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El embarazoso problema de los parecidos

Drama, Irlanda-Reino Unido-EEUU, 2011, 108 min. Dirección: Rodrigo García. Guión: Gabriella Prekop, John Banville, Glenn Close. Intérpretes: Glenn Close, Mia Wasikowska, Aaron Johnson, Janet McTeer, Brenda Fricker, Brendan Gleeson. Música: Brian Byrne. Fotografía: Michael McDonough. Cines: Cinema 2000, Kinépolis.

El primer problema es escenográfico, el segundo fotográfico, el tercero de maquillaje, el cuarto de interpretación y el quinto de dirección. Si el director ha controlado toda la preparación de la producción, las cinco culpas son suyas. Si se ha limitado a dirigir un producto prefabricado -lo que podría ser, dado su aire de telefilme- es una víctima de cuatro errores al que suma el suyo.

El problema escenográfico convierte la atmósfera de una película que se pretende muy Ivory, muy cuidada en cuanto a la reconstrucción de la época, en una modesta obra teatral o un telefilme cortito de presupuesto. La palabra telefilme se va repetir en esta crítica, no por cosa mía, sino de ella. Todo parece pequeñito, fuera de escala, como cuando en las películas fantásticas se achicaban las habitaciones y los muebles para que los personajes parecieran más grandes. La habitualmente eficaz diseñadora de producción Patrizia von Brandenstein (Amadeus, Chorus line, El escándalo de Larry Flint) no ha acertado esta vez.

El problema fotográfico, imputable a Michael McDonough, resalta -lo siento- ese aire de telefilme con una imagen de pulcritud digital, sin profundidad ni alma, plana.

El problema de maquillaje, importantísimo elemento en esta película, no viene dado por las caracterizaciones, que son correctas, sino por no haberse caído en la cuenta del parecido -acentuado por los fijos ojos de pato siempre abiertos de par en par y por la petrificada sonrisa etrusca- de Glenn Close convertida en hombre con el robot que interpreta Robin Williams en El hombre bicentenario. Este embarazoso parecido convierte en cómicas, para quien haya visto la otra película, algunas escenas dramáticas. La caracterización de Janet McTeer -el Dublín de la película parece el local de La cage aux folles- está más conseguida, pese a su aire de Jeanne Moreau disfrazada de golfillo en Jules et Jim o -por decirlo a la española- de Celia Gámez cantando Pichi.

El problema interpretativo es arduo porque no afecta al espléndido plantel de secundarios, todos perfectos; ni a Janet McTeer, pese a ese aire a lo garçon; ni a Mia Wasikowska, estrella absoluta de esta película concebida como pedestal de otra estrella. Es a ésta, es decir, a la Glenn Close que interpretó esta obra en el teatro y se empeñó en llevarla al cine, a quien afecta. Congelada tras ese maquillaje que la convierte en el robot de El hombre bicentenario, recluida voluntariamente en las cárceles físicas y psicológicas que atormentan a su personaje, les confieso que no soy capaz de ultimar una opinión sobre su trabajo. Unas veces me parece involuntariamente cómica, hasta chaplinesca cuando se pone el bombín; otras creo que exagera la contención del siervo, el hieratismo de quien disimula, la mirada fija de quien quiere pasar desapercibido, la sonrisa minoica; y otras, en cambio, me emociona por su portentosa caracterización de la humillación. Juzguen ustedes cuando la vean.

Al casi siempre relamido realizador Rodrigo García cabe reprocharle el carácter blando de esta historia en principio fuerte, la cursilería visual con la que quita tensión a un drama potencialmente desgarrador y la corrección política que convierte a los hombres en violadores, borrachos, violentos o cobardes y a las mujeres en valerosas, nobles y leales. Salvo que sean de clase alta; porque también practica un maniqueísmo de clase que representa a todos los lores y ricos burgueses que frecuentan el hotel en el que Alfred Nobbs trabaja, y a su directora, como explotadores, groseros y violentos. Todos los errores de García se concentran en la empachosa escena de la playa. Todos los errores de la película explotan como una traca final en la horrorosa canción de los títulos de crédito que la cierran.

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