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Una casa en la leyenda

  • La Casa de Castril, en la Carrera del Darro, es una de las más señoriales y hermosas de Granada y guarda algunas de las historia de amor más subyugantes de la ciudad

El Albaicín es un barrio para mirar con mil pares de ojos. En cada esquina, en cada rincón, salta una leyenda, una historia, un enigma. Es lo que sucede en la Casa de Castril, en la Carrera del Darro, casi desembocando ya en el Paseo de los Tristes. El edificio que alberga desde 1917 el Museo Arqueológico y Etnológico de Granada ha sido, desde hace siglos, fuente de relatos y de historias románticas. ¿La razón? Un balcón tapiado desde tiempo inmemorial y una enigmática frase esculpida en la piedra: "Esperándola del cielo".

La casa tiene su historia propia. Tras la rendición de Granada ante los Reyes Católicos, éstos quisieron compensar a su secretario, Hernando de Zafra, con la concesión del Señorío de Castril y el permiso para que construyera su casa mirando hacia la Alhambra, la fortaleza en cuya conquista había participado. Hernando de Zafra no utilizaría ese permiso, pero sí lo haría un nieto suyo del mismo nombre en el año 1539.

La Casa de Castril es un ejemplo del lujoso estilo renacentista español. Su diseño se atribuye a Sebastián de Alcántara, uno de los grandes discípulos de Diego de Siloé cuando no al propio Diego de Siloé. El inmueble está situado en el antiguo barrio árabe de Ajsaris, en donde fueron asentándose con el tiempo los nobles que llegaban a Granada.

La fachada, de una gran riqueza ornamental, muestra también el escudo de la familia de Zafra, en el que dos ángeles coronados muestran la Torre de Comares con sus celosías originales, dando fe así de la participación de Hernando de Zafra en la conquista de la Alhambra. La casa está formada por un zaguán con escalera desde el que se llega al patio central, de modo similar a la estructura de los cármenes granadinos.

Pero lo más llamativo del edificio es un balcón esquinado en la segunda planta que aparece cegado. Encima de él, el lema 'Esperándola en el cielo', una posible alusión de Hernando de Zafra a su confianza en la vida eterna.

Sin embargo, la leyenda apunta a una curiosa historia protagonizada por el nieto del secretario de los Reyes Católicos. Esa leyenda señala que Hernando de Zafra era hombre de muy mal humor que se enemistó rápidamente con todos los granadinos por su trato despectivo y su desprecio a los demás. Viudo, Hernando de Zafra vivía con su hija Elvira, una joven de entre 15 y 18 años que se había enamorado del hijo de una familia enemiga de los Zafra.

La leyenda, que dio lugar a numerosos relatos románticos en el siglo XIX, narra que, estando en su habitación Elvira con su amante una noche, llegó Hernando de Zafra de la calle. Un pajecillo que servía a la familia corrió a alertarles. El amante, Alfonso de Quintanilla, logró huir por el balcón cuando en la habitación irrumpió Hernando de Zafra y descubrió a su hija medio desnuda acompañada por el pajecillo. Al verse sorprendida, la chica se desmayó.

Hernando de Zafra se llenó de cólera y, equivocadamente, creyó que quien había llevado a la deshonra a su casa era el paje, de nombre Luisillo. El iracundo padre llamó a uno de sus criados y le ordenó que ejecutara allí mismo al paje ahorcándolo desde el balcón de la casa. Luisillo suplicó por su vida y dijo que todo aquello era un error. Luego pidió justicia divina. "Colgado quedarás, esperándola del cielo", de diría Hernando de Zafra.

Una vez ejecutado el muchacho, el dueño de la casa ordenó tapiar el balcón de su hija para que ésta no volviera a ver la luz del día y, con tremenda ironía, hizo esculpir la inscripción 'Esperándola del cielo' encima del balcón como aviso a todos los que trataran de pretender a Elvira. La leyenda añade que la muchacha, desesperada por su encierro, decidió suicidarse ingiriendo veneno.

Tal leyenda ha servido para numerosos relatos de autores como Alberto Álvarez de Cienfuegos (1885-1957), quien en 1920 llevó al teatro la historia. Otros autores, como el gaditano Manuel Lauriño, la incluyen en su libro Granada de leyenda, publicado el pasado año por la editorial Almuzara.

No concluye ahí la historia. La tradición granadina asegura que Hernando de Zafra no descansó en paz ni con su muerte. El día en que expiró se desató en Granada tal tromba de agua que, cuando el féretro era trasladado para su entierro, el río Darro se desbordó y arrastró el féretro mientras los porteadores luchaban por sus respectivas vidas. El tercer señor del Señorío de Castril no llegaría a recibir sepultura jamás.

La Casa de Castril sufrió en su interior una gran transformación para ser adaptada a museo entre los 1917 y 1941 después de que fuese adquirida a los herederos del arabista Leopoldo Eguilaz y Yanguas.

El Museo Arqueológico y Etnológico de Granada es, por cierto, uno de los más antiguos de España, junto con los de Barcelona y Valladolid, ya que su creación se produjo en 1867, aunque no sería hasta 1917 en el que tendría su ubicación definitiva. El centro siguió la estela del Museo Arqueológico Nacional.

En cuanto a su contenido, hoy abarca un periodo que va desde la Prehistoria hasta la Edad Media. En 1980 se creó la Sección Etnológica. En 1984, tras se traspasada su gestión a la Junta de Andalucía, comenzó una etapa de modernización. Hoy incluye medios multimedia y un formato didáctivo para ilustrar a los visitantes.

Las piedras en Granada dicen muchas cosas y guardan en su interior muchísimas otras más. Las que configuran la Casa de Castril se encuentran, sin duda, entre las más interesantes. El viejo edificio señorial, plagado de adornos renacentistas y el espíritu de la nobleza que acudió a Granada tras la conquista de la ciudad, oculta secretos que dieron lugar a la leyenda. O es la misma leyenda la que escoge sus secretos.

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