizó el recurso de la persecución como hilo argumental. Un gran amante de las persecuciones es Bond, James Bond, el célebre agente 007.

Si hay una característica que distingue al cine sobre las otras artes con las que está hermanado es el movimiento. El mismo neologismo acuñado por los hermanos Lumière, los inventores del artilugio que hizo posible su existencia: 'cinematógrafo', hace referencia etimológica al novedoso dinamismo que proporcionaba a la fotografía: kiné (movimiento) y grafós (imagen). La misma fascinación que supuso para los parisinos ver, por primera vez, cómo los obreros salían de la fábrica Lumière de Lyon o cómo un la locomotora de un tren se acercaba -peligrosamente- a ellos desde la pantalla, sigue presente en los actuales espectadores de cine y, salvando las distancias, es la magia del movimiento, la acción, lo que les encandila y, en especial, la más vertiginosa de sus variedades: las persecuciones.

En el cine mudo fue el género cómico el que mejor utilizó el recurso la persecución como hilo argumental -a veces el único- de sus historias y gran parte del metraje de aquellas películas se consumía viendo como unos personajes perseguían a otros en variopintas circunstancias y lugares. En la memoria de muchos puede que todavía permanezcan las imágenes de los Keystone cops, un grupo de policías no demasiado espabilados que aparecían en casi todas las slapstick (un subgénero de comedias basado en los golpes y las bromas con especial predilección por las disparatadas carreras de coches y las 'batallas' de pasteles) rodadas en los estudios Keystone (de ahí el nombre) de California por un pionero del cine, Mack Sennet.

Casi todos los genios del cine mudo adoptaron la fórmula y era habitual verlos ejercitando su labor persecutoria en las películas de Chaplin, Lloyd, Laurel y Hardy (el Gordo y el Flaco) y por supuesto en las de Buster Keaton, todo un especialista a la hora de perseguir y ser perseguido que nos lego escenas memorables en películas como Las siete ocasiones o El maquinista de la General. Con el advenimiento del cine sonoro las escenas de persecuciones, huidas, abordajes y carreras se hicieron habituales, por su espectacularidad, en la mayoría de películas, y los que ya tengan algunos años recordarán aquellas sesiones dobles de los sábados en que, en algún momento de la proyección, la chiquillería del patio de butacas rompía a aplaudir, patalear y hasta gritar cuando, por ejemplo, sonaba la trompeta que anunciaba la llegada, a galope tendido, del Séptimo de Caballería para salvar a los pobres colonos (entre los que se encontraba la Angie Dickinson de turno que terminaría enamorando al capitán del regimiento) del feroz ataque de los malvados indios que, en ese justo momento, estaban a punto de romper las defensas que con los carromatos en circulo habían improvisado quienes pretendían 'domesticar' el salvaje Oeste eliminando por la vía rápida todo lo autóctono (indios o bisontes) que allí se encontraban.

Pero sin duda fue el género policiaco el que más provecho sacó de la emoción y la intensidad que proporcionaban las persecuciones de coches entre los criminales y los defensores de la ley: French Connection (donde Gene Hackman realiza una espectacular persecución del metro neoyorquino); El mito de Bourne (con el amnésico Matt Damon huyendo, a la vez, de la policía y de su asesino por las calles de Moscú en un cochambroso taxi Lada); Ronin (El veterano director -y antiguo piloto de carreras- John Frankenheimer da toda una lección de cine en las espectaculares persecuciones -sin efectos especiales- por las calles de Niza y Paris ); Un trabajo en Italia -1969- y su remake Italian job -2003- (en ambas -mejor la británica que la posterior hollywoodense- apreciamos las sorprendentes prestaciones de los Mini); Death Proof (un homenaje de Tarantino a las persecuciones de coches con una chica haciendo cabriolas sobre el coche a 150 kilómetros por hora); El diablo sobre ruedas (opera prima de Spielberg que hace a los conductores, que la hayan visto, contemplar con cierto recelo a cuanto camión se crucen en la carretera); Granujas a todo ritmo (disparatadas persecuciones con la maravillosa música de soul de los irreverentes The Blues Brothers de fondo) y, por último, mi preferida: la mítica escena de Bullitt en la que el teniente Frank Bullitt (Steve McQueen) en un Ford Mustang GT-390 de color verde oscuro, persigue a dos asesinos a sueldo en un Dodge negro por las empinadas y reviradas calles del centro de San Francisco.

Un gran amante de las persecuciones (de todo tipo y condición) es Bond, James Bond, el célebre agente 007 que empieza todas sus películas huyendo o persiguiendo a algún enemigo de la humanidad. Mi escena favorita de la saga (llámenme raro si quieren) es la persecución en una pista de bobsleigh de los Alpes suizos entre 007 (interpretado sólo en esta entrega por un desconocido australiano, George Lazenby) y el malvado de turno (Telly Savalas más conocido como Kojak, el detective de la piruleta) en 007 al servicio secreto de Su Majestad (1969). Sin embargo en la cúspide de la modalidad persecutoria están las películas que son una persecución en sí mismas.

Recuerdo que de niño me impresionó La presa desnuda (1966) un film sin diálogos donde una tribu guerrera de la selva africana captura a los blancos que participan en un safari y ofrecen a uno la oportunidad de huir del acoso de los más adiestrados cazadores de la tribu. Un argumento parecido -pero en la cultura maya- se repite en la magnífica Apocalypto de Mel Gibson. De la misma factura son: Acorralado (como miembro de los cuerpos de elite del Vietnam, Silvester Stallone trae de cabeza a policía y ejército en un pequeño pueblo de montaña); El fugitivo (el cardiólogo Harrison Ford huye de la policía al mismo tiempo que busca al asesino de su mujer) y una excepcional película Los tres días del cóndor donde Robert Redfort nos enseña a los espectadores lo malísimos que pueden llegar a ser las gentes de la CIA.

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