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Una aventura perfecta

  • Antes de 'Juego de tronos' y 'El señor de los anillos', Richard Fleischer llevó al cine para MGM un relato que marcó las pautas del cine épico actual

Es posible que mucha gente (sobre todo joven) piense que el cine de aventuras no se hizo mayor hasta que llegó Indiana Jones o que ha sido en la serie Juego de Tronos donde el paisaje y la geografía se han convertido en unos personajes más de los relatos épicos e, incluso que hubo que esperar a películas como Gladiator para contemplar -gracias a los efectos digitales- una recreación fidedigna de épocas históricas pasadas. Sin embargo ya en 1958 la MGM (la productora del león) realizó una película que aunaba todos los aspectos anteriores de una manera maravillosa: Los Vikingos.

Recuerdo haberla visto por primera vez en una de las sesiones dobles de los sábados por la tarde de las que yo era un asiduo, en parte por mi temprana afición al cine y en parte porque, dándome las 5 pesetas de la entrada y un bocadillo con dos pastillas de chocolate negro, mi madre conseguía que la dejase tranquila durante unas cuantas horas. Habituado a ver, sobre todo, películas del Oeste y de romanos, tengo que confesar que, hasta entonces, mi conocimiento de la cultura vikinga se limitaba a saber que estaban emparentados con la guapísima novia del Capitán Trueno, Sigrid la reina de Thule, y que eran gentes de aspecto peculiar con sus cascos con cuernos y sus característicos barcos -los drakkars- con una monstruosa cabeza de dragón en el mascarón de proa. Así que podría decirse que la película me pilló desprevenido y me dejó literalmente pegado a la butaca desde el primer fotograma en que el rey vikingo Ragnar (Ernest Borgnine) al frente de sus hordas realiza una incursión en la costa de Inglaterra matando a un rey sajón y violando a la esposa de este, hasta la última escena del entierro vikingo en la que despiden a sus caídos en la batalla quemándolos en sus naves.

Einar (Kirk Douglas) es el hijo legítimo del rey Ragnar y Eric (Tony Curtis) es el fruto de la mencionada violación de la reina inglesa, capturado en una de las razias de los vikingos, para servir como esclavo. Ambos ignoran que son hermanos de padre y se odian profundamente (sobre todo desde que Eric mandase a su halcón amaestrado que atacara a Einar y la rapaz, obediente, le sacara un ojo) y, ambos, están enamorados de la bella princesa inglesa Morgana (Janet Leigh, la chica a la que asesinan en la ducha en Psicosis, esposa de Tony Curtis y madre de la también actriz Jamie Lee Curtis) y que ha sido tomada como rehén por Einar en una de las frecuentes incursiones que este, siguiendo con la tradición familiar, realiza en la cercana Inglaterra.

Eric logra escapar llevándose consigo a Morgana siendo perseguido denodadamente por Einar y sus tropas. Sin embargo un fenómeno meteorológico muy temido por los vikingos, la niebla, hace que estos se extravíen (al contrario que Eric, ellos no tenían brújula para orientarse) y que el rey Ragnar sea capturado por los ingleses. El rey es condenado a ser arrojado a un pozo lleno de lobos hambrientos y este pide a Eric (su hijo ilegítimo) que le deje morir con una espada en la mano, única forma de que, según sus creencias, pueda alcanzar el Walhalla, el paraíso de los vikingos. Por acceder a su petición y, por tanto, desobedecer a Aella, el rey inglés, este, que tampoco se anda con medias tintas, le cercena de un tajo con la espada la mano izquierda. El recién mutilado Eric vuelve a la aldea vikinga, les cuenta la manera heroica en que murió su líder y se ofrece a guiar a su hermanastro y sus compinches a través de la niebla para atacar el castillo del malvado Aella que, cómo no, también pretende desposar -a la fuerza- a Morgana. Los vikingos realizan un impresionante ataque a la fortaleza de los sajones y terminan derrotándolos. Finalmente Eric y Einar se enfrentan, en presencia de Morgana, sobre las escaleras de la torre más alta del castillo. Einar, que ya sabe que Eric es su hermano, le rompe la espada pero cuando le va a dar el golpe de gracia vacila y ese momento es aprovechado por el caído Eric que hunde el trozo de espada que le queda, en el vientre de su hermanastro. En un acto de piedad le entrega la espada para que pueda invocar a Odín y así entrar en el Walhalla.

Todo en Los Vikingos es maravilloso y espectacular, desde los impresionantes paisajes de los fiordos noruegos al sorprendente castillo fortaleza de Fort La Latte en la Bretaña francesa que, construido en la cima de un acantilado, dominando el mar y la tierra, entre dos grietas y al que solo se puede acceder a través de dos puentes levadizos, nada tiene que envidiar a las ficticias e inexpugnables fortificaciones de Juego de Tronos o El señor de los anillos. Dirigida magistralmente por Richard Fleischer, con una hermosísima música (su leitmotiv es el toque de la inmensa trompa vikinga que anuncia el retorno de sus barcos) de Mario Nascinbene y con la exhibición de la Naturaleza en su forma más pura y salvaje gracias al primoroso trabajo fotográfico de Jack Cardiff. Aun ahora, después de volver a ver Los Vikingos, montones de escenas se amontonan en mi cabeza: la carrera de Kirk Douglas (sin necesidad de un especialista que le doblara) sobre los remos del barco; la expresión de Ernest Borgnine al lanzarse al pozo del los lobos; el rey cortándole la mano a Tony Curtis; el asalto final a la fortaleza utilizando las hachas a modo de peldaños de escalera para escalar sus muros; los vertiginosos planos de la pelea entre los dos hermanos en el torreón del castillo con las olas al fondo rompiendo sobre el acantilado; los vikingos lanzando sus flechas incendiarias sobre el barco que sirve de túmulo funerario para Kirk Douglas; el imposible (para la Edad Media) vestido de Janet Leigh que nos permite apreciar la insuperable anatomía de su espalda desnuda... Los Vikingos es la aventura perfecta y, viéndola, se entiende aquella antigua oración inglesa: "Dios nos salve de la ira de los hombres del norte".

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