Crítica de Cine

El bufón de Hitler

Los estragos del nazismo siguen alimentando ficciones en busca de nuevos relatos que mantengan viva la llama de la memoria y la justicia (poética) para con los centenares de miles de judíos asesinados, humillados o expulsados de sus hogares.

Bajo el amparo de Eurimages, o lo que es lo mismo, con la textura académica y pulcra de ciertas co-producciones europeas sin personalidad, Bye bye Germany se nutre de la "historia real" de un grupo de judíos supervivientes que, tras pasar las penurias de la guerra y los campos, emprendió una suerte de pequeña venganza civil vendiendo ropa de hogar a las familias de los soldados y mandos alemanes muertos o apresados, un grupo al frente del cual estaba el empresario Bermann (Bleitbreu), que había escapado de la muerte gracias a una habilidad para contar chistes que le llevó incluso a instruir en la materia al mismísimo Hitler.

Sam Garsbarski se protege en la epidérmica recreación de época y en la música de aires yiddish y se salvaguarda también del dramatismo adoptando una cierta distancia cómica en el tratamiento de unos materiales, unos personajes y unas situaciones que revelan la empatía con el "buen judío" emprendedor, negociante y pícaro, y una voluntad didáctica y bienintencionada que apenas mira de reojo a la tragedia. Tal vez por eso, su película pierde pie e interés cuando quiere ponerse seria y solemne a golpe de flash-back rutinario o recuerdo de la crueldad y el horror, o bien cuando, de manera poco intensa, indaga en las secuelas del horror en el presente entre sus personajes.

Así, en tierra de nadie, redimida in extremis por la verdad (sic), el amor, la camaradería y el sentido del negocio como herencia genética y patria verdadera, Bye bye Germany no consigue apenas trascender de la anécdota de su episodio histórico real.

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