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La desdicha de una Corona que pudo dominar el mundo

  • Los herederos de los Reyes Católicos compartieron una desdichada vida llena de sombras que apagó poco a poco a todo un reino

Días. Tan sólo fue necesaria una sucesión de días hostiles y desafortunados para que el destino de toda una Corona se quebrase por completo. La descendencia de los Reyes Católicos podía haber dado lugar a la época de mayor esplendor de la dinastía española a uno y otro lado del océano, pero sus protagonistas, "como en una tragedia griega", fueron cayendo por piezas y desencadenando así "la gran tragedia de España". La historiadora Vicenta Márquez analiza las desdichadas vidas de los príncipes Isabel, Juan, Juana, María y Catalina en El trágico destino de los hijos de los Reyes Católicos (Aguilar, 2008) y profundiza, además, en todas las circunstancias políticas y de estrategia militar que se adueñaron en ocasiones de sus actos.

"Las vidas de los reyes son siempre las más estudiadas, ya que permiten encontrar las claves y las explicaciones de muchas actitudes y situaciones que determinaron la Historia de todo un país", explica Márquez. Así, y desde el momento de su nacimiento, la existencia de los descendientes de los Reyes Católicos estaría marcada por dos únicas obsesiones: contraer matrimonios estratégicos y tener sucesores que pudieran convertirse en "peones de la política internacional". Pero lo que nunca se pudo prever era que ninguno de los cinco hijos de los monarcas españoles encontraría la felicidad sino que, por el contrario, tendrían unas agitadas vidas con trágicos desenlaces que provocaron que Carlos V (un extranjero, aunque hijo de una española) heredase el mayor imperio de la Historia.

Juan, el segundo de los hijos de los Reyes Católicos, fue el único varón y, por tanto, el llamado a mantener y continuar la dinastía. La reina Isabel soñaba con convertirle en el "príncipe ideal", es decir, en un heredero liberal, pacífico, ilustrado, culto, benevolente y cristiano, por lo que desde muy pequeño contó con una educación exquisita y tutores como Pedro Mártir de Anglería, que le instruyó en el arte de la guerra, pero también en latín, poesía, danza, música y filosofía.

Desde sus primeros años de vida se pensó en la archiduquesa Margarita de Austria como su futura esposa y, pese a que contrajeron matrimonio muy jóvenes y muy enamorados, la unión apenas duró dos meses, ya que Juan, con una salud maltrecha debido a la entrega con la que vivió el conocimiento del sexo, enfermó mortalmente de tisis. El único consuelo entonces para un reino "sumido en el dolor y en la incertidumbre" se convirtió entonces en el hijo que esperaba su esposa, pero que perdió tan sólo unos meses después, dejando la herencia y el futuro de la historia en manos de las mujeres de la familia.

Fueron momentos duros para un reino que, ahora, debía poner toda su atención en Isabel, la primogénita, como futura heredera y como medio para tener influencias en Portugal. Siguiendo el camino trazado, Isabel se casó en 1490 con un Alfonso de Portugal que apenas tenía recién cumplidos los catorce años, pero la desdicha se apoderó de la pareja y el joven esposo murió meses después de la boda tras caer del caballo. Viuda y sin hijos, Isabel regresó a la corte de los Reyes Católicos, quienes no hicieron caso de sus peticiones por ingresar como monja en las Clarisas.

En lugar de eso, el nuevo rey de Portugal, don Manuel (primo y nuevo sucesor del padre de Alfonso), escogió a Isabel para contraer matrimonio, en un hecho que coincidió en el tiempo con la terrible muerte del infante Juan. Así, y recién casados, la pareja se encontró heredera de España y Portugal, pero lo que parecía felicidad plena se tornó pronto en desgracia. El anuncio del nacimiento del primer hijo varón, Miguel, estuvo compartido con la noticia de la muerte de la princesa Isabel durante el parto y seguido con tan sólo dos años de diferencia por la muerte de Miguel después de haberlo jurado como heredero.

Rota ya la tan anhelada unidad de la Península Ibérica, todas las miradas estaban puestas en establecer conexiones con los estados más poderosos de la mano de Juana, la hija más desgraciada de los Reyes Católicos y la mujer que, "pudiendo tener todo no tuvo nada", según analiza la autora del estudio. Inteligente, presumida y amante de los lujos desde niña, se urdió para ella un matrimonio con el hijo de Maximiliano de Austria, un joven al que llamaban Felipe el Hermoso y que era famoso por su gusto por las mujeres y sus ambiciones políticas. Cuenta la historia que, nada más conocerse, los jóvenes se enamoraron perdidamente, pero el tiempo fue transformando ese amor en continuas humillaciones y desprecios de Felipe a su esposa y en soledad y ataques de nervios e histerismo de Juana.

Fallecidos todos los herederos naturales, la Historia parecía querer darle una oportunidad a Juana, cuya salud mental se iba mermando poco a poco víctima de unas circunstancias adversas en las que entraban en juego las continuas infidelidades de su marido, el escepticismo de su padre y la mala suerte. La repentina muerte de Felipe el Hermoso dejó en manos de Fernando el Católico el destino de su hija, que acabó sola y encerrada en una prisión en Tordesillas, en una habitación con paredes y puertas tapiadas, y "el dolor de haber sido traicionada por todos los hombres de su vida".

La cuarta hija de los Reyes Católicos, María, se salvó en parte de la vida tan desdichada que llevaron sus hermanos. Su vida fue oscura, pero sin grandes sobresaltos buenos o malos. Casada con el rey Manuel de Portugal cuando éste enviudó de su hermana, tuvieron un reinado brillante que acabó cuando ella murió con tan sólo 35 años en el parto de su décimo hijo.

La benjamina, Catalina, tuvo una existencia desdichada pero fue pieza clave en el entramado de España para su acercamiento a Inglaterra. Desde muy pequeña la prometieron con el príncipe Arturo de Gales. Las dos casas reales vieron muy bien un matrimonio que se rompió a los dos meses con la muerte de Arturo por el mal del sudor y que dejó abierta la duda de si se habría llegado a consumar. Fue entonces cuando se pensó en casarla con el hermano del difunto, Enrique VIII. La vida de Catalina en Inglaterra fue tremendamente infeliz, pero ella se levantó a todas las hostilidades con fuerza y resistencia: fue la primera mujer embajadora (de España en Inglaterra), una excelente amazona y la responsable de que la corte de los Tudor luciese con más esplendor que en toda su historia. Perdió ocho hijos y su belleza se fue apagando al ritmo que Enrique sumaba amantes. La relación con una de ellas, Ana Bolena, la condenó a vivir en una prisión y a anular su matrimonio ante la Iglesia.

Catalina resistió con firmeza los avatares de su vida. Presa, incluso escribió dos libros en su cautiverio y murió en 1536 enferma de pena y dolor. Ella había sido la última esperanza de un reino que "fue muriendo al ritmo que moría una herencia española que quedaba ya repartida en manos extranjeras".

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