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banderasLos 50 años de un 'niño grande'

  • Este martes el cineasta cumple medio siglo de vida con Málaga y el teatro como punto de partida y Los Ángeles en la madurez

Han pasado más de 30 años desde que José Antonio se vistiera de Pedro en Jesucristo Superstar sobre el escenario del colegio Los Olivos. Por aquel entonces el adolescente de mirada inquieta y flagrante desparpajo jugaba a ser actor. Hoy ese pasatiempo le ha dado un nombre propio, Antonio Banderas, y una profesión convertida en carrera de fondo. Más de 70 películas con cineastas de la talla de Almodóvar, Brian De Palma o Steven Soderbergh; seis nominaciones a los Goya; una incipiente carrera como director y productor; un rodaje con Woody Allen; y la Medalla al Mérito de las Bellas Artes son sólo algunos de los galones con el que el malagueño avala su máxima: los sueños, si se trabajan, se cumplen.

Este martes en su casa en Marbella José Antonio Domínguez Banderas celebrará su 50 años de vida -mañana será el de su esposa Melanie Griffith-. Medio siglo en los ojos de un "niño-grande", un "eterno entusiasta" y un "luchador" que ha sabido labrarse una carrera con "tesón" y "determinación". Tan sólo algunos de los términos con los que sus compañeros de profesión definen a aquel vecino de la calle Sebastián Souvirón que logró instalar sus quimeras en Madrid y Los Ángeles. "Es un gran director de orquesta", suscribe Antonio Soler, autor de El Camino de los Ingleses, la novela que supuso para Banderas el regreso a Málaga. "Es un tipo que hace que todo el mundo se sienta valorado y nadie se quede atrás", añade. Soler y Banderas, que ahora forman dúo como guionistas (trabajan juntos en el largometraje sobre Boabdil), se conocieron en los años 70 a través de un amigo común, el músico Antonio Meliveo.

"La primera vez que reparé en él como actor fue en el Teatro Romano, cuando hacía de Marco Antonio en Julio César. Ahí ya me impresionó. Le vi mucha fuerza, algo que incluso podía chocar con lo que representaba fuera del escenario. Ese papel duro, complicado, contrastaba luego con un chico muy amable, simpático e incluso descuidado", evoca Soler. Aquel chaval delgado de pelo rizado aún no sabía si ser militar, actor o futbolista. Fue precisamente un esguince de tobillo en un partido el que tomó la decisión por él. Optó por formar parte del grupo de teatro que dirigía Guillermina Soto e ingresó en la sección de Arte Dramático del Conservatorio Superior de Música malagueño.

En el Festival de Teatro Grecolatino que la compañía ARA celebraba cada año en el Teatro Romano, Óscar Romero lo eligió para interpretar a Eteocles en Las Fenicias. Romero fue uno de sus tutores teatrales y, gracias a él, trabajó como técnico de iluminación en la obra El Hospital de los Locos para el Festival de Teatro Clásico en el Corral de Comedias de Almagro. "Ese montaje le facilitó además un trabajo de técnico en el Teatro Lavapiés de Madrid. Así comenzó su legendaria carrera fuera de Málaga", apunta Romero. De las diferentes facetas en las que Banderas ha probado suerte, su profesor destaca la del escenario. "Es un gran actor de teatro y lo prueba el haber estado nominado a los Tony, máximo galardón en EE.UU", recuerda Romero. Por aquellos años, Miguel Gallego dirigía el grupo Dintel que se estrenó con El hijo pródigo, protagonizado por Banderas. A pesar de las dificultades propias de amateurs, Gallego guarda un buen recuerdo. "Creo que a partir de entonces, José Antonio le dio riendas sueltas a sus sueños", señala .

Después de recorrer la provincia vestido de romano - recuerdan haberlo visto de esta guisa subido en una Vespa por La Malagueta- y actuar en salas de fiestas y colegios varios, el malagueño se tiró la manta a la cabeza y, con 15.000 pesetas en el bolsillo, decidió probar fortuna en la capital. En vista de la cabezonería del niño, su padre pidió destino a Madrid y estuvo viviendo un tiempo con él en una pensión.

"Ahora se ve algo normal trasladarse a Madrid, pero en aquella época era una locura absoluta, sobre todo para dedicarse al teatro", sostiene Meliveo. El amigo y colaborador habitual de Banderas se estrenó con él en las orquestaciones para Evita, la malograda cinta con la que el malagueño sedujo a Madonna. "Tiene unas condiciones tremendas para la música, tanto para interpretar como para entonar. Lo suyo es el teatro musical. Lo demostró en Nine", sostiene.

Pero antes de dejar su huella en la industria americana, Banderas se curtió en Madrid. Lluís Pasqual confió en él para La hija del aire junto al Centro Dramático Nacional y, poco después, conoció en el Café Gijón a Almodóvar, con el que ahora regresa 21 años después de Átame. El viaje iniciático de aquel joven intrépido seguía su rumbo y en 1992 con Los reyes del mambo abrió una nueva senda para los actores españoles en EEUU. Fernando Trueba ejerció en 1995 de celestino al unir por primera vez en un mismo plano al malagueño y a Melanie Griffith en Two Much. Banderas cambió de registro para convertirse en el compañero sentimental de Tom Hanks en Philadelphia; y despuntar como héroe y amante latino en papeles de desigual fortuna.

El chico Almodóvar coincidió en 2000 con Soler en Pensilvania sin saber que, seis años después, el cine y Málaga los volvería a unir. "Yo estaba de escritor en residencia en el Dickinson College y a él lo nombraron allí Doctor Honoris Causa", evoca Soler. De su mano, Banderas regresaría a casa para entonar un he vuelto o, quizás, nunca me he ido. De aquel rodaje, su protagonista, Alberto Amarilla alaba la perspicacia y talante conciliador del malagueño. "Fue un trabajo duro pero él decía que prefería meterse en el infierno de donde sacar algo creativo, que en el cielo donde todo va siempre bien". El amigo de Satanás continúa acariciando el mismo sueño. De nuevo Almodóvar, de nuevo Málaga para dirigir una cinta de ciencia ficción, y de nuevo Broadway, esta vez con Zorba. ¿Cuestión de suerte? Hace unos meses el propio Banderas dejaba caer su receta: "Talento y sacrificio diario, esas dos cosas juntas son una bomba".

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