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El cantaor de la voz limpia

  • Manuel Palma, 'El Zahoreño', prepara su segundo disco mientras trabaja a diario en los alrededores de calle Recogidas como operario de Inagra

Una persona que canturrea en el trabajo puede llegar a recibir miradas asesinas de sus compañeros. No es el caso de Manuel Palma, quien llega incluso a recibir algún "olé" espontáneo cuando trabaja en calle Recogidas como operario de Inagra. El cantaor, transmutado en El Zahoreño cuando pisa un escenario, pasa por tener en su haber más de treinta premios -entre ellos la última Volaera Flamenca de Loja- y por dejar como una patena la calle en la que trabaja.

Ha compartido cartel con Carmen Linares, Calixto Sánchez, José Menese, El Cabrero o José de la Tomasa. Ahí suele vestir de negro riguroso. Con la escoba en la mano, el amarillo chillón del uniforme da pocos indicios del artista consagrado que dentro se esconde y que está en pleno proceso de grabación de su próximo disco.

De muy joven se dio cuenta de que lo suyo es el cante puro. "Íbamos a la discoteca y cuado llegaba a mi casa me ponía a Marchena, Mairena, Vallejo o Caracol, que es el cante que me gusta", explica El Zahoreño.

Era una época en la que el flamenco aún no tenía el prestigio social de hoy en día. Y además de los citados, El Zahoreño también creció escuchando a Camarón, "el cantaor que más me ha impresionado". "Lo que pasa es que Camarón es punto y aparte, es para escucharlo y nada más porque lo que hacía ese hombre nadie lo puede igualar, tenía un mundo tan personal que el que pise ese terreno está equivocado totalmente".

Los expertos dicen que es un cantaor de matices, de melismas. "La escuela de Mairena o Caracol es donde debe aprender un buen aficionado y a partir de ahí crear tu propia personalidad". Y es verdad. Con sólo escucharlo entonar, todo el mundo sabe que el propietario de esa voz es El Zahoreño. "Cantando con conocimiento quizás sólo llevo cuatro años porque esto es muy difícil, es como el buen vino", dice con modestia. "Al cabo del tiempo te das cuenta de que la malagueña, la soleá o la granaína necesitan su tono de guitarra, tienen que adaptarse a tu tesitura de voz, y eso le pasa a mucha gente, que quiere dar gritos, y en el flamenco lo más difícil es hacer los bajos". En su opinión, "el cante no es tener una voz fuerte, para eso te vas a un coro y pegas las voces que quieras".

"En el flamenco hay que saber dónde llega tu voz, conocer tu respiración, y dar el alto, el tono medio y el bajo en el momento en el que hay que darlo", dice con conocimiento.

De momento tiene un disco publicado, Mi forma, aunque ya está preparando un segundo trabajo en el que, sobre todo, cambiará su forma de cantar, la experiencia acumulada. "Los cantes son ya más personales, con más dominio de mi voz, y también quiero hacer algunos temas en directo, de los festivales y recitales en peñas que voy haciendo".

Lo suyo es el camino de la seriedad. Su primer premio fue en la peña El Canario, en 1991. De ahí hasta su último galardón en Alamuz (Córdoba) hay más de treinta distinciones, alguno tan significativo como el segundo premio del Certamen Nacional Memorial Camarón de la Isla de San Fernando (Cádiz). También le gusta un determinado público, cantar en lugares en los que "entiendan de flamenco", como en Córdoba, Sevilla o Cádiz. "En Granada a lo mejor hay otro tipo de público y gustan los cantes más festeros", dice casi resignado.

En cuanto a su otra mitad en el escenario, el guitarrista, ha actuado con Miguel Ochando, Luis Mariano, Miguel Ángel Cortés... Ahora se acompaña de Manuel Carvajal, tocaor de cámara durante años de Ana Reverte. "Carvajal es una persona que sabe de cante y sabe dónde dejarlo y dónde recogerlo, el momento en el que dejarlo respirar".

Mientras, su trabajo en Inagra le permite llevar un camino independiente. "No lo cambio por nada del mundo", dice. "El cante también me ayuda, incluso económicamente, y al flamenco le pongo todo el interés del mundo porque me acuesto y me levanto escuchando a Fosforito, Caracol y Mairena", enumera.

Poco amigo del cante de atrás, sólo lo hizo en una ocasión con la bailaora Mónica Aguilera. Claro, es su mujer. Ahora también comparte gustos e inquietudes con el cantaor Juan Pinilla. Los que los conocían por separado no les sorprende su afinidad. "Disfrutamos mucho del flamenco como antes, reuniéndonos para cantar, para hablar de cantaores, de palos, en franca amistad y sin envidias", concluye un cantaor al que nadie abuchea cuando tararea en el trabajo. Ni por su limpieza ni por su afinación.

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