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De brumas y silencios

  • La antología 'El pájaro y la flor' (Alianza), a cargo de Carlos Rubio, propone un fascinante recorrido por quince siglos de poesía clásica en Japón

Carlos Rubio, 'Mil quinientos años de poesía clásica japonesa', Alianza, Madrid, 2011.

En su introducción a El pájaro y la flor. Mil quinientos años de poesía clásica japonesa, Carlos Rubio escribe: "Desde que el fenómeno del japonismo se instaló en Europa en la segunda mitad del siglo XIX, Japón se ha convertido en la figuración más exquisita y distante del Otro que hay entre nosotros". Es así, no cabe duda. De manera aleatoria, o tal vez no, Japón ha acabado siendo para el occidental un fascinante exponente de la otredad; un espejo de perfecto acabado, bruñido, que no nos devuelve nuestro reflejo. Ahora bien, si el conocimiento del Otro es imperfecto, como así sucede, debería achacarse tanto a la abulia general como a una labor editorial insuficiente. En narrativa, encontramos con relativa facilidad la obra de nombres señalados como Yasunari Kawabata o Kenzaburo Oé, los dos premios Nobel nipones, o cada nueva entrega de escritores mediáticos y estrambóticos como Haruki Murakami, de desproporcionado prestigio. El "desconocimiento" ha dado pie a algún fenómeno curioso: Occidente ha concedido la categoría de maestro de las letras universales a Yukio Mishima, un literato que no mueve excesivos entusiasmos en su país. En poesía, lo poco que conocemos se lo debemos a varias antologías. Algunas, como ésta, excepcionales.

No queda sino lamentar tanta dejadez pues, en estos tiempos acelerados y gritones, puede aprenderse mucho -y muy bueno- de una cultura en la que tan importante como lo que se dice es cuanto se calla; o dicho de otro modo: que tan importante como saber decir es saber callar. Silencios hay que lo dicen todo. En su impagable introducción a El pájaro y la flor, Carlos Rubio ofrece sustanciosas claves de lectura. Me remito a sus apuntes. Para la cultura japonesa, la parte es tan importante como el todo, lo que ha alimentado un antiquísimo gusto por el fragmento o lo aparentemente inconcluso: "Lo inacabado o lo que produce impresión de inacabado es estéticamente agradable para la sensibilidad nipona", escribe Rubio. El lector halla en la insinuación una fuente inagotable de disfrute; de ahí esa escritura esquiva o esquinada que se acerca de manera oblicua al objetivo: "La poesía se ha servido del gusto japonés por el lenguaje indirecto para hacerse un arte sutil y refinado, para crear hacia adentro […] La ambigüedad, que a veces posee un valor negativo en nuestra tradición literaria, es en la japonesa una valiosa categoría estética".

La composición más antigua de El pájaro y la flor, considerada la primera muestra literaria en lengua japonesa, se remonta al siglo VII; las más recientes pertenecen a principios del siglo XX. Entre medias, casi doscientas piezas que corren velos de bruma ante nuestros ojos o nos sumen en hondos silencios. Los poemas no abordan abiertamente el objeto poético -tampoco lo eluden, necesariamente- y al terminar parecen concedernos un tiempo para la reflexión. Citaría esta brevísima composición de Yamabe no Akahito: "En primavera / a recoger violetas / vine a este prado. / Mas su hermosura me hizo / pasar en él la noche entera". Tal como están dispuestos los elementos es difícil afirmar con certeza a qué se refiere el poeta al hablar de "hermosura", la idea sobre la que pivotan estos versos. ¿Se refiere a las violetas que cubren el prado o quizás a algo que las violetas evocan? ¿Se refiere a algo que encontró en el prado o más bien a algo que el prado le recuerda? La poesía nos deja en la duda, y la duda se empaña de misterio.

En el poema citado, y en el título elegido para la antología, se rinde tributo al "tema rey de la poesía japonesa" -en palabras del antólogo-, la Naturaleza. El pájaro representa el yang -lo masculino, lo activo-, mientras la flor simbolizaría el yin, lo femenino y pasivo, según la doctrina budista, que dejó su impronta en la literatura desde fecha temprana. La poesía ha estado siempre ligada a la filosofía y la teología; los poetas, digo, han desarrollado una intensa labor de especulación sobre ética y religiosidad sin vincularlas a una idea férrea de moral (En Japón, lo sagrado está felizmente al margen de arquitecturas trascendentes). Al leer abandonamos el sendero de las grandes certezas por el páramo de la incertidumbre. En un poema, Sone no Yoshitada dice: "ando el camino del amor / sin saber ni el largo ni el hondo". Insisto: hay muchas y muy útiles cosas que aprender del Otro.

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