Eduardo Souto de Moura (Oporto, 1952) está lejos de la imagen de divo que suele acompañar a muchos de los grandes arquitectos contemporáneos. El ganador del Premio Pritzker en 2011 fue el encargado de ofrecer ayer la lección inaugural del curso en la Escuela de Arquitectura. A pesar de la tribuna y los honores, escuchándolo hablar de sus proyectos con otro premio Pritzker, Álvaro Siza, más parecía un subordinado, una especie de aparejador aplicado más que un compañero que firma los trabajos a cuatro manos.
El Premio Pritzker, concedido por la Fundación Hyatt de Estados Unidos, es el galardón de mayor prestigio internacional en la materia que poseen también arquitectos tan como Oscar Niemeyer o Frank Gehry. Su propósito es premiar a aquellos profesionales que demuestran combinar talento, visión y compromiso. Sin embargo, a él da la impresión que todo eso le suena grande o ampuloso. Tal vez por este motivo instantes antes de que tomase la palabra, la mención de los presentadores a la distinción tuvo que hacerse pidiéndole disculpas. Y no sólo parece que se deba a la genuina modestia del catedrático de la Escuela Superior de Bellas Artes de Oporto, da la impresión que está más pendiente de lo que queda por hacer a las nuevas generaciones que de lo que ya se ha hecho o del sambenito del Nobel de Arquitectura.
El acto se celebró a media mañana en el Aula Magna de la ETS de Arquitectura, que registró un lleno absoluto con la gente acomodándose como podía tras completar el graderío. Y eso que la conferencia se emitía también en streaming y podía verse en directo en el Aula A3 de la ETS de Arquitectura y a través de todas las pantallas de televisión del mismo centro.
Souto de Moura, autor de proyectos como el Estado Municipal de Braga y el Museo Paula Rego en Cascais, analizó varios de sus últimos trabajos con todo lujo de detalles. Fue así como dejó constancia que en los edificios que firma queda la huella de un técnico que domina la materia pero también la impronta de un hombre tranquilo al que inspiran pequeños detalles como desayunar en una terraza con vistas al mar. Porque tal y como destacó el profesor Ricardo Hernández durante el acto de presentación, es "un hombre capaz de vincular el lugar, algo común a la Escuela de Oporto, con la precisión y la exactitud del material. Controlando ambos, lugar y materia desde la abstracción". "Eduardo es natural, espontáneo, irónico, duda y cuenta sus miedos pero siempre desde un permanente compromiso ético y desde una continua experimentación tanto conceptual como tecnológica. Desde una permanente expresión contemporánea. A pesar de eso sigue diciendo que no sabe abrir ventanas en los muros", destacó Hernández.
El arquitecto portuense se descargó contra la retórica arquitectónica -"no me interesa mucho el lenguaje de los arquitectos"- y animó a los jóvenes a buscar nuevos caminos teniendo en cuenta que "los instrumentos no son los mismos: hay que inventarlos".
"Yo, cuando llegué a una edad, perdí el miedo empecé a abrir ventanas en los muros", comentó Souto de Moura, quien explicó con su español mechado de palabras en portugués que Álvaro Siza y él son amigos, pero discuten mucho porque tienen "dos concepciones de la arquitectura y de la vida muy distintas". "Por eso me gusta trabajar con él", dijo el Pritzker, quien afirmó con tanta humildad como sentido del humor que no llega a entender algunas soluciones propuestas por Siza en sus trabajos conjuntos.
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