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De la devoción al caos: aquí llega el diluvio

  • El director de 'Cisne Negro', Darren Aronofsky, estrenará a mediados de 2014 'Noé', una mirada al episodio bíblico como depositario de sus obsesiones

Hay designios del cine de terror que parecen invadir los dramas humanos del realizador Darren Aronofsky. Pero cuando se habla de terror, Aronofsky no limita su obra a sustos basados en desmembraciones y lluvias de sangre, sino que se permite disertar sobre las sensaciones humanas cuando se las expone al horror, al aislamiento físico, a la ignorancia moral o incluso al descubrimiento personal. Este último caso se ejecuta de mil maneras, buscando un odio hacia sí mismo que experimentan los títeres de sus creaciones. El caos voluntario a la que los somete devora cualquier devoción física que no sea la que los ha llevado a su estado. Para sí mismos sólo existe una mea que obvia la oscuridad en la que se han sumido. Desde los heroinómanos de Réquiem por un sueño hasta la bailarina profesional de Cisne Negro (o el hastiado Mickey Rourke de El luchador), todos combaten un miedo que exprime sus fuerzas pero que no merma sus ganas. El horror de la devoción única.

Visualmente atrevidas, aunque algunas dotadas de un lenguaje un tanto tétrico, las cintas de Aronofsky se conciben como un reto a superar con los protagonistas, como una locura o una adicción que compartir con alguien más. Al fin y al cabo, son viajes a la profundidad de la oscuridad de la mente, a la obcecación y al odio irracional. Así lo ha expresado en una filmografía sutil, hechizante y altamente estilizada. Sin ir más lejos, Cisne Negro supone un importante punto de inflexión en su carrera, por su desquiciado análisis de la profesionalidad, no a través de un afán de superación, sino como una doctrina. La película comienza, de hecho, con la deconstrucción de un sueño que imita la realidad. Ya se pretende expresar que el grado de perfeccionismo al que aspira la protagonista abarca toda su vida y después, un poco más, hasta sumergirse del todo en su cabeza. No falta la expresividad y el detalle en un sueño donde su protagonista parece observada por su temido público. Porque ahí reside lo que mueve la existencia de la bailarina interpretada por Natalie Portman, en el miedo. El mismo temor que la planta en el escenario es el que la deja ahí, el que impide que existe algo ajeno a esa vida de duro esfuerzo y nula consolación. Sin embargo, más allá de que la realidad se imprima en un sueño, Nina (la bailarina) contempla una luz hacia la que avanza sin reposar los pies, y la negritud se cierne sobre la imagen. Nina despierta y sonríe; parece feliz. Pensar que la tortura personal puede ofrecer cierto punto de felicidad es demencial, pero al fin y al cabo, es por lo que tanto se luchaba. Puede que esa sonrisa sea la imagen más terrible de una película coral, arraigada a un clasicismo intimista que no abandona en ningún momento la atmósfera de la cinta.

Después hay otros elementos como un estudio de relación maternofilial que no se queda lejos de la psicopatía de Carrie, un Vincent Cassel diabólico que evoca al carácter visceral de El lago de los cisnes al igual que Aronofsky, y una competitividad mil veces vista, sólo que aquí se torna en un curioso romance onírico. Por un lado se expresa una historia contada hasta la saciedad, pero representada de otra manera; hay elementos magníficos, otros desechables. Por ello Aronofsky juega con el atrevimiento cuando somete a su obra a su particular visión de la oscuridad.

Su lírica visual se verterá en Noé, cinta que seguirá la vida del protagonista de una de los relatos bíblicos más extendidos. El capítulo 6 del génesis parece encontrar en Noé (cuyo estreno está previsto para mediados del 2014) una representación bastante libre, que procede a una lectura efectista de la ambigüedad del pasaje. Ya que Aronofsky firma el guión, se asegura de matizar con profundidad una historia aparcada por su tono utópico, puesto que existen multitud de lagunas que pueden interpretarse de distintas formas. Por ejemplo, es totalmente razonable pensar que si Noé, efectivamente, era consciente de que sería el único superviviente (con su familia) de una catástrofe venidera, esto no sería del agrado de sus vecinos y camaradas. A fin de cuentas, hay un cerco de posibilidades que Aronofsky no teme cruzar con tal de crear una historia adaptada al concepto de devoción personal, y en como rápidamente puede sumir en el caos todo lo que te rodea, y teniendo en cuenta que el objetivo de Noé se haya constantemente determinado por las vidas de sus hijos, el abanico de posibilidades es amplio. Sólo cabe esperar que la personalidad del director no se empape demasiado de unas ganas de fantasear un tanto excesivas, y que pueda ofrecer un ensayo a la altura de un talento que exprime el tópico para hacerlo asombroso.

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